La patria es la otra

La confección de individuos dóciles y útiles, diría un filósofo al que le vimos las costuras recientemente, es el propósito de los centros de encierro que buscan la normalización. El colegio y la universidad cumplen además de una función humanista, una tarea instrumental y necesaria para la vida en sociedad. Por lo menos para esa vida que se considera valiosa en un sistema social. La disciplina, como medio para encauzar el comportamiento, persigue la introducción de un patrón conductual que se asume valioso. En el contorno de las sociedades capitalistas de consumo — y en el capitalismo en general— lo que define esta educación es la productividad.

Sobre esta idea pido paciencia porque leyendo de corrido puede confundirse su sentido. No es que en otros sistemas sociales no fuera importante la pregunta por la contribución de cada individuo para la vida común. Lo que quiero decir es que en el marco capitalista la función social está determinada por la productividad. Se existe, se contribuye socialmente, en tanto se es productivo. La educación, el arte, la política y todas las demás instituciones están atravesadas por su contribución de mercado. Nada está por fuera de él. Lo que se sale, se desvía, se considera improductivo, es una anomalía que debe tramitarse.

O Último Azul, la película de Gabriel Mascaro, juega con esa idea de gestión de la anomalía sistémica. El mundo que nos cuenta — al que el calificativo de distópico le queda muy ancho— es uno que tiene que vérselas con el trámite institucional de la improductividad. Los ancianos, presentados como una carga para el buen funcionamiento del país, son obligados a recluirse en villas pagadas por el Estado. Una especie de sistema nacional de cuidado/mecanismo de mantenimiento de la productividad. Nada nuevo bajo el sol, ni muy cercano a Zamiatin o a Severance

La perversidad social del universo de Mascaro está elaborada en la narración de un escuadrón policial que persigue a las ancianas insurrectas. Ahí aparece una provocación sobre la pérdida de sentido vital en el marco capitalista. Si yo no soy productivo, no existo como individuo, luego pierdo la agencia. ¿Qué es un individuo si no aquel que puede decidir sobre sí mismo? La improductividad se condena con declaratoria de interdicción. Si no soy funcional al sistema mi existencia se vacía de sentido. ¿Distopía? Más bien experiencia cotidiana con un poquito de esteroides. 

En ese camino de insurrección, de deseo de libertad y de pérdida de la existencia, aparece el punto más alto en belleza de la película, que no tiene pocos. Un retrato hondo, imaginativo y ambiguo (como casi todo lo bello) de la amistad entre dos mujeres que comparten corazón con Rosa Luxemburgo. El abrazo, la compasión y el cuidado aparecen en las escenas que tejen la relación entre estas dos parias despojadas de hogar, de sentido y de patria. Se darán cuenta rápidamente que la única patria posible es el amor que se tienen la una a la otra. Y que allí, otra vez, tendrán la posibilidad de ser ellas, luego del violento destierro existencial al que fueron sometidas.   

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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