El artista colombiano, Juan Obando, fue uno de los ocho ganadores de la convocatoria XI Premio Luis Caballero. Evento que convoca a artistas nacionales cuya trayectoria ya es reconocida. En la página oficial del premio dice: “Los proyectos nominados configuran un ciclo de intervenciones artísticas que presta atención a las cualidades espaciales, sociales, geográficas, históricas, políticas y/o arquitectónicas-urbanas de los espacios que las albergan”.
Sin embargo, la obra de Juan Obando, lo que más genera es dudas, precisamente, sobre las realidades espaciales, sociales, geográficas y políticas. No sabemos bien cuál es la obra “real”: la que vieron los ojos de artistas, curadores y visitantes a la Galería; o la que existió en redes sociales imbuida en las métricas del like y las fake news.
No Apto conversó con él sobre La Bodeguita de la Concordia “una instalación de sitio específico en la Galería Santa Fe, en Bogotá. Usando la tipología de granjas de clics -redes centralizadas de teléfonos móviles que producen actividad en internet bajo demanda-, la obra problematiza la cultura visual de las redes sociales en lo que respecta a la reactivación de audiencias culturales en un mundo post pandémico”.
Esta conversación con el artista nos abre infinitas preguntas sobre lo que consideramos “real” o “virtual” y nos plantea una reflexión sobre la participación de cada uno de nosotros, “sujetos libres” en el contexto de nuestras interacciones digitales.
No Apto: promovés una obra de arte que no existe (o que sí existe). ¿Cuál es el paralelo en la realidad de tu obra?
Juan Obando: siempre nos encontramos diciendo cuál es la obra real y cuál es la no real. La obra casi que consiste en una conversación entre dos obras. Una que existe en un espacio que, al principio, yo lo llamaba virtual (…). Pero luego, más que virtual era un espacio social (…), porque pasa en las redes sociales que son una realidad increíblemente pesada, que es palpable y tiene efectos tremendos en la vida de la gente. La obra es la totalidad de dos obras que están en tensión. Para mí, como artista que no tengo una agenda ni un medio en particular (…) me interesa un tema y busco orquestar ese tema en una situación audiovisual, ya sea presencial, virtual, real, diseminada o centralizada para que un montón de gente tenga acceso a generar sus propias visiones de esa situación, que generalmente es tensionante. Entonces, la obra vive en la tensión. No es ni la una ni la otra, sino la tensión que hay entre las dos.
NA: en esa tensión entre dos obras, que terminan siendo una, uno no podría decir cuál es más real que la otra…
JO: totalmente. Al punto de que la obra que se vio en redes sociales ha tenido bastante repercusión. Por ejemplo, en la galería Santa Fe, donde está la obra física, que es la bodeguita con los 300 celulares y los operarios, allá no se puede entrar sin carné de vacunación. Eso ya deja por fuera a mucha gente que en cambio no tiene límite a la hora de ver las cosas en Instagram…
NA pero, entonces, hay gente que no queda por fuera, solamente queda con una parte de la obra que es real, además…
JO: claro, que es muy real. Y a menos que accedan a estas entrevistas en las que se devela toda la obra, ellos quedan con una visión casi completa de la obra. Es más, una de las cosas más interesantes de todo esto fue inmediatamente después de la inauguración: hubo una fiesta de unos amigos donde iba mucha gente del mundo del arte, me encontré con mucha gente que debería haber ido a la inauguración, pero no fue y me decían cosas como “no fui a tu inauguración, pero sí viste que le di like”. He ahí uno de las anécdotas que enmarcan la obra. La gente ya está tan acostumbrada a ver las cosas en sus celulares, y eso es parte de la obra. Me decían “se veía muy bien en Instagram”, y yo les decía “sí”, porque está diseñada para verse muy bien ahí.
NA: a partir de esa anécdota, ¿cómo ha repercutido en la baja presencia in situ el hecho de que la gente hoy vea exposiciones por redes sociales?
