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He escuchado en lo que parece ser el debate público cotidiano en Colombia- en esa discusión insustancial que intenta tomar la forma de disputa entre la izquierda y la derecha- cosas como: “socialista con IPhone”, “gomelo de la Colombia profunda” o “negro de derecha”. Estas frases son populares en redes sociales. Hay muchos memes. A candidatos presidenciales le han reprochado sus zapatos o una cafetera que según dicen vale tres millones de pesos. A una actriz que aparentemente tiene conciencia de clase le dicen que no puede pensar en redistribución de la riqueza montada en una camioneta lujosa. A un candidato al senado le gritaron que no podía ser una persona negra y de derecha, que es lo mismo que decirle que su condición racial, o su racialización, debe definir su modo de pensar.   

Todas estas frases tienen algo en común: señalan una posible contradicción entre el origen social y las ideas. Sugieren que no se puede pensar en un estado comprometido con derechos sociales, o con la redistribución de la riqueza, si se pertenece a un lugar determinado en la escala social. Que es inconsistente condenar la concentración de la riqueza si se tiene unos zapatos caros. Que no se debería criticar la desigualdad desde un celular costoso. Que hay una disonancia entre pertenecer a una etnia y defender cierto proyecto político. Más allá de su superficialidad, estas valoraciones son básicamente malas lecturas marxistas.

Una de las sentencias más famosas de Karl Marx, y quizás por esto más mal interpretadas, es: “el ser social determina la conciencia social”. Al igual que muchos colombianos en redes sociales, Marx aparentemente aseguraba que debía haber una correspondencia entre el origen y la conciencia social. Así, es esperable que un obrero, en tanto tal, considere que la revolución del proletariado es el camino. Es también predecible que un capitalista se oponga a la socialización de los medios de producción. De acuerdo con esta lógica el lugar de nacimiento define los modos de pensar, los valores y las actuaciones de las personas.

Marx dijo eso, pero también que había una “clase en sí” y una “clase para sí”, es decir, que nacer en cierto lugar social no garantizaba por sí mismo cierto sistema de valores o algún modo de pensamiento. Además, en el que seguramente es su libro más popular, aseguró: “proletarios del mundo uníos”. Si la interpretación que algunos han hecho de su sentencia fuera cierta no tendría que pedirles a los trabajadores que se unieran pues la sola condición de clase se traduciría automáticamente en valores y objetivos compartidos. La “clase en sí”, garantizaría la “clase para sí”.         

Muchas investigaciones han demostrado que el ser social no determina la conciencia social, que interpretar al filósofo alemán así es hacerlo de mala manera. Hay entonces obreros de derecha y empresarios de izquierda. Personas ricas preocupados por la redistribución de la riqueza y personas pobres que creen que la desigualdad y la división social entre ganadores y perdedores es natural. Hay mujeres antifeministas y personas negras que no creen que en el mundo haya racismo. La sociedad está plagada, diría un marxista, de traidores de clase.  La orientación política no está condicionada, ni debe corresponderse con el origen social. Hay a menudo contradicciones, aparentes inconsistencias. Los hombres y las mujeres no somos esos animales congruentes y estables que profesan muchos en redes sociales, ni tampoco debemos serlo. El mundo, insisto, es mucho más complejo.      

Criticar entonces a un político de izquierda por querer implementar políticas tributarias progresivas, o por pensar que la desigualdad es un problema, mientras usa IPhone o tiene una casa muy cara, es estar de acuerdo con que el ser social determina la conciencia social, es ser, en el fondo, un mal marxista.   

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