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*texto con spoilers.
El mundo de las Barbies es, en la película y por un solo instante, la visualización del imposible: un mundo solo de mujeres. Pero el resto de instantes ese mundo es, justamente, lo que no nos hace mujeres: el género, que ha sido siempre lo sintético, rosado, superfluo, y sonriente. Ha sido lo complaciente, estático, postizo, y periférico.
Me pregunto cómo llamar a un argumento que muestra, más allá de los estereotipos, la forma en la que opera el mundo: aunque Barbie fuera creada por una mujer, su mundo era una publicidad controlada por hombres. Esos hombres –o una junta directiva más– con sus estrategias y decisiones fueron una de las causas por las que las Barbies creían vivir en el poder: en un poder ficticio e insuficiente.
Me pierdo en la secuencia de la historia en la que el mundo de las Barbies empieza como una idea que se alimenta de anhelos de las niñas pudiendo “ser lo que quieren ser”, pero que termina siendo la forma en la que un clásico grupo de hombres “les enseña” (con sus estrategias corporativas) que ese “ser” está delimitado al oficio: las Barbies parecen estar determinadas por lo que hacen, y esto determina la forma en la que se ven. Ese es el mensaje que parece haber calado en las niñas, que son las Barbies y viceversa.
Es cómico ver cómo –aunque haya presidenta y Nobel de literatura– la conversación en “el hacer” es siempre superflua:
– Barbie Presidenta: pueden preguntarme lo que sea.
– Barbie Periodista: ¿cómo eres tan grandiosa?
– Barbie Presidenta: sin comentarios. En serio, sin comentarios.
– Barbies acompañantes: (risas complacientes).
Como si no bastara la conversación sin fondo, las Barbies creen haber incidido en el mundo real transformándolo en un mundo igualitario. Y ahí, en ese punto, la película tiene su mejor crítica: una crítica al mundo inicial de la Barbie, que es el feminismo pop que se agota. Barbie encuentra –en su dicotomía del mundo de las ideas y de las cosas– la consciencia de que ser mujer no es ser plástico.
Más que los genitales –que no tienen las muñecas– lo que hace a una Barbie una Barbie querida son los pies para usar tacones y que en el mundo real una niña haya sido suficientemente cariñosa como para no haberla dejado “rara”. Es decir: no solo es femenina la Barbie, sino que tiene que ser delicado y cariñoso el comportamiento de la niña que la juega (y la crea). La fealdad, en este caso la de Barbie Rara, no es digna del género: goza simplemente del status de Barbie olvidada, y como no encuentra allí la belleza femenina, parece tener que refugiarse en el exilio. De lo que sí es digna esta Barbie es de la magia: esa que ha sido en muchas épocas lo característico–ahí sí– de las mujeres y que da un mayor (y mejor) nivel de consciencia.
De Barbie, en todo caso, me gustaron varias cosas:
1. Barbie decide ser humana porque quiere encargarse de imaginar y no ser una idea. Eso nos habla, por un lado, de la abolición del género: ser capaces de comportarnos por fuera de esa idea –que es ajena– de lo que es ser una mujer. Esa decisión, además, nos habla de ser capaces de encontrar en el pensamiento la libertad: pensarnos siempre por fuera de la manipulación, de lo sintético, de la apariencia y de la falta de profundidad.
2. Barbie entiende que la percepción sobre la muerte es lo que nos hace humanos: esa idea, poco explotada en la película, tiene un trasfondo importante que es que la consciencia sobre nuestro entorno y lo que somos es lo que verdaderamente cultiva el pensamiento y nos permite, ahí sí, ser humanos.
3. Sumado a lo anterior y como ya había anunciado, Barbie tiene, también, una crítica al feminismo pop: ese que cree que los hombres carecen de entendimiento y que son “los malos a caballo”; ese que cree que la igualdad se da por “libre elección”. El feminismo de Barbie, que es el discurso de Gloria (porque finalmente sus mundos están interrelacionados), muestra bien que esa “no suficiencia” que se siente ser mujer puede ser profunda. Puede ser honda. Puede ser decisiva. Puede ser transformadora. Así como ellas, yo sí quiero un feminismo transformador y no uno complaciente.
4. Finalmente, Barbie reitera la relevancia del sexo en el mundo real con su visita al ginecólogo. Como ya había mencionado, Barbie era el género femenino: el plástico sin genitales pero con un rol claramente delimitado. Ken, por su parte, fluctuaba entre un rol sin género y el género aprendido: el que cree que se es macho por hablar más fuerte. La decisión de ser mujer está dada, para Barbie, por la consecuencia en su cuerpo físico – eso que en el mundo real le asignará los roles contra los que tendrá que continuar su lucha–.
Aunque me incomodó ver el mundo sintético toda la película, Barbie me gustó por dejarme replantear el juego y reiterar que el mundo plástico no es el mundo de las mujeres. Me gustó por hacerme reír un rato y por desprenderme del anhelo de que todo tiene que ser transformador: a Barbie tampoco se le puede cargar con tener que ser la revolución feminista de mayor impacto de los últimos tiempos. Lo que sí deja Barbie es un recordatorio de que nadie, nunca, tiene que jugar con uno.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valentina-arango/