La cultura de la cancelación es un fenómeno que ha ganado relevancia en los últimos años. Como saben, este término se usa de manera más clara cuando se busca generar actos de censura, silencio o rechazo a prácticas y actuaciones violentas que han realizado unas personas hacía otras, o hacía ciertos grupos. Es una práctica que hace algunos años se viene consolidando como un acto político ya sea de resistencia o acción directa, especialmente cuando el Estado, las instituciones, organizaciones o colectivos no toman postura frente a dichos actos violentos o no realizan prácticas de reparación.
Recientemente, he reflexionado sobre esta práctica y me ha generado nuevas preguntas. Me pregunto si la cultura de la cancelación es una forma efectiva de abordar los problemas sociales y nuestros debates inconclusos, o si, por el contrario, está creando un entorno más polarizado y menos tolerante.
En este último tiempo he vivido otras experiencias que se me asemejan a la cultura de la cancelación. Esta no se presentó como un gran escrache, es decir, como una publicación en redes sociales con miles de “me gustas” o una gran noticia mediática que revolcará la opinión pública. No, fue sutil e íntima; fue entre llamadas, reuniones, conversaciones de amigas, juntas directivas y cláusulas contractuales. Fueron: te ignoro, no te respondo mensajes, manifiesto públicamente que no haré contacto contigo; así como en afirmaciones: “sí es con él prefiero no hacerlo, busca a otra persona”; “sí es con dicho grupo, no iremos al espacio, aunque sea en representación institucional; sí ella está en la Junta Directiva yo no participaré”, así como comentarios: “yo no voy a dicho lugar porque allí me cancelan”, “prefiero no hablar más en el espacio, me siento cancelada” o, “si es necesario, yo no me propongo para no ser más cancelada por las otras”.
Podría nombrar otros ejemplos frente a las negociaciones, complejidades y conversaciones caóticas y difíciles que enfrentamos de manera cotidiana en los entornos sociales con la práctica de la cancelación, pues en cada espacio siempre surge el nombre de alguien que no se quiere escuchar, con quien se está en desacuerdo, con quién “no se soporta” o “su presencia lástima”, y, por ende, siempre hay que tomar decisiones frente a ello.
En estos tiempos tan convulsos, me pregunto por los efectos de esta práctica. Ya los capítulos de Black Mirror, los discursos de Milei, Trump y políticas que se están implementando naturalizan las cancelaciones en todos los bandos políticos y nos ilustran dicha situación.
Está claro que dicha práctica está trascendiendo los hechos y las actuaciones, para ubicarse en las personas, en los nombres concretos, por ello, me pregunto: ¿Qué nos lleva a cancelar a otros?, son solo sus prácticas que van en contra de nuestros principios?, ¿es el castigo a acciones realizadas en el pasado y que no traen reparación?, ¿es nuestra incapacidad de reconocer la humanidad en los otros?, ¿es el deseo simple de elegir con quién compartir?, ¿es otra forma de poner límites individuales en la sociedad contemporánea?, ¿cómo y hasta cuándo cancelar?
Siento que la cultura de la cancelación está teniendo efectos profundos en nuestro sistema de valores. Por un lado, si bien es una forma de hacer que las personas rindan cuentas por sus acciones y de promover la justicia social. Por otro lado, puede crear un entorno en el que las personas se sientan intimidadas para expresar sus opiniones o para participar en debates públicos.
Pareciera que un acto tan sutil que reivindica la libertad individual también puede estar escudriñando un nuevo sistema de valores que reproduce una sociedad cada vez más indiferente, individualista, menos humana, menos tolerante o, ¿será que está reproduciendo una sociedad más política?
Sé que esto amerita una reflexión más profunda, porque ¿cómo no hacerlo si es una forma de manifestar nuestra coherencia?; pero, entonces, ¿los enemigos son todas las personas que cometemos errores, pensamos distintos, nos equivocamos en algún momento?. ¿Cómo promovemos el diálogo y el disenso en una sociedad tan polarizada que está cancelando a todos? No quiero con esto, reproducir justificaciones ante actos violentos, mucho menos si no existe un reconocimiento de tales hechos y una disposición a la reparación, pero sí me pregunto ¿existirán otras formas de acompañarnos en el aprendizaje, de navegar nuestras divergencias, sin anular simbólicamente la presencia de los demás?
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/