En mi columna anterior hice referencia a estos personajes a los que llamé “Niños/Hombre”. Hoy son el tema central, porque más que víctimas del sistema inmediatista, del consumo total, del mercantilismo brutal de cuerpos, almas y tiempos, son —en muchos casos— sus creadores o, al menos, los grandes perpetuadores de este malestar colectivo que ya no sabe por dónde más expresarse. Por eso es importarte empezar a detectarlos con una mirada más crítica.
El “niño-hombre” es un arquetipo: una imagen que condensa rasgos colectivos, repetidos, que se encarnan en los liderazgos que hoy nos gobiernan, tanto en lo público como en lo privado e, incluso, en lo íntimo. No es un insulto, es una descripcoón genérica que alerta. Se trata de esa figura que, aunque creció en edad, no maduró en conciencia. Que toma decisiones sin profundidad, que habla sin pausa de lo que sabe y de lo que no; y que actúa sin consecuencias. Es un inmaduro —un niño herido— que resulta que ahora tiene poder. Es un personaje que, haga lo que haga, parece indultado y excusado o, peor, escondido por todos los adultos.
Para evitar malentendidos: un arquetipo es como un molde invisible que habita lo colectivo y que toma forma en la vida real con matices pero con una esencia compartida. No se trata de un prejuicio, ni de una burla, ni de una exageración. Es una lectura simbólica que ayuda a reconocer patrones que nos afectan a todos.
Los “Niños-Hombre” se presentan generalemnte como sujetos del género masculino, de mediana edad, ni elegantes ni vulgares y que se ven más jóvenes de lo que son. Ellos, aunque dominen el lenguaje adulto, prefieren la jerga juvenil con la que captan seguidores para sus redes sociales —esas a las que le han construido una estrategia de “marca personal”.
Este personaje es camaleónico. Se mueve con soltura entre arenas liberales y conservadoras. Se autodenomina libre pensador, pero su cabeza hace matemáticas todo el tiempo. Por eso, si le conviene, sostiene posturas antiderechos sin vergüenza alguna, incluso si en la sala contigua acaba de decir lo opuesto, o por el contrario, pueden simpatizar con lo holístico, lo feminista, la comunidad LGTBI en caso de que les funciona para un fin mayor: ellos mismos, su juego.
Ellos han leído mucho y citan con frecuencia autores desconocidos, pero su experiencia del mundo se reduce a suscripciones a El País, The New York Times, y si se sienten muy osados, a Forbes. Tienen uno que otro amigo rapero o de un “barrio popular”, como ellos les dirían, y con eso sienten que saben de todos los mundos. Viajan mucho, pero aprenden poco porque donde sea que estén, no suletan el juego. Son muy buenos para los podcast, pero malos para enfrentar crisis reputacionales, eso sería muy aburrido y entonces lo minimizan, lo esconden o le delegan a otro “el trabajo sucio” de limpiar sus regueros. Porque tienen muchas niñera, eso sí.
Los “Niños-Hombre” suelen tener un pasado en el que no se les permitió jugar demasiado. Y por eso queman la etapa de su infancia en la adultez. Ahora no juegan con Monopolio, Risk o la Ouija; sino con la política económica, con la guerra, con la espiritualidad de otros. Juegan con la vida de adultos que depositan en ellos su confianza, sin saber que son solo peones en sus tableros de ajedrez. A ellos no les gustan reglas, creen que no son hechas para ellos.
Se destacan por parecer relajados mientras cargan presupuestos millonarios, decisiones complejas y secretos corporativos o humanos. Nos hacen creer que vivimos en los Juegos del Hambre, que debemos luchar por ellos y por su amor, como en una telenovela. Crean sectas a su alrededor porque son inseguros y nos ponen en “bandos”. Ellos necesitan a su pandilla de amiguitos para que los defiendan en caso de que alguien les baje el telón y se ponga en duda de que ellos son los más idoneos para “mandar el juego”.
Son carismáticos y narcisistas. Todo gira en torno a ellos. Nos involucran en sus vidas personales, que relatan como epopeyas de caballeros o vaqueros. A ellos todo les pasó. Son el mismísimo “viaje del héroe”, ese recurso narrativo que a ningún a novelista o publicista cogería desprevenido. Por eso están obsesionados con su cuento, o el “Story Telling”. Ficcionan porque este mundo les aburre demasiado y los expondría como en el cuento del Traje del Emperador.
Este arquetipo de líder hace mucho daño y por eso la alerta. Porque necesitamos asumir responsabilidad sobre a quiénes les entregamos poder: a quiénes elegimos, a quiénes seguimos, a quiénes les creemos. Porque el “Niño-Hombre” es fácil de reconocer —afortunadamente— pero no nos asusta.
Pero es que, ¿cómo temerles si han diseñado un empaque atractivo, un discurso elocuente, si los respaldan organizaciones y personas creíbles?
Y ese es precisamente el problema. Lo verdaderamente peligroso es que su figura no genera sospecha. Porque el problema no es que existan, es que los sigamos poniendo en lugares de poder, en lugares importantes de nuestra vida. Y lo que es peor, que no podamos siquiera reconocer el daño que hacen. El problema es que nos vuelven complices de sus juegos de niños-hombre, en el que, rompiendo todas las reglas, pasan por encima de seres humanos de carne y hueso que no son personajes secundarios de sus epopeyas, son gente.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/