Una de las facetas más visibles de la opulencia de Pablo Escobar fue la Hacienda Nápoles, ubicada en la Autopista Medellín – Bogotá, en el municipio antioqueño de Doradal. Tenía una plaza de toros, carros de carreras, motos acuáticas y un gran zoológico. Luego de la extinción de dominio y muchos pleitos legales para definir qué hacer con el predio, se convirtió, en el año 2006, en un parque temático que hoy cuenta con hoteles, experiencias de aventuras acuáticas, toboganes, santuarios de fauna donde habitan los polémicos hipopótamos, y hasta un museo.
Durante años fue el símbolo del legado más ostentoso de su creador. Un monumento a la ambición, la maldad y el dinero fácil que marcó una época del país. Hoy es un lugar de diversión y conexión con la naturaleza abierto al público. Mucho se ha discutido sobre qué hacer con los hipopótamos, considerados una especie invasora. Los cuatro ejemplares que trajeron en los años ochenta, se convirtieron en 160 que hoy viven de manera salvaje en el Magdalena Medio. Pero la historia de este lugar no es sólo la de los hipopótamos. Es también la de todas sus especies que no deberían estar ahí en primer lugar, sin embargo, gracias a ellas, la hacienda es hoy lo opuesto de lo que la erigió: es una celebración de la vida, una invitación a convivir, humanos y no humanos, de forma armónica, aunque forzada por supuesto.
Hace unos días se murió Rania, la elefanta que llevaba quince años en el Parque, luego de ser rescatada de un circo donde trabajó durante veinte años. Murió de vieja, se fue postrando poco a poco en un lago de lodo donde vivió y jugó en libertad. Su compañero, un elefante llamado Zimbawe, no ha abandonado su cuerpo inerte, en una demostración de duelo por su pérdida. La noticia me conmovió y me hizo pensar en el curioso rumbo que tomó la Hacienda Nápoles, desde su creación con dinero manchado, hasta la transformación a lo que es hoy.
En el sitio web del Parque anunciaron la noticia del deceso de su querida Ranny, con palabras sencillas, pero que honran la vida de este majestuoso animal y dignifican el dolor de su compañero: “Nos queda la tranquilidad de haberle proporcionado una buena vida y cuidados en estos años, los mismos que mantendremos para Zimbawe, nuestro otro elefante, que debe tener una tristeza más profunda que la nuestra”.
¿Quién habría predicho que la mansión del narco sería un santuario de animales? ¿Qué en esta tierra en la que no nacieron elefantes, cebras, hipopótamos ni tigres, vivirían personas dedicadas a su cuidado? ¿Que este lugar, en otro momento, oscuro y maldito, se convertiría en un espacio para preservar la vida de todas las especies?
En un país como Colombia, acostumbrado a eliminar lo diferente y lo que estorba, y con un avance lento en materia de protección de animales, el trabajo de este parque temático sublima de cierta forma la violencia que hemos sufrido, porque le tocó acoger a unos ejemplares obligados a vivir en un hábitat que no es el suyo, pero eligió cuidarlos y darles las herramientas necesarias para su conservación.
Un contraste que algunos calificarían de contradictorio, que a mí me parece asombroso y conmovedor. Recordé un libro muy peculiar que leí en el 2023 llamado El arte de coleccionar moscas, del científico sueco Fredrik Sjöberg, en el que expone su afición a coleccionar estos insectos y por qué lleva toda su vida estudiándolos y aprendiendo a diferenciarlos de una manera tan dedicada y precisa. Su respuesta condensa la misma idea que hoy se le puede atribuir a la importante labor que hacen en la Hacienda Nápoles: “al final lo que defiendo es que aprender a leer la naturaleza es un ejercicio infinito”.
Otros escritos de este autora: https://noapto.co/amalia-uribe/