Los demonios de la academia

Los demonios de la academia

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Entras a la universidad. Quieres dar lo mejor de ti. Quieres ser un excelente profesional, destacarte desde las clases. No te quieres limitar a solo aprobar las materias. Decides aplicar a un cargo importante para estudiantes. Un cargo del que hablan todos los profesores. “Yo empecé por ahí”, dicen. Quieres ser profesor, quieres ser académico. Te escogen. Lo lograste. Eres lo que soñaste desde el primer día de clases. ¿Y ahora? Renunciaste. Te diste cuenta de que los dioses también tienen sus demonios. La academia parece no tener un rumbo claro.

La facultad de Derecho de mi universidad está dividida en departamentos. Derecho comercial, Derecho Civil, Derecho Constitucional… Desde el primer día de clases me incliné por el último. Los profesores de esa materia eran mis ídolos, sobreestudiaba sus clases, participaba incansablemente para hacerme notar (pido excusas a quienes estudiaban conmigo porque sí fui el típico estudiante cansón). Quería hacer parte de ese departamento. Busqué alguna opción para comenzar en esa ruta de la academia. La opción que encontré fue aplicar para ser monitor a partir de quinto semestre. Fue así como la monitoría se convirtió en mi sueño.

Abrieron la convocatoria para las monitorías y, ya en quinto semestre, decidí lanzarme. No lo dudé. Por fin podría ser M O N I T O R. Aclaro que detesto esa palabra, no refleja la importancia que tiene ese cargo en la comunidad estudiantil de mi universidad. Para que entiendan, ser monitor es algo así como un “semidios”. S E M I D I O S.

Hoja de vida, entrevista uno y entrevista dos. Me escogieron. Renuncié a todo lo demás que estaba construyendo; nada podía ser más importante que esta oportunidad. Todo el mundo te felicita, estás en las nubes. Por fin podrás hacer lo que amas, escribirás, investigarás.

Comienza el trabajo. Debes hacer unos resúmenes y buscar bibliografía. Interesante, comienzas con toda para quedar bien. Luego debes organizar y asistir a un evento. Genial, te vas bien vestido, ilusionado. Después debes organizar unas diapositivas. Okay, lo haces. Tras ello, te toca enviar más de veinte correos y llamar a unos invitados para un evento. Se te van dos días esperando que te contesten. Sales de clases a las cinco, agotado. Te citan a reunión hasta las siete de la noche. Asistes, debes dar todo de ti. Ahora te toca hacer otro resumen de unas sentencias. No puedes dormir más de cinco horas, debes quedar bien. Hoy no podrás ir al gimnasio, es más importante cumplir con la entrega. Pronto te pedirán que escribas algo interesante, que investigues, ten paciencia. ¿Ya enviaste los correos? Lo haré, por esto pasaron todos mis profesores.

Pasó un año. ¿Debo seguir quedando bien? Sentía que ahora estaba más lejos de ser profesor. ¿Valía la pena serlo? No quería estar destinado a desconectarme de mi cuerpo durante toda mi vida. Todo por sacar un libro más, un evento más, más, más, más. Se acababa un evento que preparábamos durante meses. En vez de celebrar, ya nos preguntábamos: ¿ahora qué sigue?, ¿cuándo será el próximo? Más, más, más. No aguanté. Colapsé. Renuncié.

Ser monitor no es lo que parece. Ser profesor tampoco. La academia, especialmente en ciencias sociales, debería ser el espacio más humano. Si es allí donde se reúnen quienes más investigan, más piensan, más se preocupan por los problemas sociales, ¿por qué es un espacio para deshumanizarse? Quieren salvar el mundo con sus ideas, pero se desconectan de sí mismos. Además, compiten. X profesor puede ser brillante, pero siempre tiene un pero. Siempre está debajo de mí. Yo debo saberlo todo, debo escribir más, debo producir más. La academia debería ser un espacio más consciente, más humano. ¿Cómo resolver las problemáticas sociales si no logro resolver mis propios problemas?

¿Cómo luchar, por ejemplo, contra el cambio climático si la academia misma cae en la lógica del desarrollo y el capitalismo? Creemos que si no caemos en la lógica que nos imponen desde el Norte Global jamás seremos centros de producción de conocimiento de alta calidad. Pero no nos damos cuenta que los parámetros que impone el Norte parten de una base colonialista donde el conocimiento es el producido por los “blancos”, no necesariamente por el color de piel, sino por aquellos que siguen unas determinadas creencias religiosas, vestimentas, certificados, comportamientos y modos de producir y transmitir conocimientos.

El funcionamiento de la academia, como lugar de producción de conocimiento, tiene un núcleo que esconde una relación de poder fundada en la superioridad étnica y cognitiva de los europeos. Los habitantes de América no eran ilustrados, seguían siendo “menores de edad”. De ahí que fuera necesario civilizar a las nuevas poblaciones. Civilizar implicaba, entre otras cosas, establecer una verdadera fuente de conocimiento y unas creencias permitidas. Los saberes ancestrales, la magia, las relaciones con la naturaleza fueron eliminadas como fuentes viables de conocimiento.

Había que dejar de ser menores de edad. De hecho, tal vez nos tomamos esa explicación muy literalmente. Son limitadas las opciones para que los estudiantes puedan publicar textos en revistas académicas o investigaciones. El estudiante se ve obligado a escribir la totalidad de un texto y pedirle a un docente que ponga su nombre como coautor, pues, de lo contrario, la publicación no será posible. Lo digo porque me ha pasado. No soy demasiado “blanco” para la academia, pues parece que lo que pueda investigar por mi propia cuenta no es digno de publicación. ¿Sigo siendo menor de edad por no tener un certificado de graduación? Tal vez por esto, al final, poco fue lo que escribí como monitor.

La academia latinoamericana tiene la misión de reivindicar las formas tradicionales de construir conocimiento, cuestionando colectivamente los parámetros impuestos por el Norte y evitando caer en el modelo de hiperproducción de conocimiento. Considero que uno de los pasos para ello es creer en los estudiantes. Su voz, creativa y disruptiva, importa, es fuente de conocimiento. Otro factor a tener en cuenta para cumplir con este objetivo es que las y los profes, al ser un ejemplo para muchos, también enseñen a vivir. No nos preparen solo para el “éxito” porque si el éxito tiene la cara que muchos de ustedes tienen al entrar o salir del salón, prefiero el fracaso. Estudiantes, no coman cuento. Aprovechen su cuerpo, su energía, su juventud. Renuncien.

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