Escuchar artículo
|
Ah, Fecode, nuestro querido y decimonónico Sindicato de Educadores. Gracias a ustedes los niños de Colombia han logrado una hazaña impresionante: ¡ocupar el penúltimo lugar en las pruebas PISA! Un aplauso, por favor. Porque no todos los días se logra una posición tan ilustre en el ranking de los países de OCDE. Quiero decir, caer 8 puntos en matemáticas, 3 en comprensión lectora y otros 2 en ciencias no es cualquier cosa. Es necesario un esfuerzo monumental para mantenerse consistentemente tan abajo.
Pero no nos detengamos ahí, porque las maravillas de Fecode no conocen límites. Necesario es también que hablemos de su corrupción, esa encantadora y omnipresente compañera. Recientemente, su nuevo modelo de salud nos brindó una muestra ejemplar de cómo se manejan las cosas en el sindicato. Porque, ¿quién necesita transparencia y eficiencia cuando se tiene una maquinaria de corrupción tan aceitada? El modelo de salud de Fecode es un verdadero estudio de caso sobre cómo no gestionar recursos y, de paso, perjudicar a aquellos a quienes se supone que deben proteger: los maestros.
Y cómo olvidar el pequeño detalle de la financiación ilegal de la campaña del presidente Petro. Ah, Fecode, siempre tan comprometido con la ética y la legalidad. ¡Que nadie diga que no son abnegados luchadores por la transparencia, o que les falta independencia y credibilidad! Más que un sindicato, sus pronunciamientos y su accionar es el de un comité de aplausos para Petro, siempre listos para apoyar cualquier bestialidad suya, sin importar los datos o la evidencia. Eso es lealtad, señores y señoras, lealtad ciega y servil.
Gracias a la mala educación que han brindado durante décadas, ahora tenemos a un megalómano populista en la presidencia, cuya obsesión no es otra que destruir el país hasta convertirlo en ceniza. Porque, claro, cuando la educación es deficiente, las masas son fáciles de manipular. Y Petro, con su retórica populachera y sus promesas vacías, es el resultado directo de esa falta de educación crítica y de calidad.
Por eso debemos insistir una y otra vez en la defensa de la educación privada. El Estado no puede regentar, junto a Fecode, un monopolio de la educación, más aún cuando ese mismo Estado es utilizado como instrumento de propaganda y de opresión. La educación privada permite una mayor personalización en la enseñanza, en virtud de una relación más cercana entre profesores y alumnos. Y más importante aún, cuenta con la libertad y la capacidad crítica para construir una malla curricular innovadora y mejor adaptada a las necesidades objetivas de la realidad que vivimos. El Estado tiene la obligación de garantizar el derecho a la educación de calidad. Que se limite a entregar los recursos, nuestros recursos, y que los colombianos elijan qué desean: educación pública o privada.
Finalmente, pues, Fecode, muchas gracias. Gracias por mostrarnos exactamente qué no hacer en educación. Gracias por ser un ejemplo brillante de corrupción y servilismo. Y, sobre todo, gracias por recordarnos la importancia de buscar alternativas mejores, como la educación privada, para rescatar a nuestros niños y jóvenes de las garras de la mediocridad.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/