JO: a mí me empezó a dar mucha tristeza cuando empezamos a hacer el premio Luis Caballero en medio de Covid. Creo que el consumo de arte, y el consumo visual en redes sociales se ha vuelto una cosa muy difícil. Jugar el juego de estar siempre creando contenido es una presión muy tremenda, y por otro lado, qué pasa con ese contenido cuando está enmarcado por el mismo marco para todo el mundo… uno como artista espera que la gente tenga una experiencia transformativa cuando se enfrenta a una obra de arte, pero luego esa experiencia termina aplanada en una pantalla digital de 300 * 300 pixeles, y se va para siempre, y le siguen los memes de perritos, y luego le sigue la noticia macabra del paro, luego la corrupción en Colombia, después una selfie, y ya, se fue la obra a la que uno le dedicó un año y medio haciéndola.
Entonces la obra comienza también, de alguna manera, de una crisis de identidad de ser artista en unos momentos tan difíciles, sobre todo, en un país como Colombia. Puede sonar frívolo porque estamos jugando a hacer arte cuando muy poca gente tiene acceso a estos lugares, a ir a ver una exposición, sobre todo cuando el país pasa por un momento social tan difícil; y uno como celebrando ser artista y por otro lado viendo que su obra termina siendo contenido para Instagram. Entonces, creo que es ahí donde ha cambiado mucho la forma de ver arte. En este proyecto se notó increíblemente, porque luego tuve la oportunidad de encontrarme en la galería con gente que ya había tomado como verdad lo que vieron en redes sociales. Entonces, estaban llegando a la galería a esperar ver lo que ya había sido grabado en sus cabezas, a través de un rumor. Por eso digo que la parte “virtual” de la exposición es más social que virtual, porque no valdría de nada si yo tengo las 300 cuentas falsas propagando esto, si no hay un consenso en el que todo el mundo dice “sí, esto es real”. Cuando a uno le plantan la idea es muy difícil sacársela de la cabeza.
NA: En el libro No Cosas, Byung-Chul Han tiene una frase muy potente para explicar cómo se maneja la información en la era digital que plantea que hoy no es tan importante la verdad como la efectividad de lo que se está diciendo. De alguna manera, ¿tu obra fue más efectiva que verdadera?
JO: Sí. Siempre me pareció muy interesante la idea del consumo cultural, y hoy en día es imposible escapar de eso: no hay una obra de arte en frente de la cual la gente no se tome una foto, y no hay curador ni jefe de museo que no desee que eso sea exactamente lo que pase con sus exposiciones. La obra física mía, era tan oscura, y tan poco atractiva que era imposible tomarse una foto al frente de ella, o no generaba el deseo de autorretratarse. Eso fue a propósito.
Una de las cosas que en la obra hubiera podido ser más interesante es que en las fotos falsas que creé, más de 100 diferentes ángulos falsos en los cuales se retrata la supuesta obra, no aparecen personas. De alguna manera las fotos que generé tienen una escenificación muy propia de fotografía de museo, están muy bien hechas. Casi que son las fotos que uno sacaría como de documentación de la obra, para el portafolio o catálogo. Pero, para la obra, le faltó un poco más de esa presencia social. Entonces, la forma que encontré para contrarrestarlo fue a partir de los comentarios, que la gente los ponía, y cuando digo la gente eran los bots¸ que son 300 cuentas falsas de Instagram, manejadas por dos operarios. Entonces, además de poner la foto, había que ponerle una narrativa detrás. Y estos chicos son estudiantes de arte y son de la generación de las redes sociales, se las saben de memoria, y ponían los hashtags.
NA: ¿cómo es la anécdota con tu amiga curadora de arte?
JO: ella llegó, iba medio de afán, vio la exposición, tomó las fotos de la obra física (que son los celulares en el espacio oscuro) y las publicó. Inmediatamente mandé a la bodeguita a que la “atacaran”, entonces un montón de cuentas le empezaron a comentar: “oye, esa no es la exposición de Juan Obando”; “estás poniendo fake news”, “estás poniendo información falsa, esa no es”. Y ella, al ver tantos comentarios, y al ver que había otras fotos que se estaban publicando en que aparecía otra obra, pues, dudó de sus propios ojos y borró las fotos reales. Cuando vio las fotos falsas, me contactó y dijo: “ah, oye, no vi tu exposición entonces, ¿dónde está?, yo no la vi”. Y es impresionante porque estuvo en la galería, pudo ver físicamente la cosa, y aún así dudó de su propia experiencia. Y hay algo ahí que me parece interesante, y es que esa idea del “ver para creer” es obsoleta hoy en día. Uno puede ver lo que quiere ver y ya ver para creer no es suficiente.
