Libertad, excusa de la derecha para no ser solidario

Libertad, excusa de la derecha para no ser solidario

El pensamiento liberal impulsó las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX. La nueva clase emergente de los capitalistas llegó con un andamiaje intelectual que determinaría la historia de la humanidad durante los próximos siglos. 

El liberalismo se impulsaba en una visión optimista del ser humano, donde la búsqueda individual de la prosperidad en el mercado sacaba lo mejor de cada uno para ponerlo a disposición de otros. Impuestos, regulaciones, abusos y arbitrariedades de monarcas, clero y nobles, impedían que la economía alcanzara su mejor funcionamiento, esa homeostasis en el que la suma de los individualismos produce la prosperidad social.

Estas ideas continuaron siendo el corazón del pensamiento económico hasta la Gran Depresión de los años 30. La incapacidad de la economía clásica liberal para explicar el desempleo y la recesión dieron paso al pensamiento keynesiano que, para no entrar en detalles, bajó a los mercados del pedestal de la autorregulación para traer a los gobiernos a estabilizarlos en tiempos de crisis (un poco como “en la crisis nadie gasta, entonces que gasten los Estados”).

Varias décadas de reinado del paradigma keynesiano terminaron con el regreso del pensamiento liberal bajo Reagan y Thatcher. No importa cuáles grandes economistas explicasen que los mercados no producen resultados eficientes bajo ciertas circunstancias (externalidades, bienes públicos, información asimétrica…), la idolatría del mercado, del individuo, y por supuesto, del empresario, era profesada ya en numerosos círculos, y economistas como Milton Friedman, Friedrich Hayek y la escuela austriaca, o la escritora y filósofa Ayn Rand, contaban con muchos adeptos y al estallar la crisis del Estado de bienestar por el aumento de los precios del petróleo inducido por la OPEP, vieron madurar sus ideas en un proyecto político de larguísimo alcance. Por último, la histeria y el temor producido por la Unión Soviética llevaban a muchos a ver cualquier expansión del Estado como un paso hacia el autoritarismo, ilustrado en el título del libro de Hayek Camino de servidumbre (resumen del libro: cualquier ejercicio de planear en alguna medida la economía conduce a la dictadura y al colectivismo que ahogan la iniciativa individual).

El terreno estaba maduro, los Estados tenían problemas y la tijera liberal de Reagan y Thatcher se cernió sobre la seguridad social, las empresas de propiedad pública, los impuestos, los controles a los capitales (no en vano los 80 son la década que inaugura la gran era de la finanza mundial), las barreras al comercio, entre otras áreas de la vida.

Los trabajadores desde entonces no han dejado de perder (siempre han venido recibiendo una menor porción del PIB), al tiempo que la relación de salario de los gerentes respecto a los trabajadores se disparó. Mientras se desmontaba la seguridad social, los ríos de riqueza que iban a gotear a todos gracias a la homeostasis de los individuos empoderados nunca llegó.

Luego llegamos al Tea Party en 2010, el giro a la derecha del ya derechista partido republicano. El salvamento que Obama se vio obligado a hacer de los bancos norteamericanos encendió la vieja manía de ver el comunismo (dirigido por un negro para acabar de ajustar) donde el gobierno metía la mano, lo que no deja de ser una contradicción, pues Obama trataba de apagar los incendios originados en la mala práctica de bancos, ejecutivos y agencias calificadoras durante la crisis subprime, cuando vendieron papeles a inversionistas engañándolos respecto a su riesgo crediticio… el sector privado lleva a la economía al desastre, y cuando el gobierno apaga la conflagración con plata de los contribuyentes, la derecha libertaria grita “comunismo”.

El Tea Party creció durante las elecciones de mid-term en Estados Unidos, y una de sus banderas fue luchar contra el proyecto de seguridad social de Obama, el llamado “Obamacare”, pues ayudar a cincuenta millones de personas que no tienen seguro de salud, en un país donde la principal causa de bancarrota es la enfermedad, los iba a llevar a la dictadura socialista. Eran ecos de Hayek en el partido de Lincoln.

Obamacare pasó y se volvió ley. Millones de personas, en el país más rico del mundo, conocieron lo que es no estar desprotegidos. Pero la embestida republicana nunca cesó. Trump y compañía intentaron derogarlo, a pesar de la buena acogida que tiene el programa en la población norteamericana. Por poco logran su cometido: gracias a que un heroico John McCain, republicano también y en ese momento convaleciente de la extracción de un tumor cerebral, apareció en el congreso para ser ovacionado y acto seguido, votar para no derogar Obamacare. 

En numerosos países es igual. La derecha, y más recientemente, la ultraderecha, bebe de discursos liberales donde millonarios son ensalzados como creadores de riqueza, y donde los pobres, y especialmente los beneficiarios de la seguridad social son vistos como perezosos, parasitarios, y como un lastre al verdadero héroe de la economía, el empresario capitalista.

Un ejemplo dramático de esto sucedió en Países Bajos, donde el gobierno liberal de derecha acusó falsamente a miles de familias, (de las más pobres y vulnerables del país, y a menudo de origen migrante), de abusar de beneficios para la guardería de los niños, obligándolos a devolver ingentes sumas de dinero e iniciar largos litigios en los que, con dificultad, se defendieron. No obstante, el engaño fue revelado y Mark Rutte y su gabinete renunciaron, para ser reelegidos al tiempo. 

Por aquí y allí aparecen intelectuales liberales y libertarios que conceden la importancia de la seguridad social o la redistribución de la riqueza. Pero estas no dejan de ser curiosidades intelectuales al pie de página de la gran oda a la libertad. Los políticos liberales y libertarios prosperan gracias a la crítica de la seguridad social, evocando el relato de los diligentes y productivos que son explotados por la molicie y corrupción de burócratas y sindicatos. Y si esto se conjuga con un miedo nacionalista y étnico, es un discurso que nunca deja de producir votos.

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