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Jacques Rancière propone una de las definiciones más bellas de la política. El filósofo francés la entiende como tensión y lucha por incorporar en el orden social a los que no tienen parte, a aquellos que han sido relegados por los poderes dominantes. Su noción de política está determinada por la búsqueda de igualdad entre los sujetos que se agrupan en una comunidad. Incorpora, en ese sentido, una idea de justicia que está implicada en el deseo de igualdad. Entendiéndola así, la política sería un conjunto de acciones que buscan diseños institucionales justos. Tendría como horizonte la consecución de instituciones que no privilegien los intereses de unos sobre otros. (Le pido disculpas a Benjamin Arditi por esta enorme simplificación del argumento de Rancière).
Hay muchos asuntos que este texto no puede abordar, en particular, las definiciones de igualdad y justicia. Tampoco puede presentar la teoría sobre la política de Rancière. La referencia a él tiene que ver entonces con el desprestigio del ejercicio político, con la repugnancia que genera en muchos y muchas pensar en la participación en el servicio público. Hay una especie de superioridad moral e intelectual en quienes reniegan de la política. Quienes pasan años preparándose para ser competentes en cargos públicos, aquellos que les interesa la búsqueda de la justicia, son también los que más se incomodan cuando se les insinúa una eventual participación en lo público. Esto puede tener varias explicaciones. Pero casi siempre en los argumentos — de aquel o aquella que pese a tener las características para una participación provechosa, se niega a hacerlo— hay una descripción de la política como un escenario indigno.
Este año hay elecciones locales en Colombia. Cientos de personas con cualidades morales y técnicas van a descartar su participación en los cargos de elección popular que se elegirán el domingo 29 de octubre. De otro lado, las bandas de nepotismo, amiguismo, corrupción e incompetencia van a llenar los tarjetones con sus caras y las de sus primos. Van a luchar con todas sus fuerzas y las de sus aliados armados para obtener, y en muchos casos mantener, la política como botín familiar. Por supuesto que esto es una exageración y seguramente el escenario será más complejo que esta caricatura del bien contra el mal. Pero lo que es cierto es que mientras esto ocurra en más o menos medida, los que no tienen parte, los relegados, van a seguir subrepresentados. Los que podrían hacer alguna diferencia van a estar refugiados en una nube de autocomplacencia moral haciéndoles la tarea más fácil a las bandas, y la construcción de una comunidad política, en donde todos tengan parte, va a estar mucho más alejada.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/