La risa cómplice del maltrato intelectual

La risa cómplice del maltrato intelectual

¿Por qué nos reímos cuando alguien con sus grandes palabras acaba y minimiza a otros?

¿Por qué nos causa gracia que, en los debates sobre ideas, se ataque sin clemencia a las personas?

¿Cuál es la fascinación por los adjetivos descalificadores?

¿Dónde encontramos lo chistoso en las palabras que disminuyen y dejan en ridículo a los demás?

Pero peor, ¿por qué no decimos nada cuando lo escuchamos? ¿Por qué permitimos que en nuestra presencia ese tipo de situaciones pasen desapercibidas?

Estamos maravillados con seres que tratan como basura a los demás, gente que sabe de cosas,  que son expertos en temas, que tienen incluso visiones excepcionalmente buenas sobre ciertos asuntos, pero que maltratan a sus interlocutores y peor, que se ufanan de ello, les parece una cualidad ser violentos con su conocimiento, se excusan y ensalzan diciendo que “alguien tenía que hablar así”, que “nos damos muy pasito”, que es su “estilo” y yo creo que más que eso es la justificación de haber cultivado todo menos su espíritu, de haber formado todo menos su humanidad, de tener control sobre todo menos sobre sus emociones, de haber mirado todo menos su interior, de saber contar todo menos una historia empática, de saber tanto -que cómo dicen por ahí- “saben a mierda”.

¿Cómo está configurada nuestra pirámide de valores que gozamos ante la caída, ante la dominación sobre alguien? ¿Cuándo algo tan grande y maravilloso como la risa, la convertimos en burla? 

¿En que momento los maltratadores se convirtieron en nuestros héroes? ¿Y los que los denuncian, unos pusilánimes que hablan de lo “personal” en redes? Se vuelve normal la violencia y patética la defensa.

Y es que esas personas no dejan de ser buenos analistas, o gente muy conocedora, pero la inteligencia es más que eso, un ser inteligente es más que saber, más que ser elocuente, más que tener con buena memoria para las cifras o tener un PHD.

Yo por lo menos lamento mucho la complicidad de la risa de sus aduladores, que confunden estar de acuerdo con ser sus discípulos ciegos y cómplices de su tiranía.

Lamento también que estar cerca de ellos se haya vuelto aspiracional, que dejemos de ver sus violencias, activas o pasivas, porque ostentan el poder y parece que queremos estar bajo sus sombras, unas que quitan la luz incluso a sus fantásticos y elocuentes discursos.

Definitivamente no sólo las buenas ideas construyen, lo hace también el espacio y la conversación en que surgen, las formas que acompañan la idea, la manera como se afrontan las opiniones opuestas. Es que parece una sutileza, pero es el contenedor donde pueden o no surgir los pulsos creadores, cuando una idea revienta el contenedor, ella se fuga, no que queda en ningún lado.

Una idea que maltrata es igual a un disparo, hace mucho ruido, hiere y al final solo mata.

Ser solo mente no solo no basta, sino que le falta mucho para consolidar algo grande o transformador, mínimo le falta vínculo para que la idea suceda, alma para que inspire, cuerpo para que se materialice y tierra para que sea fértil.

Mi invitación es a la integridad, al humanismo, a que no olvidemos que nos sostiene también el oxígeno que respiramos entre nosotros (intangible) que es vinculante, que nos hace humanos, porque además en muy poco tiempo -sino es que es ya- las máquinas serán más inteligentes que nosotros, lo único que nos quedará será nuestra humanidad, sensible, relacional, empática y compasiva.

Mi invitación es a no reír cuando otro fusila a su opositor disminuyéndolo, porque, aunque tenga razón perdió más de lo que llevó a la mesa. También a no confundir esas formas con valentía, solo un cobarde necesita ir con dagas cuando su adversario está desarmado.

También a estar atentos con lo dueños del micrófono, que su voz tenga megáfono no significa que tiene razón, solo tiene altavoz, y tenerlo no es democrático ni menos meritocrático, es una combinación entre el azar y algunas capacidades que condimentando con algo de privilegio, los hace en estos tiempos, dueños de la verdad.

Digo esto sin la superioridad moral de quien juzga desde el burladero, lo digo habiendo estado en todas las sillas de esta conversación: he sido cómplice con risas, he sido también la que disminuye y he sido esa disminuida. Y puedo decir, con la piel en el juego, que en ningún caso he salido con algo más grande. Porque estas no son conversaciones realmente, se parece más a lo que sucede en el coliseo Romano, donde solo uno de los que entró sale vivo, pero todos salen heridos y esto con el único fin de ser circo para el pueblo, para hacerlos reír ante tan sangrientos eventos.

Por alguna razón esa forma de liderar o de ser ya no está calando en las generaciones mas jóvenes, ya no les basta el dinero, ni el poder, tampoco el conocimiento, ni la fama o el prestigio, ya no admiran a líderes ni organizaciones que maltratan, que disminuyen. Algo cambió en la pirámide de valores de estos tiempos, algo está por encima de todas esas características que hicieron ricos, famosos y heroicos antaño, ahora dudo que esos personajes pasen a la historia.

Es hora de la integridad, del conocimiento sistémico, del cuidado, del territorio amplio, de la diversidad, de la confrontación de ideas y no de personas. Es el momento de reconocer que tener la razón es menos importante que tener compasión.

Quien quiera la razón, por lo menos conmigo, se la doy, es suya, yo por ahora prefiero perder la “carrerita” intelectual y ganar relaciones con las que pueda construir, con visiones distintas, una sociedad mejor.

Nos recordarán no por lo que dijimos sino por lo que inspiramos, por cómo tratamos a los demás, por las palabras cálidas y no por las cifras certeras. Nadie jamás recordará lo dicho, pero si lo que hicimos sentir con nuestras palabras.

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