La izquierda que necesitaba Colombia

Este año se cumplen diez desde la muerte de Carlos Gaviria Díaz, el sabio maestro, el juez liberal y garantista, el político implacable y decente. Gaviria era un hombre —y un político— de los que ya pocos quedan: brillante, agudo, sensato, de voz calma y pausada, de retórica coherente, de argumentos contundentes y bien hilados. Fue un hombre fiel a sus convicciones, pero nunca terco ni fundamentalista. Si veía en un adversario algo razonable, lo reconocía sin vacilar, porque para él el distinto era indispensable para la democracia.

Carlos Gaviria era de izquierda, sí. De izquierda en un país donde serlo ha sido, demasiadas veces, sinónimo de bandido, de sospechoso, de enemigo a eliminar. Luego de su paso por la academia y por la Corte Constitucional, quiso ser presidente. No habría sido el primero de izquierdas en aspirar a ese cargo, pero sí el referente que encarnaba la dignidad y la estatura moral de ese espectro político. Qué distinto habría sido el destino del país si Colombia hubiese sido gobernada por su tolerancia, su método socrático, su sabiduría inmensa, su incorruptible personalidad. Y cuán distinto también habría sido el rumbo de la izquierda democrática si su representación en el poder hubiese recaído en él y no en Gustavo Petro. Es difícil no pensar que las puertas de la vía electoral, tan esquivas y manchadas de sangre para la izquierda, se habrían abierto como legado suyo. Hoy, en cambio, la izquierda en el poder atraviesa una crisis de confianza tras el caos en que muchos consideran que Petro ha sumido al país.

Uno de los episodios más singulares de la vida de Gaviria fue su relación con Álvaro Uribe Vélez, quien fue su alumno en la Universidad de Antioquia. Cuando Uribe se ausentaba de clases para hacer política, Gaviria le dijo con calma profética: “Usted se ha trazado la meta de ser presidente y lo va a lograr”. El tiempo le dio la razón. Más adelante, ya en la vida pública, cada uno encarnó visiones muy diferentes: Uribe apostó por la firmeza en seguridad y el centralismo de su proyecto político, mientras Gaviria defendía el respeto a las libertades, la deliberación democrática y la importancia de los contrapesos. En la campaña presidencial de 2006 se enfrentaron directamente, y aunque hubo momentos de tensión, incluso acusaciones injustas, ambos se reconocieron como contradictores legítimos. Uribe expresó más de una vez su admiración por la trayectoria profesional y la rectitud de Gaviria, y este, por su parte, nunca dejó de señalar sus diferencias, pero siempre desde el respeto. Esa relación, a pesar de las distancias, es un testimonio de la importancia de la confrontación democrática sin rencor.

Gaviria fue un opositor tenaz de los autoritarismos, del populismo ramplón, de la mediocridad intelectual y del desprecio a la institucionalidad. Por eso es inevitable pensar cómo juzgaría hoy a Gustavo Petro. Criticaría su inclinación a desconocer reglas de juego, sus discursos confrontacionales y la tentación de concentrar poder. Cuestionaría la idea de una constituyente por fuera de los mecanismos legítimos, advertiría sobre los riesgos de negociar con estructuras criminales sin condiciones claras y reprocharía el debilitamiento del rigor institucional. La “paz total” de Petro, que parece más una consigna que una política con brújula, sería blanco de sus observaciones: para Gaviria, la paz no se mendigaba, se construía con justicia 

La izquierda que Colombia necesitaba no era la del grito fácil ni la del caudillo mesiánico, sino la de la decencia como bandera, la de la inteligencia, las causas sociales, la del respeto por las reglas y la dignidad en la diferencia. Una izquierda que reconociera en el contradictor un interlocutor legítimo, que no confundiera la crítica con el odio, ni la política con el espectáculo. Hoy, frente a la improvisación y el desgaste que ha traído Petro en el poder, su ausencia se siente más honda. Porque si algo nos dejó claro Carlos Gaviria es que otra manera de hacer política era posible, y que todavía lo es, si somos capaces de recuperar su legado de decencia y lucidez como punto de partida.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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