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Crecí con una idea absurda en la mente: que la belleza era importante. Siempre me decían que yo era muy linda, que esos ojos verdes tan hermosos, que ese pelo, que esa piel tan blanca.
Esa insistencia en algo tan subjetivo y efímero como la belleza me generó, en vez de confianza, inseguridad. Creía que la vida se trataba de mantener y cuidar la apariencia física, que debía estar siempre arreglada, impoluta, verme linda para que otros me apreciaran. Durante la adolescencia, cuando las hormonas empezaron a hacer de las suyas y el cuerpo se convirtió en un recipiente extraño de medidas desproporcionadas por la transición de la niñez a la adultez, me vi y me sentí fea y sin valor. Un desastre.
¿Qué hacer para compensarlo? Dietas. Dejar de comer lo que me gustaba. Ejercicio sin ganas ni motivación, sólo para quemar cualquier asomo de grasa localizada (no tenía, pero la distorsión del propio cuerpo es un asunto real y delicado), cirugías estéticas (me puse implantes de mama a los 16 años), consumo de drogas para disminuir el acné y mejorar la apariencia de la piel. Este medicamento me dejó secuelas: desde que tengo quince años la resequedad me acompaña. Ninguna crema es suficiente. Autosabotaje, intentar ser lo que no era, pero lo más terrible de todo fue el tiempo que perdí mirándome al espejo y diciéndome que no era suficiente, que no merecía amor ni respeto. “¿Dónde dejaste esa belleza que te había caracterizado? Sin belleza no eres nadie, no vales nada”.
Ahora que voy a ser mamá pienso en esto porque mucha gente me ha dicho: “Cómo irá a ser de linda tu hija”. La verdad no me importa que lo sea, y si lo es, no quiero que crezca creyendo que la belleza es una virtud. “El cuerpo es sólo un estuche”, lo dice Andrea Echeverri en su fantástica canción: “y los ojos la ventana de nuestra alma aprisionada”. Me importa que Agustina sea una bebé sana. Quiero que llegue a una familia que la ama por el simple hecho de existir, donde sus sentimientos son válidos. Que descubra el mundo y elija sus intereses e ideales de vida. Que entienda desde muy niña que su cuerpo no es un territorio de conquista de nadie ni sus derechos objeto de campañas políticas. Que sea feliz, y también que abrace la tristeza y la aburrición porque ambas emociones nos dan la perspectiva de que la vida no tiene que ser perfecta para gozarla a plenitud. Que se sienta amada y segura por encima de cualquier cosa, que sepa que cuando cometa errores aquí estaremos su papá y su mamá para enseñarle, ayudarla a encontrar soluciones y a recordarle que es valiosa aun con los defectos de carácter que pueda tener. Quiero, además, que sepa que el universo tiene muchas formas de manifestar la belleza, no un estándar único y anacrónico, cargado de ideas misóginas y estereotipos que cosifican a la mujer.
Le mostraré que la belleza es el arte, la música, la literatura. Es también el dolor y la imperfección porque con ellos nos volvemos más sensibles, más fuertes. La belleza son los otros seres vivos que conviven de manera pacífica y armónica en un mismo planeta. Belleza fue cómo la concibieron dos personas que se aman y se eligen cada día para ser su hogar. Lo bello es un gesto de humanidad en alguien que sufre o que no tiene nada, pero es capaz de sonreír.
Ser linda es respetar las diferencias y las creencias. Ser linda no es tener un tono de piel claro e inmaculado, ni un pelo de portada de revista, ni unos ojos del color del mar, porque todos los colores son hermosos y componen el esplendor de la naturaleza que es de donde venimos todos.
Bella es la capacidad de creación que tiene nuestro magnífico órgano cerebral. Belleza son los astros en el cielo, un día de lluvia bajo un techo con una comidita caliente hecha por las manos de mamá. Bello el amor por un perro, su olor de cachorro, su mirada llena de bondad. Bello el ronroneo de un gato que, como dijo alguien, es el sonido de la paz. Bello el sol que sale y abre las flores, bellas las abejas que las polinizan. Bello el canto de una ballena y el galope de un caballo libre en una sabana. Bellas las auroras boreales que ojalá algún día observemos juntas.
Me demoré treinta años en eliminar esa idea anticuada de la belleza y en transformarla a como la concibo hoy. Sin embargo, me alegra saber que ese conocimiento llegó justo a tiempo para podérselo enseñar a mi hija, antes de que el mundo le diga lo contrario. Pero cuando eso pase —porque va a pasar— aquí estaré para seguirle mostrando la belleza infinita que nos rodea y que nada tiene qué ver ni con la forma de un rostro ni con las medidas de un cuerpo, ni con un único tono de piel.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/