La maternidad no está a la venta

La escritora Chimamanda Ngozi Adichie reveló recientemente que, debido a sus múltiples ocupaciones, pero convencida de su deseo de ser madre, decidió pagar a una mujer para que gestara a sus hijos. Esta confesión reavivó en redes sociales un intenso debate sobre si la posibilidad de celebrar contratos en torno a la maternidad y la compraventa de seres humanos es una expresión de la libertad de las mujeres o una de las formas más crueles de violencia, deshumanización e instrumentalización tanto de las gestantes como de los niños que traen al mundo.

Por la manera en que algunos abordan este tema—con un lenguaje frío, alejado de los afectos y del sentir humano—pareciera algo inofensivo e incluso un ejercicio de la «agencia» de las mujeres. Se presenta como si aquellas que aceptan ser vientres de alquiler lo hicieran en un profundo acto de altruismo, sacrificándose para que otras personas cumplan su anhelado deseo de ser padres. Pero la realidad es otra. Lo cierto es que, al igual que Chimamanda, miles de personas, amparadas en sus privilegios económicos y sociales, explotan la capacidad reproductiva de mujeres en situación de vulnerabilidad. Y lo hacen con la intermediación de poderosos gremios médicos que lucran con la mercantilización de estos «acuerdos contractuales».

La maternidad subrogada es una forma de explotación reproductiva y, por ende, una manifestación de violencia contra las mujeres. Mercantiliza sus cuerpos y convierte a los bebés en productos transables. Lejos de ser un acto altruista, perpetúa la desigualdad y vulnera la dignidad humana no solo de las madres, sino también de los hijos que les son arrebatados. En países como India, donde la maternidad subrogada ha sido regulada, se ha institucionalizado la explotación de mujeres en condiciones de precariedad económica. India se ha convertido en un destino de «turismo reproductivo», donde parejas extranjeras buscan vientres de alquiler a precios reducidos. Sin embargo, estas regulaciones no han erradicado la explotación ni han mejorado la calidad de vida de las mujeres; más bien han desplazado esta práctica hacia la clandestinidad, aumentando los riesgos para quienes participan en ella. Se trata de un negocio marcado por la trata de personas, la violencia y formas modernas de esclavitud.

Italia, en cambio, ha adoptado una postura firme en defensa de la dignidad humana al prohibir la maternidad subrogada y considerarla un «delito universal». En octubre de 2024, el Parlamento italiano aprobó una ley que sanciona a quienes recurran a esta práctica, incluso si lo hacen en el extranjero.

Si me lo preguntan, es evidente que Colombia no debe seguir un modelo que perpetúe la explotación de mujeres ni permita la compraventa de seres humanos, pese a que ciertos grupos autodenominados «feministas», en alianza con el Estado y asociaciones médicas, aboguen por su regularización. Sin embargo, la discusión va más allá del ámbito legal. La maternidad subrogada no se reduce únicamente a la explotación económica de mujeres ni a la cosificación de los bebés, como si fueran productos de vitrina que se eligen y se compran. También conlleva una pérdida irrecuperable en el plano simbólico.

Diana, una mujer a quien leo con frecuencia en Twitter, expresó esta idea con una lucidez que me conmovió profundamente:

«Cuántos millones de seres humanos han nacido y crecido infelices por los conflictos derivados de la maternidad patriarcal, obligatoria y del padre impuesto. No les bastaba eso, ahora nacerán otros miles aún más infelices, gestados y alumbrados por dinero, y sin origen. La transacción borra la historia materna, elimina todo rastro del vínculo inicial, reduce el nacimiento a una simple entrega de mercancía, quebrando la posibilidad de una memoria afectiva que conecte a esos niños con sus raíces».

Reproduzco estas palabras con el ánimo de que reflexionemos sobre este tema con menos frivolidad y más cercanía a lo que realmente significa la maternidad para las mujeres: el arraigo, la ternura, el acto de traer al mundo a un ser humano gestado en su vientre, una decisión que no debería estar mediada por presiones económicas o sociales, sino que debería pertenecer únicamente a ellas. Es decir, hablemos de maternidad desde la libertad femenina y no desde la lógica del mercado ni desde la visión reduccionista que hoy intentan imponernos quienes defienden los intereses del capital y los deseos de los hombres.

En Colombia, es fundamental abrir un debate crítico sobre la maternidad subrogada desde la perspectiva de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, su libertad y, sobre todo, el sentido común, solo así evitaremos la consolidación de un proyecto como el de Gilead, que desde 1985 predecía Margaret Awood y que hoy parece más cercano de lo que creíamos. 

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/sara-jaramillo/

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