Al 43,6% de los jóvenes colombianos les parece muy —o algo importante— la democracia. Esa importancia es menor que el promedio nacional, que está en 56,1%, de acuerdo a cifras de Latinobarómetro de 2020. Y a la vez, parece que no debería ser una sorpresa si nos guiamos por los resultados de las recientes elecciones a los Consejos Municipales de Juventud (CMJ) en los que solo participaron el 10% de las personas que podían votar (jóvenes entre los 17 y 28 años). El resultado es más desconcertante si tenemos en cuenta que muchos analistas habían conectado esta oportunidad electoral al protagonismo de los jóvenes en las manifestaciones de este año. Parecería que habrían dejado pasar una oportunidad de participación electoral por aparente desinterés. Pero ¿será esta la única explicación? ¿Es una cuestión de desidia respecto a los futuros colectivos y el sistema de toma de decisiones públicas?

Otros datos parecen contradecir esta suposición. Según la Encuesta Mundial de Valores de 2020, al 43,9% de los jóvenes colombianos les interesa mucho o algo la política, por encima del 32,7% del promedio nacional. Y de nuevo el Latinobarómetro señala que el 57% de los jóvenes consideran que la democracia permite solucionar los problemas que tenemos, un poco por encima del promedio de 50,7%.

Siendo así las cosas ¿qué pasó entonces? Van dos hipótesis. 

La primera tiene que ver con la naturaleza de los espacios de participación y la relación que las personas tienen sobre escenarios y mecanismos como este mismo CMJ. Digamos que hablar de escepticismo sería optimista. Hay profundas desconfianzas, experiencias de frustración y percepciones de cooptación y peligro asociadas a la participación ciudadana en Colombia. Es muy probable que muchos jóvenes vean estos escenarios como insuficientes en su influencia sobre las decisiones reales y, por tanto, votar por ellos, como inocuo. La misma naturaleza de los CMJ, imaginados como espacios de entrenamiento representativo para posteriores participaciones electorales no genere mucho entusiasmo en los votantes jóvenes sobre la importancia de votarlos.

La segunda se refiere a una frustración generalizada con la manera y los protagonistas de las decisiones públicas en Colombia. Es sencillo asumir que este descontento debería llevar a grandes movilizaciones en términos de participación política, en particular, en aprovechar las oportunidades de influenciar estos procesos con el voto. Pero esta puede ser una aproximación injusta que desconozca los obstáculos de desconfianza en el sistema electoral, los representantes políticos y los resultados de estos procesos. El resultado de estas elecciones es preocupante no porque la participación sea baja, sino por lo que eso puede implicar para la ampliación de espacios de deliberación democrática que puede abordar las brechas de representación que tanto afectan nuestra democracia.

Participar requiere, al menos, la certeza relativa de relevancia y la confianza mínima de utilidad y justicia en el proceso. Lograr que nuestros procesos de participación democrática cumplan estas condiciones es la tarea.

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