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David González

Hasta para morirse toca madrugar

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Martha Sepúlveda tenía su eutanasia programada para el domingo 10 de octubre a las 7 de la mañana. Domingo. 7 de la mañana. No a las 3 de la tarde, no por la noche: ¡A LAS SIETE AEME! Un fenómeno que únicamente se vería en Medellín: la ciudad en la que ni siquiera para uno morirse se salva de tener que madrugar. Paisas madrugadores, a mucho honor.

Hago una aclaración, necesaria por la evidente frustración con la que redacto estas frases: estoy a favor de la eutanasia y en contra de una cultura que – estando en el trópico – se enorgullece de madrugar antes de que salga el sol. Me indigna que hayan cancelado la eutanasia de Martha, pero también se me hace indignante que a alguien le programen una cita para morirse un domingo a las 7 de la mañana y que a todos nos parezca normal. Por todo esto, a continuación un breve desahogo contra la cultura tóxica madrugadora antioqueña. 

Hace unos meses, un viceministro antioqueño recién nombrado Alto Comisionado para la Paz fue víctima de escarmiento público por parte de la opinión tuitera: encontraron que en su descripción en la página oficial del ministerio figuraba – en primera plana – el mérito de ser un “paisa disciplinado y madrugador”.

Pero no era un chiste, para nada. Desconocen la potencia que tiene sobre la cordillera central ese aparentemente inofensivo adjetivo: madrugador. Porque el “al que madruga Dios lo ayuda” no tiene nada de metafórico. Cuando te dicen madrugador, no están nada más describiéndote con un adjetivo correspondiente a un comportamiento recurrente en tus hábitos de sueño. No. Están enalteciendo en tu persona un sinfín de virtudes nobles: responsabilidad, trabajo duro, honestidad, verraquera y todas esas características deseables sobre las que se cimienta nuestra endeble nación. 

Por eso en Medellín se presentan tantos fenómenos que en cualquier otra parte del mundo se considerarían una forma sutil de tortura. ¿En qué otra parte del mundo se vería a un alcalde sacando pecho por citar a su gabinete todos los lunes a las 5 a.m. a un Consejo de Gobierno? ¿En qué otro lugar existen las clases de 6 a.m.?  ¿Dónde más citaría alguien a un desayuno laboral antes de las 7 de la mañana sin que se considere una ofensa? ¿Dónde más es normal que los niños salgan hacia el colegio a oscuras, casi a las 5 de la mañana? De milagro no hemos sido una región más violenta. 

Pero el masoquismo madrugador no sólo persiste en los comportamientos “productivos”. ¡No! Para nada. Trasciende al ocio. Antioquia tiene que ser la región con mayor número de usuarios activos en Strava antes de que salga el sol, la región más densamente poblada en trayectos deportivos de bicicleta antes de iniciar la jornada laboral. De los únicos sitios del mundo en los que se disfruta genuinamente la rutina de levantarse a leer el periódico, desayunar y tomarse un café junto al amanecer. Placeres complejos de venderle a un extranjero. 

Uno de los motivos por los cuales en los atentados del 11 de septiembre de 2001 no hubo más muertos fue porque el primer avión impactó antes de las 9 a.m., el horario usual de entrada al trabajo en Estados Unidos. Afortunados los gringos de no tener el mismo ritmo circadiano de los colombianos: Al-Qaeda habría impactado las Torres Gemelas a tope de capacidad, con todo el mundo estando ya al menos por el segundo tinto.  

¿Pero todos estos hábitos traen consigo fortunas bajo el brazo? Difícilmente, por más de que la sabiduría popular lo pregone. Estudios en EE.UU. han recogido evidencia a favor de que empezar las clases a las 8 a.m. tiene efectos negativos en el rendimiento de los estudiantes: que nunca se les ocurra hacer una evaluación de impacto con los horarios de las clases en Antioquia, que depronto descubren que ese es el único impedimento que tiene el departamento para lograr ser la potencia económica que materialice una Antioquia independiente. 

Pero tratar de ser objetivo en este contexto es aburrido. Además de que no tiene mucho sentido: sencillamente no soy imparcial. Soy una minoría marginada en esta sociedad, perteneciente a los que no concilian el sueño antes de la 1 de la mañana y sufren cada vez que se ven citados a una reunión a las 8 de la madrugada. Vivo de frente las consecuencias de un sistema que arrincona a los noctámbulos, que los percibe como sucios. ¿Confiaría un paisa en alguien que prefiere hacer ejercicio a las 9 de la noche en vez de a las 5 a.m.? Si Winston Churchill – documentado trasnochador – se hubiese llamado Güínston, al pobre envigadeño lo habrían dejado sirviendo tintos. 

La obsesión de vivir de sol a sol trae sus comportamientos nocivos. Maquilla inseguridades. Solemos medir la productividad en términos de volumen, no de eficiencia. Admiramos al que trabaja más, al que siempre está de primero en la oficina. Nos trae desconfianza el que trabaja fácil, al que las cosas le fluyen antes que al resto. Trabajar, trabajar y trabajar, como si el PIB se midiera en horas-culo. 

Nos cuesta aceptar los horarios flexibles. Dormir mucho parece un pecado: si es tiempo en el que se pudo haber sido “productivo”, así sea meditando. Y puede que seamos los más activos del mundo a las 7 de la mañana, los que más reuniones importantes hacemos todavía con lagañas. Pero seguro estamos a la par en los rankings de ser los que más cabecean alrededor de las 4 p.m. El solo hecho de levantarse temprano todos los días no trae riqueza, no saca a ningún país de pobre. Contra el credo popular: ser madrugador per se no es ninguna virtud. Al contrario, a veces busca tapar la ausencia de destrezas. Ojalá llegue el día en el que dejemos esa obsesión. 

Si llega el día, a mí por favor no me programen la eutanasia a las 7 de la mañana. A mí en mi último día déjenme dormir. 

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