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En el marco de la feria ArtBo 2022 en Bogotá, el artista vallecaucano Rosemberg Sandoval realizó el performance de su obra Me Emputa La Pobreza. Este incluía el cuerpo de un Cristo hecho en cerámica lanzado desde el techo de la galería Casas Riegner que caía al piso y se rompía en pedazos. El Cristo tenía escritas las palabras ‘violencia, incertidumbre, masacre, odio’ entre otras. Para finalizar el performance, el artista colgaba un cartel hecho con carbón y grafito sobre chuspas de mercado con la frase mencionada. Este fue expuesto en la fachada de la casa de la galería ubicada en un barrio del norte en Bogotá. La galería decidió retirar la obra a pocas horas de haber sido instalada debido a posibles manifestaciones o ataques de parte de quienes lo consideraban una contradicción o incluso hipocresía.

Cuando escuché esta historia, inmediatamente me pregunté: ¿Y es que entonces a los ricos no les puede “emputar” la pobreza? ¿Tiene una persona que sufrir de la miseria para rechazarla? En el mundo, y en un país tan polarizado, la lucha de clases se intensifica de lado y lado. Quienes han padecido de la marginalidad, el abandono, la negligencia del Estado y los horrores de la guerra, juzgan y rechazan a quienes no han sufrido estos hechos. Y las personas en lugares de poder, desde el privilegio y la comodidad, estigmatizan a quienes no han tenido sus mismas oportunidades. Es común escuchar la frase “son pobres porque quieren” o “no tienen trabajo por flojos”. Por supuesto, no se puede generalizar ni pretendo ejemplificar solo dos bandos, pero es una tendencia explícita y palpable (que se intensifica en elecciones y en tiempos de conflicto). Para mí, existir desde un lugar de privilegio implica una responsabilidad de construir una sociedad más justa, incluyente y feliz; construir país, escuchar al que piensa diferente, intentar entender las historias desde la diversidad y la dignidad humana; mirar y tratar a cada persona como igual.

Si a las personas con dinero, oportunidades y medios no les “emputara” la pobreza, no habría tantas iniciativas desde la sociedad civil que han cambiado la vida de niños, niñas, jóvenes, mujeres, hombres, víctimas y sobrevivientes del conflicto, excombatientes, exconvictos, habitantes de calle, entre otros grupos que han sido marginados. A las personas en posición de poder y privilegio les tiene que “emputar” la pobreza. Resalto entonces también el rol del sector privado en el desarrollo y bienestar de una sociedad. El Estado no debería ser el único responsable, pues no es el único actor. El sector privado ha liderado e impactado de manera positiva desde diversos enfoques, como la salud, la cultura, la educación, la alimentación y hasta la ayuda humanitaria; y debe seguir haciéndolo, sin ser estigmatizado.

Las reflexiones que me deja Rosemberg con su obra se pueden resumir, en primer lugar, en la urgencia de dejar de estigmatizar al otro, al que es diferente a uno, al desconocido; y por ende, la necesidad de escuchar y dialogar antes de rechazar una postura. En segundo lugar, las consecuencias positivas de que a las personas en posiciones de poder y privilegio les “empute” la pobreza. Usar el “empute” como un input positivo para la sociedad. Por último, ¿quién es quién para decirle al otro qué puede o no “emputarle”?

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/ana-paulina-maestre/

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