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Por razones familiares me he tenido que enfrentar a las dos caras de la moneda. A continuación dos anécdotas, nada representativas, pero sí ilustrativas. Una vez, hace un par de años, tuve que acompañar a un familiar mío, que padece una enfermedad crónica, a dar un cruel paseo a bordo de una ambulancia, buscando una IPS que lo recibiera. ¿la razón? La EPS a la que estaba afiliado ese familiar estaba en crisis y ya prácticamente ninguna IPS en Bogotá recibía a sus pacientes; al cabo de varios intentos, mi familiar fue recibido en una IPS en la que la atención fue pésima e indigna. Fueron varias noches las que pasamos, mi familiar y yo, tirados en un pasillo esperando atención. No tenían camas disponibles, ni recurso humano suficiente. A los médicos internistas se les notaba el cansancio.

Al salir de esa “hospitalización”, mi familiar decidió cambiar de EPS y pocos meses después tuvo una nueva recaída. Esa vez nos remitieron a una buena IPS. Tuvimos una cama en lugar de una camilla y una habitación en lugar de ese frío pasillo que aún recuerdo con rabia e impotencia. Sin embargo, allí también tuvimos que esperar largas horas a que apareciera un especialista. Había personal de enfermería, pero no suficientes médicos. Aun así, el tratamiento dio resultado y mi familiar pudo volver a casa un par de días después.

Ese mismo sistema de salud le ha salvado la vida a mi mamá ya dos veces. En la primera, le descubrieron temprano un cáncer de mama, se lo trataron a tiempo y por fortuna el maldito tumor no ha vuelto a aparecer. Lo sabemos porque los controles y el excelente seguimiento médico así lo confirman. La segunda fue hace poco. Un par de semanas. Un trombo en el corazón que fue tratado rápidamente y que se fue disolviendo sin necesidad de extraerlo mediante cirugía. Nunca antes había sentido un miedo tan profundo como el de estos días. La EPS y la IPS funcionaron perfectamente.

Justo estábamos pendientes de la evolución del estado de salud de mi mamá cuando Petro presentó la reforma al sistema que le estaba salvando la vida a ella. Nos acababan de decir que el tratamiento estaba dando resultado y que, contrario a lo que nos habían dicho algunos días atrás, era probable que no tuviera que someterse a la cirugía de corazón. Triné. Agradecí a la EPS. Luego, comenzaron a llegar reacciones de personas que coincidían conmigo, pero otras, con mucha razón, respondieron compartiendo las experiencias negativas que habían tenido que padecer por culpa de las fallas del sistema de salud. En ese momento recordé el pasillo y la camilla de mierda donde mi familiar y yo pasamos varias noches tirados a la espera de atención médica.

Sí, el sistema funciona bien, pero no igual de bien para todo el mundo. Para sobrevivir hay que contar con cierta dosis de suerte y estar afiliado a una buena EPS. Resulta que, a pesar de tener el mismo derecho y contribuir al sistema de la misma manera, el servicio que se recibe no es el mismo. Hay una profunda desigualdad que depende de la calidad de la EPS a la que el paciente se encuentre afiliado y ese es el corazón de la reforma, puesto al menos la mitad de ellas

Durante las últimas tres décadas construimos un sistema que fuimos mejorando poco a poco y que en suma resultó mucho mejor que el que tuvimos en el siglo pasado. Un sistema basado en el principio de solidaridad que, como ha señalado el profesor Andrés Vecino, ha permitido que el 80% de los aportantes (sanos) pueda financiar la atención al otro 20% de personas (enfermas); un sistema que prácticamente logró la universalización del acceso manteniendo uno de los gastos de bolsillo en salud más bajos del mundo. Sin embargo, el sistema tiene problemas de fondo: La mitad de las EPS del país están en proceso de liquidación y entre todas deudas por más de $23 billones. Estos y otros factores repercuten en esa desigualdad en el acceso, que incluso se acentúa si miramos las brechas de calidad dependiendo del territorio en el que se preste el servicio de salud, e incluso al interior de las mismas ciudades, el acceso presenta grandes barreras, debido a la concentración (clusterización) de los servicios médicos.

El presidente Petro acertó al poner el problema, que es grave, sobre la mesa. Sin duda es un clamor sentido por buena parte de la ciudadanía, que como yo, en algún momento tuvo que padecer un sistema injusto. Petro se atrevió a proponer un cambio en el paradigma. Puso el dedo en la llaga y nos puso a hablar del tema. Sin embargo, como muchas de sus iniciativas, el problema no es la intención sino la manera de hacerlo. Como los matasanos, la reforma que propone Petro comete el grave error de desconocer lo bueno del actual sistema y amenaza con acabarlo para corregir lo malo. Eso nos pone ante un escenario de incertidumbre muy grande en el que quienes hemos contado con la buena fortuna de conocer la cara amable del sistema nos preguntamos si lo que propone puede ser mejor.

También se equivoca al proponer una mayor estatalización del sistema. El presidente, la ministra de Salud y las barras bravas del petrismo, nos quieren hacer creer que la corrupción es un atributo exclusivo de los privados y nos piden cerrar los ojos y confiar en que los políticos que reemplazarán en la práctica a las EPS no se van a robar la plata de la salud como ya sucedió en casos tristemente conocidos como el del cartel de la hemofilia. Nos piden confiar en los mismos políticos que han promovido la reforma recurriendo mentiras, incluso innecesarias, y ocultando la información.

Además, preocupa el desafío institucional al que nos enfrentaremos en caso de que la reforma sea demandada por vicios de trámite o incluso por inconstitucional. Me preocupa un escenario en el que la reforma sea aprobada por el Congreso y tumbada por un tribunal. El señor del balcón no dudará en atizar el fuego del conflicto. Su desprecio por las instituciones no es menor, ni reciente. Con la reforma a la salud, Petro no solo está tensando la cuerda del sistema como tal sino que también está poniendo a prueba al andamiaje institucional del Estado.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/miguel-silva/

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