¿Inútil e improductiva?

El domingo pasado en la mañana, durante nuestra caminada hacia el sur, mi esposa y yo pasamos por un local de buñuelos cerca de la frontera entre Medellín y Envigado que, como siempre que caminamos por allí, estaba cerrado. Comenté entonces mi extrañeza ya que creía que ese horario sería muy bueno en ventas y concluí que seguramente sus dueños no habían hecho un buen estudio de mercado.

Rápidamente, no obstante, cuestioné mi afirmación: “¿Y si tienen un estudio de mercado, pero el domingo en la mañana, a pesar de poder vender muchos buñuelos, los dueños lo tienen reservado para su familia o para la lectura o si simplemente les gusta dormir hasta tarde? ¿Y si no necesitan un estudio de mercado porque el negocio da, precisamente, para poder dormir, leer y compartir con la familia el fin de semana”?

En su pequeña gran obra, La utilidad de lo inútil, Nuccio Ordine cuestiona la obsesión que nos acompaña en esta época y que nos obliga constantemente a hacer solo lo que la economía de mercado considera útil o productivo. En sus páginas, de la mano de escritores y filósofos, redefine conceptos como la utilidad y el valor. “Uno debe ver lo útil en el sentido de lo curativo (…), esto es, lo que lleva al ser humano a sí mismo”, dice el filósofo alemán Martín Heidegger.  Séneca en una de sus Cartas a Lucilio nos invita a lo fundamental: “Pues bien, cuando quieras calcular el auténtico valor de un hombre y conocer sus cualidades, examínalo desnudo: que se despoje de su patrimonio, que se despoje de sus cargos y demás dones engañosos de la fortuna, que desnude su propio cuerpo. Contempla su alma, la calidad y nobleza de esta, si ella es grande por lo ajeno, o por lo suyo propio”. 

Vivimos en un mundo atravesado por la imperiosa y fastidiosa necesidad de producir siempre. Nos medimos y catalogamos en escalas de rendimiento y casi siempre la unidad preferida es el dinero.  Acumular dinero como fin en sí mismo.  En el altar de la producción continua e ilimitada se sacrifica lo que realmente hace que la vida sea única, irrepetible y maravillosa:  la lectura pausada de un buen libro; la intimidad y la comunicación con los seres queridos; la complicidad en la amistad; la posibilidad de encuentro y conexión con otros seres que en principio parecen no tener nada en común con nosotros, pero que están unidos a nosotros por el hecho mismo de existir y caminar este planeta. Tantas cosas que no marcan con el signo pesos, pero sin las cuales esta vida sería un desierto insoportable de repeticiones y contratos.  

Vivir en todo momento en modo producción convierte la mayoría de las relaciones humanas en transacciones y, a los otros, en clientes, proveedores, jefes y subalternos. En los procesos de intercambio de mercancías, de servicios y en las relaciones de poder, nos limitamos a relacionarnos con los otros a partir de sus cargos, funciones o responsabilidades y sacrificamos la complejidad, las multitudes (Whitman en Canto a mi mismo) y el colorido de los que estamos hechos los seres humanos.  Así, cuando todos somos un medio dentro del gran engranaje del mercado, nos cuesta mucho reconocer la dignidad de los demás e incluso, la propia.  Acá la pelea no es en contra del mercado; sí en contra de que el mercado sea la vida. Cuestiono la incapacidad de ver a los otros y a nosotros mismos como fines y no exclusivamente como eslabones de una máquina productora.

Por más descabellado que suene en estos tiempos de afanes y productividad, tendríamos que propiciar y buscar conversaciones que no tengan otro objetivo ni finalidad que el encuentro con seres que no sean ni nuestros jefes ni nuestros subordinados ni nuestros clientes. Encuentros sin jerarquías y sin máquina registradora para mitigar las fracturas y propiciar mejores conexiones. Caminar, conversar, pasar tiempo con los seres queridos, cerrar el negocio unas horas, leer y hasta de pronto escribir. Escribir como escribo esta columna (y como lo vengo haciendo desde hace 10 años), con la claridad de que lo más seguro es que sea “inútil e improductiva”, como una buñuelería cerrada.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/

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