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“En la lucha por el poder el azar no existe”
Santiago Posteguillo.
Falta un mes y medio para las elecciones locales, pero llevamos casi dos años en campaña entre especulaciones de quiénes serán los candidatos, rumores, y por supuesto, el efecto post presidenciales. Hay más de diez candidatos a la alcaldía de Medellín, y como seis o siete a la gobernación de Antioquia, entre los que muy pocos se destacan. Me parece que seguimos dando vueltas en redondo, como un gato que se persigue la cola. Llevamos años en la misma polarización, repitiendo discursos vacíos y gastados que parecen sacados de un libro viejo. Somos ese pueblo del que tanto nos burlamos al que parece que no le pasara el tiempo.
Todos se autoproclaman “el diferente”, “el nuevo”, “el independiente”. Señores, —porque mujeres hay muy pocas en la contienda—, basta. No tienen nada de novedosos, ni de diferentes, ni de independientes. A todos les conocemos el pasado, los amigos, los padrinos políticos y las embarradas. Sabemos muy bien quiénes son, con quién toman café, whisky o empanada, qué les gusta, y hasta podemos adivinar a quiénes van a tener en su gabinete y vislumbrar un poco cómo van a gobernar si es que llegan a hacerlo.
Leo los posts del Instagram de algunos candidatos, tan triviales que me hacen pensar en lo penosas que se han convertido las campañas políticas. Personas compitiendo por likes, por fama, por abrazos falseados en las calles. La fórmula que crearon Mockus y Sergio Fajardo hace más de veinte años: hombres con camisa, jeans, tennis, el mismo pelo y peinado, el tono de voz igual y el discurso de la cercanía con la gente. En su momento fue novedosa, disruptiva, chévere. A ellos les funcionó en algunas campañas, sin embargo, la realidad y el contexto del país son otros. Necesitamos conversaciones y estrategias distintas.
Hace exactamente cuatro años, estuve en una campaña política con un candidato a la alcaldía de Medellín. Recuerdo que mucha gente me decía que les parecía muy pinchado, muy parco. Y sí, puede que lo fuera, pero hoy pienso que, por lo menos, seguía siendo él. Se mostraba como era en su casa, con sus amigos y en la calle. La autenticidad no le sirvió de mucho, pues no llegó a la Alpujarra, pero hoy, con la perspectiva que afortunadamente traen los años, lo sigo observando en su función desde el Concejo y me sorprende que el tiempo, las coyunturas y los tropiezos no lo han deformado. Se mantiene firme en sus convicciones y posturas, pero eso no le impide tener amigos en otros sectores y llevar debates con altura.
Nunca se ha vendido como lo que no es, y eso es muy valioso. Más aún ahora cuando lo que importa es vender o recibir aplausos, incluso de aquellos que conforman el equipo para guiar y asesorar. Le decían también que no tenía carisma. Sigo pensando hoy lo que le dije en ese entonces: inspirar respeto es una forma de carisma. Sonreír todo el tiempo no significa ser genuino.
Hoy las campañas no tienen asesores sino expertos en mercadeo y estrategia digital. Lo cual está bien, pero no es lo único.
Toda mi vida he visto la obsesión de algunas mujeres de esta ciudad por encajar en el mismo estándar de belleza, tener la misma ropa, y ahora posar y bailar para hacer el trend más viral de tik tok. Me inquieta ese deseo inconsciente de ser lo que los demás esperan que seamos para convertirnos en una fotocopia, pues la originalidad asusta y se rechaza. Es mejor camuflarse que destacarse por ser singular. Pasa lo mismo con estos tipos. Son exactamente iguales, por lo menos en forma. No me gusta generalizar, pero el panorama en Medellín no tiene muchos matices para profundizar.
Y uno habla con sus “expertos” y responden que eso es lo que la gente quiere. Lo peor es que tienen razón. Es que nadie quiere ver a su superhéroe de turno —porque en eso también se han convertido los candidatos y gobernantes— cuando se quita la máscara y llega a su casa a dormir como un simple mortal, pues eso implicaría reconocerles a ellos la misma debilidad, vulnerabilidad y errores con los que cargamos quienes no aspiramos a cargos públicos. Queremos creer que ellos son mejores que nosotros, pero la verdad más realista de asimilar es que no lo son. De pronto son más valientes, más osados, más egocéntricos, eso sí.
No diré que no voy a votar por ninguno, porque dejé de pelear con el sistema del que hago parte y sé que alguien nos debe gobernar, pero sí hay algo innegociable: no voy a votar con miedo, ni por el menos malo, ni por el salvador, ni para impedir que otro gane. Honraré cada vez que vaya a las urnas a las mujeres que lucharon por mis derechos, votando por quien considere idóneo y que, además, no ponga en riesgo mis otros derechos.
Y lo más importante, votaré sabiendo que estoy dándole la confianza a otro ser humano igual de imperfecto a mí, pues no espero que los políticos sean salvadores, ni rescatistas. Los incendios con los que vivimos no se van a apagar con la voluntad de una sola persona.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/