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Cada vez es más fácil caer en las fake news. La información nos llega a cántaros por las redes sociales, en mi caso por X, sobre todo. A esta última la tomaré como ejemplo para lo que quiero plasmar en estas líneas.
Cuando creamos una cuenta en alguna red social, mediante nuestras interacciones —los perfiles que visitamos, los «likes» que damos, los «retweets» o compartir, la información en la que nos detenemos, etc.— vamos «educando» al algoritmo para que, en razón de ello, nos muestre no solo el contenido que explícitamente preferimos, sino también contenido relacionado. Una vez adaptado el funcionamiento del algoritmo a nuestros patrones de consumo de información, más nos vamos ennichando y, por tanto, construyendo barreras para acceder a otro tipo de contenidos, ideas, noticias o perfiles.
Esto es lo que se conoce como cámaras de eco: una serie de contenidos, un bucle informativo que hace que la información circule y se replique entre un limitado número de usuarios. Estas cámaras de eco ayudan eficazmente a reforzar los sesgos de confirmación o disponibilidad de quienes interactuamos en la escena digital.
La esfera pública, que es lo que definió Habermas como el espacio en el que transcurre la discusión de los asuntos que son de interés de una sociedad, hoy se da mayoritariamente en las redes sociales. Sin redes sociales y una comunicación efectiva en ellas, casi ningún líder de opinión puede permanecer vigente. La radio, la televisión y la prensa han pasado a jugar un papel subsidiario. La fuente primaria de información hoy está en ellas. Cuando queremos alguna actualización sobre asuntos locales, nacionales o internacionales, basta con entrar al feed de X o Instagram para encontrar los comentarios o titulares y la experticia de cientos de personas en ciertos asuntos, y cómo no, todo previamente condicionado a lo que ya le hemos especificado al algoritmo que queremos consumir.
La calidad de la información y del análisis al que tenemos acceso se adapta a los formatos. Un artículo, una columna, una crónica o una investigación se ven reemplazados por el titular hilarante acompañado de bullet points, el reel de máximo un minuto de duración con la tendencia o el trino pendenciero y confrontacional. Romper con esa lógica es cada vez más complejo. El tinglado está perfectamente ambientado y los personajes que lo habitamos dispuestos a gozar del histrionismo y la disputa.
Sin duda, esto repercute con fuerza en nuestras democracias, cada vez más débiles y laceradas por discursos hostiles y populistas que encuentran su tribuna perfecta en esos espacios, un alcance que no da la plaza pública o la propaganda convencional. La calidad de las discusiones políticas es menor, mucho más febril y subjetiva, y por tanto hay una alteración de las realidades desde las que se parte para la actuación estatal. La era del régimen de la información, la infocracia, como la llama Han, lejos de ser una época libre y abierta, lo que está logrando es encerrarnos y someternos a medios de control del pensamiento con mayor poder y observancia que los que tradicionalmente conocemos. Paradójicamente, parecemos estar volviendo a la caverna del mito, donde quienes controlan nuestra data son los que nos condicionan lo que vemos o no.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/