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Las columnas de opinión

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Escribir una columna tiene una paradoja: hay que volver infinito lo que por condición no lo es. Las opiniones están sujetas al conocimiento de quien escribe, a una comprensión adecuada del tema como para hilar dos o tres argumentos, o hacer algunas preguntas. Esta imposibilidad de conocer lo suficiente como para tener un repertorio de temas que no se extinga, y permita una escritura habitual durante mucho tiempo, tiene una ventaja: el columnista se ve forzado a hacerse nuevas preguntas, a investigar, a estudiar. Hasta ahí todo bien. La columna obliga a la curiosidad y el columnista con ética de trabajo, trabaja duro. 

Pero algunas veces — y esto ocurre, sobre todo (paradójicamente) en escritores y escritoras con oficio e imaginación (o a lo mejor precisamente por ello) — se llega a un aparente estado de suficiencia en el que el escritor asume que porque a pulido su arte durante años, puede opinar absolutamente de todo. Y no se equivoca, la opinión no requiere ser infalible o construida siempre desde el conocimiento absoluto sobre un asunto. Pero cuando se habla de lo que no se conoce a menudo se cometen imprecisiones. El problema, como siempre, está en los detalles. La columna tiene una aspiración de persuasión y para ello, la columnista o el columnista, debe convencer al lector de que su argumento es bueno o que su pregunta es aguda. Esto produce frases categóricas a propósito de asuntos que no se conocen lo suficiente.

Se me ocurren dos casos para iluminar esto que estoy diciendo. Hace muchos años, cuando Álvaro Uribe Vélez era el personaje más relevante del país, Carolina Sanín —maestra de la opinión y sus menesteres —dijo en un texto que el expresidente y Antanas Mockus eran personajes muy parecidos. Para desarrollar su idea realizó una lectura equivocada del enfoque de cultura ciudadana y las alcaldías de Mockus.

Unos años después William Ospina construyó también una mala semejanza entre dos políticos. Según este ministro de cultura que nunca fue, Oscar Iván Zuluaga y Juan Manuel Santos eran dos males iguales. Su opinión apareció en la víspera de la elección presidencial de 2014, en la que se jugaba la continuidad del proceso de paz con la guerrilla de las Farc. Por fortuna los votantes no estábamos de acuerdo con Ospina.

Hay otro rasgo recurrente en los columnistas que se suma al de querer opinar de todo: el de ser esclavos de la coyuntura. Hay que escribir siempre de la noticia de la semana, de lo que la gente está hablando. Esto produce reflexiones reactivas con poca rumiación. Horacio Quiroga en el decálogo del cuentista perfecto decía: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”. Atender a la coyuntura es en parte dejarse llevar por la emoción, hablar sin la pausa suficiente para el pensamiento. Quien escribe siempre de lo que pasa en la semana, está reaccionando, no pensando.  

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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