¿Generación de empoderadas?

Hace un par de semanas estuve en Cali hablando con un grupo de adolescentes sobre qué significa ser mujeres para ellas. Para propiciar la conversación, revisamos las dos generaciones que las antecedieron: las historias de sus abuelas frente al amor, la autonomía y el territorio; luego las de sus madres, y finalmente, las suyas propias.

Hubo algo en sus relatos que me causó curiosidad e interés. Todas hablaban con mucha seguridad del empoderamiento. Mencionaban que sus mamás habían sido madres muy jóvenes y siempre les inculcaron la importancia de ser independientes, de no depender de ningún hombre y, por ende, de no permitir ser violentadas. Esto se reflejaba en ellas como un impulso por estudiar, por ocupar un lugar en el mundo, pero también en la reproducción de frases como: “hombre no es gente”, “los hombres no sirven para nada” o “hombre no es familia”. