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Thomas Piketty hace parte del numeroso grupo de académicos que han hecho un esfuerzo enorme por estudiar la desigualdad en el mundo. Actualmente hace parte del comité ejecutivo del World Inequality Lab, que condensa la Base de datos sobre desigualdad mundial y genera el reporte anual de desigualdad. En su último libro “Breve historia de la igualdad”, al que califica como uno “optimista”, asegura que por muy injusto que nos parezca el mundo actualmente, nuestras sociedades son cualitativamente más igualitarias de lo que eran en 1950, o en 1900. Y estas, a su vez, lo son más que las que se establecieron en 1850 o 1780.
Frente a esa historia de creciente igualdad, Piketty ofrece dos conclusiones importantes. La primera -que estima obvia- es que la desigualdad es sobre todo una construcción social, histórica y política. Su análisis es cercano a la concepción de “desigualdad social” de Rousseau. La desigualdad es principalmente una elección política que depende de las visiones y los diseños institucionales de cada época. La riqueza, asumida como el resultado de un proceso colectivo de la humanidad, se distribuye en el mundo de acuerdo con normas e instituciones. El grado de igualdad social depende del compromiso o no de esas instituciones con la justicia.
La segunda conclusión es que la senda de igualdad que estamos experimentando desde finales del siglo XVIII es consecuencia de la lucha social. La revolución, la movilización social y la acción colectiva frente a las injusticias sociales ha permitido la transformación de las relaciones de poder y la constitución de sociedades más igualitarias, aminorando la influencia, dice el autor, de las instituciones en las que se han basado las clases dominantes para estructurar la desigualdad social. Al ser la desigualdad una decisión principalmente política, la disputa social por un diseño institucional más justo ha permitido un acercamiento a sociedades más igualitarias. Desde las revueltas campesinas de 1788 y la Revolución Francesa, pasando por el movimiento por los derechos civiles en EE. UU., la lucha social ha permitido la constitución de sociedades más justas.
Breve historia de la igualdad que condensa buena parte de los trabajos científicos sobre la desigualdad parece confirmar aquella cita de Margaret Mead, que al ministro de educación Alejandro Gaviria le gusta mencionar: “nunca duden de que un grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos puede cambiar el mundo. Ciertamente es el único modo de hacerlo”. El camino hacia sociedades más igualitarias que estamos transitando hace siglos es consecuencia, dice Piketty, del compromiso de muchos ciudadanos con la justicia, de la lucha por un mejor mundo para todos.