El ascenso de China ha sido meteórico. En esta columna explicaré las razones por las cuales la política industrial China es una vergüenza para el modelo de desarrollo liberal (y también por qué el límite de su crecimiento realza la importancia de las economías de mercado, y más importante aún, la democracia). Contradictorio… o no.
La industrialización de China le ha permitido transformar su posición geopolítica: su ingreso ha crecido, tanto de la mano de las exportaciones como del mercado doméstico, su matriz productiva se ha transformado cualitativamente y ahora realiza actividades económicas típicas de países desarrollados. Es el primer o segundo socio comercial de una gran variedad de países, y su peso es tal en los mercados de materias primas, que la transición energética de China se sentirá en todas partes. Así mismo, el ejército chino se ha expandido aceleradamente y su capacidad nuclear está alcanzando rápidamente la de Estados Unidos. Frente a las humillaciones de los americanos, que se niegan a reformar los estatutos del Fondo Monetario Internacional (el fondo es un banco que funciona por acciones, pero EEUU ha impedido que las mayores contribuciones del país del medio se traduzcan en mayor poder de voto), China fundó, junto a otros países, su propio banco multilateral, con lo cual les presta dinero a otros para financiar su desarrollo. Más aún, recientemente probó un misil hipersónico con capacidad de cargar una ojiva nuclear, que le dio la vuelta al planeta, siendo la única nación en lograrlo.
Estas transformaciones han sucedido en parte bajo el mando de Xi, el hombre más fuerte desde Mao, y quien seguirá a la cabeza del partido comunista chino durante mucho tiempo (a menos de que suceda algo extraordinario). Pero el fuerte control de Xi también tiene inconvenientes. Y el problema es que, aunque China funciona bien, las decisiones ya se toman en función del criterio de Xi, de la lealtad a él y a su familia, y del sentimiento nacional chino, que puede ser muy sensible.
El primer síntoma es la sanción a los funcionarios críticos, pero competentes. A un gerente como Jack Ma no se le consideraría un “funcionario” en occidente, pues no trabaja para el gobierno. Esto no quita que todo lo que pase en China lo aprueba el partido, y por eso, luego de que Ma criticara al presidente, se le silenció por completo, fue apartado de la dirección de Alibaba Group, y apenas recientemente se le ha visto en público, pero nunca opinando. Por supuesto, su reemplazo será alguien muy leal a Xi y no osará criticarlo. Pero no es el único caso, y poco a poco, saldrán los mejores perfiles para esas funciones y en su sitio habrá personas menos capaces.
Frente a las relaciones internacionales, el primer encontrón chino con Australia da luces respecto a cómo podría ser el desacoplamiento económico con el segundo súper poder. Cuando Australia se sumó a la iniciativa internacional para una comisión independiente que indagara sobre el origen del Covid, China decidió hacer de ella un ejemplo, sancionando sus exportaciones (entre las que se destaca el carbón), y criticándola duramente desde sus diarios. Pero el efecto sobre Australia no ha sido el esperado y la opinión del pueblo australiano se ha galvanizado en su contra. Incluso el gobierno decidió acercarse a los americanos, en detrimento de los franceses, con quienes ya habían acordado la compra de unos submarinos a diesel. Pero los de EEUU son nucleares.
Un tema que el gobierno chino no discute nunca, y que con violencia persigue a quienes lo hacen, es el genocidio uigur en Xinjiang. No solo ONGs, sino también funcionarios de varios gobiernos del mundo y de la Unión Europea lo han denunciado. Y aquí viene el momento donde la política nacional entorpece las ambiciones internacionales: el gobierno chino sancionó a los representantes europeos que denunciaron las atrocidades en la provincia, y por esto la comisión europea decidió suspender la negociación del tratado de libre comercio con China. Entonces, los bajos costos, el alto desempeño logístico chino, su voluntad de quemar carbón cuanto haga falta… eso no les hará competitivos si no tienen lo más importante de todo: acceso a los mercados.
Hong Kong es otra área en la que China ha actuado asertivamente, y de pleno derecho, pues el territorio otrora administrado por los británicos siempre fue chino, y les fue arrebatado tras las guerras del opio. La partida de empresas y ciudadanos no ha amedrentado a Xi, quien sabe que China tiene cómo asumir el impacto económico de sofocar la democracia en Hong Kong. Pero el acoso y la opresión a sus ciudadanos hace que el mundo se prepare para lo peor: Taiwán.
Taiwán no es Hong Kong. No es un territorio que le haya sido arrebatado a la China continental. La próspera nación en la isla de Formosa desciende del gobierno que huyó de Mao luego de la guerra civil china y fue liderado por Chiang Kai-shek. Y aunque la mayor parte de los países del mundo han cortado relaciones con Taiwán para privilegiar los vínculos con China, esto lo impone la necesidad de los negocios y la agresividad diplomática (recordar que Trump recibió una llamada de la presidenta taiwanesa, evidente bisoñada, para luego echarse para atrás frente a la embestida de Xi). El pragmatismo de excluir a Taiwán es por conveniencia, no por valores.
China está decidida a echarle mano a la isla, y dicen expertos militares de EEUU que no hay cómo impedirlo. Pero una vez aterricen los aviones y la democracia sea aplastada, China se dará cuenta de que la fuerza no lo es todo, y los incentivos de los países al desacoplamiento con China serán todavía mayores.
No habrá guerra nuclear por Taiwán. Pero la invasión puede convertir al reino del medio en un país paria. Fuerte… pero paria.