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A medida que pasan las generaciones, la realidad que observamos se va volviendo la norma. Lo que vemos es lo que consideramos real y cada vez se hace más difícil cuestionar; nos gusta dejarnos llevar por la corriente.
Vemos las montañas cubiertas por pasturas interminables. Las aguas de los ríos son grises, cafés y negras. El aire es pesado y difícil de respirar. Los animales estorban y molestan (menos las mascotas, al parecer). Basuras en las calles y en cualquier otro lado. Mares repletos de personas. Grandes incendios. Y la lista continúa.
El desconocimiento e ignorancia sobre el mundo en el que vivimos y las relaciones que tenemos con los demás seres vivos nos envuelve en una burbuja y sigue perpetuando el absurdo de creernos superiores y considerarnos por fuera, como un ser externo y privilegiado.
Por eso se hace tan importante parar y retroceder. Darnos cuenta de que la acciones que hemos tomado como humanidad y que ya se vuelven casi un modo de vida, no son las más adecuadas, y su continuidad solo nos pone en situaciones cada vez peores.
Debemos enseñar a los niños y futuras generaciones que la naturaleza no está ahí para servirnos como recurso y botadero, sino que es un gran sistema del que hacemos parte y en el que es posible convivir en armonía. Pero para poderles enseñar a ellos, debemos primero aprender nosotros.
Todo eso implica devolverse, desaprender y cambiar la configuración por defecto que nos hemos creado. Implica salir de la zona de confort que da la actualidad. Implica despertar de ese adormecimiento de la conciencia.
¿Y por dónde empezar? Pues, como todo, desde el principio, desde el interior, desde cada uno. Hasta que abramos los ojos y dejemos pasar la luz de la realidad.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-perez/