NA: hubo un momento en el camino de la obra que implicó un cambio de la intensión de la bodeguita. Nació con una intención y luego cobró un matiz más político… ¿cómo fue?
JO: es interesante la pregunta por qué es lo personal y qué lo político. El proyecto al principio iba a ser una bodeguita del pueblo, para que la gente llegara a la galería y dijera: tengo este proyecto y me gustaría tener 300 seguidores en Instagram para mañana. Era como darle ese poder invisible, que solo tienen los influencer, las celebridades, los políticos, a la gente. Decirles: así es como funciona el internet, con fuerzas oscuras detrás, muy fantasmagóricas, que no representan a gente real; pero que tienen una repercusión increíblemente real en la vida nuestra, entonces vengan y jugamos con esta bodeguita y aquí le damos sus likes. Hubo una dificultad técnica que se interpuso en esa idea y es que cambiar de campaña a campaña tomaba semanas, entonces tocaba cambiar toda la infraestructura por cada campaña.
También, luego, hubo unas muy buenas conversaciones con amigos a los cuales respeto mucho y cuya opinión tengo muy en alto, que aprecié mucho, y una de ella fue que iba a haber muchos intereses de por medio, y que no tendría que involucrar los intereses de todo el mundo para hacer una conexión política con la obra. ¿Qué más político que hacerle ver a la gente algo que no está ahí? hacerles un engaño y correrles el tapete inmediatamente, para que en el mismo engaño también vaya la desilusión: en cuestión de minutos o días me doy cuenta que creí algo que luego no creí… que luego no estaba ahí. Y el mejor consejo que me dieron fue que la forma plástica de la obra es cuando están los celulares prendidos, antes iba a ser como una oficina de ventas, pero luego decidí apagar las luces de la galería y gastarme toda la plata del premio en celulares, y esa es la instalación, que solo se van las luces de los celulares. Y decidí que solo iba a jugar un truco y solo haría una campaña, y ésta tendría que ver con mi propia participación en el premio. Entonces, esta aventura de lo político a lo personal, me llevó, de nuevo, a pensar que no hay necesidad de hacer unos puntos claramente extensos o universalistas para hablar de lo político. Nada más de esto se formaron muchas preguntas, hubo mucha decepción y mucho engaño.
No Apto: ¿Qué tan manipulados estamos por los dispositivos? ¿es el arte el que se está oponiendo a esa manipulación y nos está mostrando pequeñas luces de libertad o definitivamente la libertad la perdimos?
JO: es muy difícil. La parte más negativa y pesimista mía cree que hemos perdido la libertad completamente (…) Creo que la dominación de las compañías en las cuales se fomenta la circulación y la participación política hoy en día va a ser de aquí a mucho tiempo. No creo que vamos a ver el deceso de Facebook ni el de Google en nuestras vidas. Estas compañías están demasiado ancladas con los gobiernos hegemónicos, están creando sus propios problemas y sus propias soluciones para nuestras vidas y ya conservan una cantidad gigante de nuestra información. Y no solo eso, modelan la forma en la que conversamos, en la que discutimos, la forma en la que discutimos… Lo que sí creo que han traumatizado es nuestra percepción, y cuando a uno le cooptan la percepción pueden cooptarle la libertad, la expresión, el afecto, absolutamente todo. Eso para mí sí es una cooptación de la libertad y creo que el arte no está haciendo mucho ante esto. Tengo un gran problema con mi propio campo, con los agentes de mi campo. Creo que el arte fue de los primero medios y profesiones completamente cooptados por esto. Creo que el arte cayó de rodillas, precisamente por la precariedad de nuestro medio y por el increíble énfasis que hay en nuestro medio al ego. Hay muy poco sentimiento cooperativo. El arte es un asunto muy personal, y tiene su romance ahí, como el artista solitario que contra el mundo se da para mostrarle la verdad a los otros. Definitivamente hubo un momento en el que el arte dio muchas claves para dejar entrever el engaño masivo de la participación democrática por parte de los medios hegemónicos (…) había artistas que en definitiva sabían que su rol era no participar en los medios masivos y, encima de eso, utilizar los medios masivos para criticarlos y casi que para hackearlos de frente. Pero ahora, estamos completamente subsirvientes a ellos. Hoy oyes a curadores, coleccionistas, directores de museos, con todos los doctorados posibles diciendo: “pongamos esta obra acá porque ahí es más instagrameable” y en ese momento ya estamos jugando un juego de espejismos que tiene que ver todo con creación de contenidos y cero con arte.
