Cuando Kurtz, el enigmático personaje de El corazón de las tinieblas, la novela de Conrad, siente llegar su final, tiene tiempo para decir dos palabras: «¡El horror, el horror!». Es la parte final de su delirio, el epílogo de su viaje que lo llevó de comerciante a semidiós y de allí a enajenado.
Hay, en Colombia, un hombre que se me antoja parecido. También ha hecho un viaje: de director de una agencia del estado a alcalde, de allí a concejal, luego fue senador, lo eligieron gobernador, fue presidente, fue reelegido (y quizás entonces se sintió él mismo un semidiós, capaz de mover todo lo necesario, lo legal y lo ilegal para seguir allí), pasó a ser un imputado, y hoy es un condenado.
También, como tantos en este país que no se cansa de dispararles a uno y a otros, es huérfano de padre.
Y también, como Kurtz, me parece a mí, ha encontrado las palabras que lo resumen todo, aunque él aún no las pronuncia: «¡La rabia, la rabia».
Álvaro Uribe Vélez leyó el presente de la campaña política y decidió que su apuesta para volver al poder con alguno de los suyos, uno que siente cercano e influenciable, está en atizar la hoguera de los enconos, para remover los viejos odios y sembrar unos nuevos.
Sus palabras, leídas en el funeral de Miguel Uribe Turbay, son prueba de ello. Mandó a decir allá, que «algunos miembros de la Unión Patriótica que promovían el secuestro, participaban de órdenes de asesinato, pero se sentían con derecho a imponerse sobre la democracia», acusando sin pruebas a las víctimas del genocidio que costó la vida a más de 8.000 personas.
Eso mandó a decir Uribe Vélez, desde su prisión domiciliaria, para que lo leyeran en la Catedral Primada, donde el mensaje de unión nacional, de reconciliación, de basta de odios que habían estado pidiendo unos y otros, se fue desvaneciendo entre el sahumerio y el humo de las velas que rodeaban el ataúd del joven senador.
Ya antes se había despachado en improperios contra Juan Manuel Santos, a quien considera el gran traidor, contra quien la animadversión parece no cesar con los años, sino incrementarse. ¡La rabia, la rabia!
Hay quienes secundan el sentimiento, hay en quienes retumba el mensaje y lo replican, porque saben que ahí está la oportunidad política, que es así como lograrán su cometido: ganar, imponerse. O cobrarse cuentas que creen pendientes.
Escribió el alcalde Federico Gutiérrez en su cuenta en Twitter el 11 de agosto que en Medellín habría un dueño de tres días y que durante ese tiempo las banderas estarían a media hasta como acto de respeto y protesta. Y agregó: «Un símbolo de que Medellín no es indiferente, de que esta ciudad abraza a las víctimas y rechaza la violencia venga de donde venga».
Luego, el 14 de agosto, tres días después, afirmó ante la audiencia del Congreso Empresarial Colombiano de la Andi: «No puedo decir que Petro sea responsable, pero si no fuera presidente, Miguel estaría vivo». ¡La rabia, la rabia!
Me causa curiosidad saber si a Federico Gutiérrez acusar sin pruebas y responsabilizar a alguien de la muerte de Uribe Turbay —o de quien sea—, aunque sea veladamente, no le parece una forma violenta de tramitar las diferencias ideológicas. ¿Cuál es, entonces, la violencia que rechaza tajantemente el alcalde de Medellín?
Y hay otros, claro, que entendieron que ese es el camino. Por ahí anda un tal Abelardo de la Espriella intentando matizar el verbo que escogió —destripar— para referirse a la izquierda. Cuando se los dijo a los periodistas de La FM (quienes han hablado de lo peligroso que es el tono que usa el presidente Petro), ninguno allí dijo nada. Cuando, en una entrevista, se lo recordó Luz María Sierra, directora de El Colombiano (donde también han editorializado sobre cómo dice las cosas el gobernante), De la Espriella se salió por la tangente mencionando la cuarta acepción del verbo en cuestión: «Interrumpir el relato que está haciendo alguien de algún suceso, chascarrillo, enigma, etc., anticipando el desenlace o la solución». Que le iba a hacer un spoiler a la izquierda, dice ahora que quiso decir antes. Nada le dijo la avezada periodista sobre lo absurdo de su explicación.
Hay fuego amigo: «No entrarán travestis de la política», soltó María Fernanda Cabal advirtiendo que ahora que ha avanzado en posiciones en la fila de aspirantes, no dejará que otro se le cuele.
¡La rabia, la rabia!
La entendió Uribe Vélez, la seguirá alimentando desde su reclusión. Lo imitarán otros. En algún momento futuro se preguntarán con sorpresa qué nos ha traído hasta aquí antes de seguir adelante en ese bucle violento que a veces llamamos Colombia.
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