La rabia como costumbre

La rabia como costumbre

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El video se hizo viral la misma noche de la jornada de electoral del pasado domingo 29 de octubre. Fue grabado desde la altura de los balcones y ventanas que rodean la casa donde vive el derrotado exalcalde de Medellín, Daniel Quintero.

No se ven rostros, se oyen voces. Voces que son gritos, claro, porque es gente que quiere que Quintero los oiga, que se entere de que es con él. ¿Qué es lo que gritan? Improperios, claro. Insultos.

En Medellín (y en Colombia, también, pero hablemos solo de este estrecho valle, por ahora) sabemos convertir fácil la euforia de la victoria en el descontrol de la rabia que busca venganza.

Fui adolescente en la Medellín de los 90, la que había enterrado a Pablo Escobar y clausuró su nombre y las conversaciones a su alrededor, quizá porque le seguía teniendo miedo a su fantasma.

Era una ciudad de gente armada y de gatillo fácil. Hace poco, no sé bien por qué, hice la lista de las personas que conocí y que murieron violentamente. Necesité todos los dedos de las dos manos. Sé que hay gente que no le alcanzaría ni con los de los pies.

De aquella época recuerdo que le temía a los triunfos deportivos: las celebraciones, que empezaban con abrazos, cantos y hurras, terminaban siempre con el informe de muertos en los noticieros. Cualquiera: el 5 a 0 contra Argentina, el triunfo de Juan Pablo Montoya en la Cart World Championship Series, el gol de tiro libre de René Higuita a River Plate en el Atanasio… cualquiera.

Una pelea aquí, una discusión allá y alguien que decidía que la solución estaba en la pólvora y el plomo. “…es lógico, no se puede hablar con un difunto”, dice la canción que compusieron René Pérez, Eduardo Cabra y Rafael Ignacio Arcaute.

El video viral aquel con el que empezaba esta columna me recordó esa actitud. Sí, nadie disparo esta vez, pero ahí estaba presente esa necesidad de convertir cierta alegría —la que sea— en la oportunidad de vengarse.

Pero hay más, claro. Porque en el fondo no era solo el gesto grotesco de los malos ganadores o el infantilismo de quienes se las dan de bravucones insultando desde la penumbra. Lo que los mueve, me aventuro, es una suerte de odio contenido, de vivir la vida con la rabia como costumbre, de la intolerancia a flor de piel y el espíritu —si tal cosa existiera— dispuesto para el linchamiento del otro, del que me molesta, por las razones que sea. Se me antoja que son gente que entendió eso de “llevo el hierro entre las manos” no como aferrar una herramienta para abrir el monte, sino un arma contundente con la cual asestar al otro… y golpearlo si tiene la oportunidad.

¡Qué gente violenta somos! Hablé de Medellín, pero nos repetimos en otros lados, también. En Cali, por ejemplo, más de once mil personas votaron al concejo de la ciudad por un personaje que alcanzó reconocimiento por dispararle a otros ciudadanos, vecinos suyos, habitantes de su propia ciudad, a quien consideró enemigos. Fue el candidato de la lista del Centro Democrático al Concejo de Cali que más votos recibió. A él, sospecho, ninguno de sus vecinos le ha gritado insultos desde los balcones.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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