Gente buena

“Él pensaba que en la historia del mundo tal vez incluso había más castigo que crimen pero ese era un magro consuelo”. La Carretera. Cormac McCarthy.

Recordé esta semana a Hamid, un hombre musulmán que nos guio a mi pareja y a mí recorriendo Marruecos hace ya 14 años, cuando yo apenas empezaba a acercarme al mundo árabe y a países de mayoría musulmana. A Hamid la bondad le brotaba de la piel y era evidente que, en su caso, era una combinación de su esencia con ideas y hábitos adoptados de su religión. Recorríamos el desierto del Sahara y él, que había visto que amábamos los animales y que un dromedario nos llenaba de asombro y alegría, permanecía atento a ese paisaje que ya le era invisible y nos alertaba “¡dromedario!”, señalando por la ventana del carro, para que no fuéramos a perdernos ninguno y para contemplar nuestro gozo que no disminuía nunca. A medida que avanzaba el recorrido, fui viendo crecer una protección llena de ternura y timidez de parte de Hamid hacia mí. Se dio cuenta de que mi pareja hacía bromas cuando nos tomábamos fotos sobre cerros y me asustaba o amagaba con que se caía la cámara, y entonces, con un respeto y una delicadeza desconocidos, intentaba disuadirlo, mostrarme que él estaba pendiente de mí, para que no me cayera, para que no me asustara. Se me quedó grabado Hamid, su bondad, y se convirtió en símbolo de una bondad generalizada que he ido conociendo más a fondo durante todos estos años en creyentes del Islam. Algo se me revuelve por dentro cuando habla la ignorancia —que tantas veces grita— para calificar peyorativamente a los musulmanes y caer en generalizaciones vacías, difamando a naciones o pueblos enteros reduciéndolo todo al uso de un velo o a costumbres machistas de muchos hombres o a los delirios de sus gobernantes.

Entrevistaron hace poco al médico español Raúl Icertis sobre el infierno que ha presenciado en Gaza y, en medio de las atrocidades que relató, contó que entre cientos de conversaciones que ha tenido con gazatíes jamás ha oído ni percibido odio contra los israelíes. Describió a Gaza y a los palestinos como un pueblo de paz y dijo que ha tenido la oportunidad de profundizar su conocimiento sobre el Islam, concluyendo que tiene en su base la paz. Sobra aclarar que los actos terroristas cometidos por fundamentalistas en nombre del Islam —una religión con alrededor de 2000 millones de creyentes, 25% de la población mundial— no son representativos como lo ha pintado Hollywood, así como la gran mayoría de colombianos no somos mafiosos.

Cuando veo a personas aullando de dolor ante sus hijos muertos en Gaza —Raúl Icertis habló de hombres retorciéndose, ahogados en llanto en los pasillos de los hospitales—, lo cual viene pasando diariamente desde hace más de 600 días, pienso en Hamid y en los montones de Hamid que he conocido y se me abre un hueco en el centro del pecho. Pienso en mi profesor de Oriente Medio y Magreb, el palestino Najib Abu-Warda, que con tanta pasión me enseñó sobre esa región. Pienso en el desgarre humano que está ocurriendo. Dijo el escritor judío Ariel Dorfman, hablando sobre los niños inmigrantes en Estados Unidos: «Puedo escuchar los reproches de Mozart. Puedo oírle anunciar con esa voz que alguna vez llenó el mundo de melodías inmortales y consoladoras, que cuando se aterroriza y deporta a un niño, no solo se está cometiendo un crimen contra la humanidad. Lo que ustedes están haciendo, les advertiría Mozart, es cometer un crimen contra la belleza y la imaginación compasiva de nuestra especie». Y yo pienso en los niños de Gaza, en los de Ucrania, en los niños del Congo y de Sudán que solo han visto y olido sangre. Vuelvo a una idea de la que escribí antes: cómo recordarán, cómo sabrán lo que es el amor.

Ver sufrir a otro es terrible. Pero ver sufrir a gente buena, inocente, vulnerable (y a los animales y los árboles y los cielos), es el infierno. Qué pavorosos los estados que se dedican a estigmatizar a otros pueblos para reunir el poder de destruirlos. Escribió Andrea Rizzi: “El orgullo por los mejores logros de una civilización es un sentimiento espléndido. La defensa de un Estado civilizatorio es, en cambio, una peligrosísima rigidez mental, con grandes visos de acabar resultando en abusos contra individuos inocentes”. No olvidemos que el mundo está lleno de gente buena, mucha de ella padeciendo los exabruptos de gobiernos delirantes en naciones en las que no escogió nacer (pensemos en Irán). No la borremos, engrandeciendo a esos gobernantes como si pudieran hablar por ellos, ser ellos, valer más que millones que se levantan cada día a partirse el lomo y a ayudar a alguien que sufre más. Recordemos a la gente buena en voz alta porque “entre los vicios más extraños y graves de nuestra época, hay que mencionar el silencio”, como escribió Natalia Ginzburg en Las pequeñas virtudes.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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