Los artistas viven del aire

Pero cómo se les ocurrió, por dios, pagar por una obra de teatro

Hay dinero para hacer obras de teatro, pero no para lograr verdad y justicia

Ya ven por qué no alcanza la plata

Actores petristas

Etcétera

La indignación: el contrato que firmaron el Teatro Petra y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) para realizar la obra Mantener el juicio, que se presentó en Bogotá y Medellín el año pasado y que habla de castigo, reparación, perdón y dolor en el conflicto armado en el país.

La molestia: gastarse dinero en una obra de teatro. Que les paguen a los artistas.

Al arte lo ponemos casi siempre en la lista de lo que no necesitamos. O sí, pero si es gratis. A los artistas en la de los seres humanos que no necesitan alimentos ni casa, ¡qué seres extraordinarios que viven del aire!

Y sí. Una obra de teatro o un libro o una película no quitan el hambre. No te sirven si está lloviendo y tenés frío.

Pero la comparación es innecesaria. El celular tampoco, y no lo cuestionamos.

Uno de los temas importantes de esta polémica es que sigamos pensando que el arte no cuesta o que los artistas se dedican a un hobby. Ser actor de teatro o escritor o pintor o cineasta es un trabajo. Para producir arte se necesita dinero. Y eso no lo corrompe ni le quita su valor estético.

El arte es una profesión, y los artistas deben recibir un sueldo que pague por su trabajo.

Fabio Rubiano, el director del Teatro Petra, explicó las cifras de lo que costó Mantener el juicio en una entrevista con El Espectador: “Cada actor no ganó $13.800.000 por solo ocho funciones. Esa cantidad fue por tres meses de ensayo y ocho funciones, lo cual es muy diferente. Si se divide ese pago por todo el trabajo invertido, no está mal pagado, pero tampoco son grandes sumas”. El resto del dinero fue para el montaje de la obra, espacio, escenografía, vestuario, diseño de luces, cortinas, etcétera. Y explica que el Teatro Petra también aportó recursos para dramaturgia y dirección, porque fue una coproducción.

El otro debate importante es cómo el arte, en este caso el teatro, es un medio para comunicar.

Cuando nos encerraron por la pandemia y no pudimos abrazar a los amigos ni salir de casa fue el arte (la cultura en general, con la complejidad de su definición) el que estuvo ahí e hizo los días más llevaderos. Los libros nos sacaron de casa, los documentales nos llevaron a otros países, el pan nos alivió el tedio. No solucionó los problemas, pero la vida es tan compleja que necesita de esas otras cosas para darle sentido.

Una obra de teatro no tiene la función de darnos verdad ni justicia, pero en un país en donde nos hemos acostumbrado a la guerra y vuelto indiferentes porque los muertos ajenos no importan, puede ayudarnos a entender y a conmovernos: esto nos pasa a todos como país.

Entender es importante, por ejemplo, para no irrespetar a las víctimas o negar hechos innegables. En Colombia nos hemos acostumbrado a no conversar de lo que ha pasado: es más fácil mirar para otro lado que enfrentar el terror. Pero eso también es una política: le hacemos más fácil la vida a los que les interesa que la guerra continúe.

Una obra de teatro nos puede poner a conversar de esos temas a los que les tenemos miedo: el encuentro de una madre con la persona que mató a sus hijos. El hombre que mató a otro. Nos puede hacer sentir el dolor de la pérdida. Y muy importante: nos incomoda.

Lo explica Rubiano en la entrevista: “Nos interesa trabajar sobre personajes, incluso aquellos con los que estamos completamente en desacuerdo, para entender las bondades que pueden tener en su fondo”.

Recuerdo Labio de Liebre, escrita también por Fabio Rubiano y coproducida por el Teatro Petra: Salvo Castello tiene casa por cárcel en un país lejano y frío y hasta allá llegan los fantasmas de quienes mató para que recuerde sus nombres. Un frío se te pasa todo el tiempo por el cuerpo. Nos cuestiona esa palabra de la que tanto hablamos: perdonar.

Tengo otro ejemplo con un libro. Actos Humanos de Han Kang, la Nobel de Literatura 2024, en el que narra una matanza de estudiantes en Corea del Sur, años ochenta, por el Ejército: te duele. Hay algo que se mueve en vos y te cuestiona.

Dice también Rubiano: “Les dijimos a la JEP que nuestro trabajo no era juzgar, sino entender qué lleva a un personaje a actuar de esa manera, qué hay en su corazón. Casi siempre descubrimos lo mismo: son personas comunes, como el militar que confesó sus actos y ahora intenta rehacer su vida, incluso teniendo una cita con una chica. Así se establecen vínculos. ¿Qué pasa con la vida de estas personas y con las familias de los secuestrados, que se descomponen? Ver no solo el macro caso criminal, sino la vida cotidiana y los esfuerzos por rehacerla desde lo más pequeño, crea historias que a la JEP le interesan. Ellos no pueden contar esas historias, pero nosotros sí”.

El arte puede contar esas historias. Y necesitamos que se cuenten. Dejar de hacer silencio. Necesitamos narrarnos nosotros, incomodarnos. Dejar de quedarnos tranquilos sobre cómo nos cuentan en series de televisión que terminan volviendo héroes a los victimarios.

Por supuesto que hay que estar atentos al arte disfrazado de propaganda y a las inversiones culturales también hay vigilarlas. Me gusta como lo expresó el escritor Pedro Adrián Zuluaga para 070: “Creo que las obras artísticas toman posición política y no tiene por qué serles prohibido, pero entre tomar posición política y la propaganda sí hay una distancia grande. Me parece que el arte ha recorrido un largo camino para desvincularse de estar subordinado en términos ideológicos a su patrocinador, cualquiera que esté sea”. Hay también que empezar a reconocer la importancia del arte, sobre todo en un país donde el conflicto nos ha hecho tanto daño. Nos ha dejado tantos vacíos. El arte es un mediador fundamental no solo en entendernos como sociedad y país, sino también en no sabernos solos en nuestras tristezas.

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