El mensaje dice: El día que tu mamá muera, te vas a romper.
Luego: El vacío será real. No habrá abrazo que lo cure.
Hasta ahí no suena raro. Cliché, pero hay algo de razón: cuando alguien significativo muere, no hay abrazo que lo cure. Ni palabra ni lo siento.
Pero hay dos formas de enfrentarlo: victimizarse, resignificarlo.
Cuando la vida te pegue, anótalo y luego deja dos líneas en blanco (y están las líneas).
Un mes después, vuelve y responde ¿Qué aprendí de esto? (dos líneas más).
Tres meses después, vuelve y responde ¿Qué aprendí de esto (línea)?, ¿qué fue lo positivo que salió de esto? (línea) *Oblígate a encontrarlo.
Cuando la abuela Blanca murió, fue la primera vez que vi llorar a la mamá.
Luego no volvimos a hablar de eso. Me hubiera gustado que lo sacara de adentro, que dijera qué sentía, pero la mamá es así. Yo, en cambio, todavía hablo con la abuela, sobre todo cuando hago buñuelos. Me gusta hablar con los muertos.
Justo escribí esto en una novela en la que estoy hace un tiempo: La mamá no lloró cuando mataron al papá.
Es que no podía. Tenía una niña que sacar adelante, dice la mamá de la novela.
La mamá, la mía, dice que ella todo lo malo lo manda para la parte de atrás del cerebro. Y sigue.
Me pregunto si los dolores físicos de la mamá tienen que ver con los duelos no hechos. Con el silencio.
Lo que he aprendido de esto (de esa muerte), después de 37 años, es que no le hacemos —en general— duelo a nuestros muertos. O no bien hechos. Ni a los muertos ni a los amores ni a lo que se necesite hacerle duelo.
Somos una sociedad que no habla de eso, que no sufre en público: nos repiten que nos levantemos. Vas a estar bien, no te preocupes. No te victimices, resignifícalo, qué aprendiste de esto, qué fue lo positivo que salió. Saca algo positivo, oblígate.
Sigo leyendo el mensaje que pusieron el domingo en las redes de Mattelsa, la marca de ropa: Cuando tu mamá te decía “Dime qué sientes” no era para quitarte el dolor, sino porque ponerlo en palabras te ayudaría a entenderlo.
La verdad no sé si mi mamá me ha preguntado qué siento, porque ella es de esa generación que, más que a la mía, sí que le dijeron que no hablara. Ni de sus sentimientos ni de sus problemas ni de lo que pasaba.
Pero en eso estoy de acuerdo: la mejor manera que he encontrado de entender es escribiendo. Escribiendo y hablando, repitiendo la historia, leyendo poemas. Haciendo terapia. Y la verdad es que veces no entiendo, pero me ayuda. Porque no siempre hay que entender.
Leo la última parte: “Nunca, nunca, nunca desperdicies tu sufrimiento”. Arthur Brooks.
Recuerdo una frase en el libro Memorias de una viuda de Joyce Carol Oates. Se lo dijo una amiga: “Suffer, Joyce, Ray was worth it”. No era un consejo sobre victimizarse o resignifícarlo. Le estaba diciendo que había que llorar y que había que sentir todo, que era imposible que no le doliera su esposo de 46 años.
Poco sé sobre cómo hacer un duelo. Me ha tomado casi toda la vida. No soy psicóloga para decir qué es victimizarse, qué es resignificar, y si son importantes o no. Pero sé que el mensaje de Mattelsa es reduccionista y también tiene algo que nos falta mucho: empatía.
Lo primero que pensé fue: los que lo escribieron no saben qué es que se les muera ni la mamá ni el papá ni nadie importante. No se han enfrentado a dolores profundas. Luego: no creo que se necesite sufrir para ser negligentes.
La muerte te atraviesa (y los amores y los traumas), y todos tenemos procesos distintos, que requieren tiempos distintos. Un mes es poco. Cruel incluso. ¿Cuál es el afán?
No nos pueden decir cómo nos debe doler. Es más, dejen de decirnos que hay que levantarse y seguir como si no pasara nada. Seguir, obligarnos a… De una tristeza no siempre hay que aprender algo. A veces basta ser capaces de estar aquí. Hay cosas que no tienen aprendizaje alguno excepto que la vida es un absurdo crudo y doloroso, dice un amigo.
La vida es todo lo que se siente en todos sus rangos.
Por qué no hablamos más sobre los duelos, cómo hacerlos bien, qué necesitamos. Por qué no hablamos de los muertos. Por qué no lloramos más.
Dirá alguno, pero es que se quedan ahí. Y no es quedarse ahí, es que a veces no encontramos cómo y para cada uno funciona diferente y hay que encontrar el cómo funciona para nosotros, cómo transitarlo. En este país, además, muchas personas no tienen los recursos suficientes para ir a terapia. De eso también deberíamos conversar.
En Colombia, según la Encuesta Nacional de Salud Mental (ENSM), 2015, del 4,5 % de la población entre 18-44 años que reportó haber tenido algún problema de salud mental en la vida, solo el 38,5 % solicitó acceso a los servicios de atención. La depresión es la enfermedad mental más frecuente en Colombia, afecta al 4,7 % de la población y es responsable del 1,6 % del total de años de vida saludable perdidos. Los dos datos están en un documento del Instituto Nacional de Salud, 2023.
Los muchos comentarios al mensaje de la marca de ropa ya dicen mucho, y qué bueno que esa haya sido la respuesta: por qué, cómo se les ocurrió. Busquen expertos.
Lo que uno ve en ese post es irresponsabilidad emocional. Son estos tiempos del coaching en lo que todo se cura pidiéndole al universo, poniendo una frase motivacional, barriendo por donde va a pasar la tía. Ocultando.
Pero va siendo hora de que hablemos de lo que nos pasa y nos duele. De profundizar y de enfrentarnos a los miedos. De que nos importen menos los likes y las tendencias. Como ha analizado la socióloga Eva Illouz (2007) en su teoría del capitalismo emocional, las emociones se han convertido en mercancías que pueden ser evaluadas, examinadas y comercializadas en la sociedad contemporánea.
Cuando la mamá se muera me voy a romper, y supongo que andaré rota el resto de la vida. Lo que necesite. Y de esto estoy segura: no estaré desperdiciando mi sufrimiento.
Otros escritos de este autora: https://noapto.co/monica-quintero/