No Apto: ¿Lo efímero es contrario al arte? ¿el arte es duradero? ¿o tiene la intención de ser inmediatamente consumible desde las lógicas del mercado actual de la era digital?
JO: la conservación y el hecho de que todavía haya obras que la gente vaya a ver después de años y años también tiene que ver con otro tipo de consumo y de capitalización. Tener una imagen como la de la Mona Lisa y saber que eso genera un tipo de movimiento, de consumo, de turismo, también es una forma de neutralizar el arte o de congelarlo en un momento domesticado. Pero, dudo de añadirle cierto tipo de valor a la temporalidad porque puede jugar a dos bandos. Hay situaciones efímeras que pueden romperle a uno la visión de la cárcel, del panóptico y que pueden ser altamente efectivas.
El momento contemporáneo también nos ha dado micro-chances para meternos, que son muy efímeros, y que por ende uno debe trabajar ahí. Entonces lo efímero también tiene su punto, y es parte de la rapidez de nuestra cultura. Pero, por otro lado, uno como artista trabaja un año y medio en un proyecto y luego ver que el proyecto se difumina o se disuelve en las pantallas, es muy duro. Pero, a la vez, tiene algo de liberador. Fue muy complejo hacer esta obra, y era toda una estructura muy compleja para crear una ilusión, había un sentido de inutilidad medio liberador.
No Apto: si estamos en la lógica de haber perdido completamente la libertad, ¿qué papel le queda al arte?
JO: el arte tiene muchos papeles. Para personas como nosotros que estamos interesados en la reivindicación de su rol como desestabilizador de los poderes y sistemas hegemónicos, todavía existe la posibilidad. Lo que pasa es que el arte, como lo conocemos, ya está descentralizado, y ya no va a ser monopolizado por unos entes en los cuales uno depositaba toda su confianza. Algo interesante de la desilusión de la verdad ha sido la pérdida del “respeto” en las instituciones. Por más de que uno no creyera, había una esperanza de que las instituciones funcionaban en pro de nuestros intereses. Ahora, después de Covid, después de todo lo que ha pasado con las noticias falsas, de la forma como el periodismo independiente ha jugado un papel tremendo en la desilusión y el desenmarañamiento de las instituciones, ahí hay algo muy bonito y muy poderoso que a veces el arte se queda corto en hacer, porque el arte depende de unas situaciones así sean muy subversivas, pero tiene que tener una parte del consumo estético y nuestra imaginación estética ya ha sido muy cooptada por las pantallas. Estamos hablando de una generación que creció con TikTok, con Instagram, y va a ser muy difícil desprogramar esos rituales de consumo visuales para insertar un tipo de duda.
Es muy gracioso cuando los museos dicen: “tenemos una exposición de artistas decoloniales”, pero todos están con la misma pose, el mismo selfie, el mismo tipo de obra hiperconsumible. Eso sigue siendo muy colonizador; eso es la colonización de nuestra imaginación. Entonces el arte se tiene que mirar al espejo y preguntarse si estamos haciendo lo que predicamos. Ahí es donde está el muy grave problema del arte últimamente y es que discursivamente es una cosa, pero en lo práctico, en la realidad es completamente opuesto. Entonces, cómo conciliar esas dos versiones de lo que es arte y salir con una tercera o cuarta o quinta versión de lo que podría ser.