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Medellín, una ciudad sórdida

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Me había pasado antes. Me la he topado de frente, sin estarla buscando. De repente, en una esquina, al pasar la página de un diario, en las noticias…

La volví a ver hace nada, quizá más estética, sublimada. La vi de nuevo, digo. Esta vez en el cine. Ya había salido ahí antes, hace unos años. También aquella vez me sorprendió y no porque ignore su existencia, sino tal vez porque la acallo o la ignoro. Y entonces verla así la revela con toda su fiereza.

Estoy hablando de esa otra Medellín, la menos vistosa, la que preferimos obviar en el relato de lo paisa; estoy hablando de la Medellín sórdida y violenta que, de vez en vez, nos la enrostra el arte. O la realidad.

Está ahí, en los cuadros que componen Los reyes del mundo, la película de Laura Mora que hace poco incluyó Netflix en su catálogo: violenta y excluyente. La vi en las fotos que Henry Agudelo sube en su cuenta de Instagram: a colores y soleada, pero desigual y en estado de abandono. La veo, también, en los dignísimos retratos que captura Julio César Herrera con su cámara: rostros, momentos, acciones de una Medellín voraz que parece fagocitar gente.

Es la misma Medellín que ya había aparecido en la filmografía de Víctor Gaviria: en Rodrigo D tal vez menos que en La vendedora de rosas, pero ahí estaba antes y aquí sigue estando ahora. Con esas violencias de siempre y otras nuevas. La que excluye, la que entierra en vida, la que suma muertos…

Escribió Eduardo Galeano en el ya lejano 1994 una columna para El País, de Madrid. Úselo y tírelo, la tituló: “La sociedad de consumo ofrece fugacidades. Cosas, personas: las cosas, fabricadas para no durar, mueren al nacer, y hay cada vez más personas arrojadas a la basura desde que se asoman a la vida”.

Puede que todos nos llegue con retraso a estas tierras. Entre 2019 y 2022, la ciudad pasó de 3.000 a 8.000 habitantes de calle y la ciudad se quedó son forma de atenderlos. A penas persiste, a fuerza de lidias, uno de los llamados Centro Día. Tampoco es que antes lo haya hecho con mucho tino. Ha sabido, sí, moverlos de un lado a otro, luchando —así parece ser el modelo en todo el mundo— contra los pobres, no contra la pobreza.

No tengo respuestas ni propuestas, solo espanto. Pero no el miedo al pobre, no se crea, sino al hombre… O a la humanidad, quizá. O a este modelo de supervivencia donde los más ricos se enriquecen sin tope y la cantidad de gente que no tiene ni para lo justo se multiplica.

Doscientos millones de pobres pueblan Latinoamérica, dice la Cepal. De ellos, 82 millones están en la pobreza extrema. Al final de cuentas, esa Medellín sórdida se replica aquí y allá.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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