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Por esta época muchas personas comparten su Wrapped de Spotify, una serie de estadísticas y medidas de la música que han escuchado durante todo el año. He visto en redes sociales cantidad de cosas sobre las que se enorgullecen las personas en relación a sus patrones de escucha:
El que quedó en el porcentaje de quienes más escuchan a Taylor Swift; la pelada que aparentemente escuchó 2 años de música en 1; o los que tienen artistas de géneros diferentes en su top 5; el mío más interesante, fue haber escuchado a 1126 artistas en todo el año.
Tomar ese pequeño tour por los gustos musicales propios y ajenos me hizo pensar en el importante efecto que tiene la música sobre nosotros, en la música que somos.
Mis recuerdos musicales más antiguos son dos. Juan mi hermano tenía un casete de VHS donde grababa video clips que presentaban en MTV, este a su vez grabó en mi corazón los videos de Show me how to live y Cochise de Audioslave; Feeling this y First Date de Blink-182; también Big Me y Learn to fly de Foo Fighters. Considerando que en MTV no sólo ponían música nueva y que la cinta podía ser regrabada, este recuerdo puede ser de cuando yo tenía entre 4 y 6 años.
Juan también tenía un porta-CDs lleno a reventar de discos quemados con música que conseguía a través de los medios de la época. Recuerdo que en mi casa había una pequeña grabadora gris que podía reproducir casetes y CDs; mientras mis papás la usaban para escuchar y repetir predicaciones yo aprovechaba para poner aquellos discos que entre otros se titulaban “Hombres G”, “Enanitos Verdes”, “Incubus”, “Metallica”…
Tiempo después, durante mi adolescencia, adopté la costumbre de escuchar álbumes completos, de clasificarlos para cada momento de la vida, de analizar y criticar la música y sobre todo, de buscar con el desespero del sediento mi próxima revelación musical.
Recuerdo que veía los programas de VH1 titulados “100 hits…” donde presentaban hits de todas las épocas; anotaba rápidamente los nombres de las canciones y las bandas para luego descargar sus discos, durante toda mi adolescencia curé una biblioteca de iTunes con miles de minutos de música que me resistía a abandonar cuando Spotify empezó a ser algo.
También, gracias a los videojuegos encontré cantidades de canciones y artistas memorables. Al punk y el metal me acerqué por los soundtraks de Tony Hawk y Guitar Hero, no olvido Who is Who de Dropckick Murphys, Let’s Have a War de From Autumn To Ashes, Fall Back Down de Rancid, Liberate de Disturbed. Por medio de FIFA llegué a mucha música alternativa que hoy todavía escucho, Ladytron, Metric, MGMT, Cut Copy, Kasabian, Bloc Party, cuántos más.
Entre tantos grandes artistas y memorables canciones he intentado escoger los mejores, que no son necesariamente eso sino los que más se han mantenido en el tiempo. Sin embargo, cualquier lista o numeración sería injusta pues son incontables los minutos que he pasado en todos los rincones de la música: en el rap alemán, el rock alternativo noruego, el grime ingles, el reggae, en boleros, en los clásicos del new wave y el rock latino, en las locuras de Ozzy y Kiss, en las emociones indescifrables de Beck y la poética teatralidad de Lou Reed; cada canción, cada fragmento, se configuran en sentimientos tan especiales que no todos se pueden describir en clasificaciones emocionales.
Durante los últimos tres o cuatro años mi Wrapped de Spotify ha estado dominado por un señor que se llama Albert Hammond Jr, por Rey Pila, The Voidz y Zoé. De todos los mencionados grupos y artistas, ninguno sabrá jamás las lagrimas que me causaron, la alegría, la euforia; no se enterarán los que me acompañaron en las tusas ni los que me ayudaron a dormir; nunca lo sabrán, pero les han puesto sonido a las escenas de mi vida, mi historia no se puede contar sin ellos pues hicieron la música que yo soy.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-estrada/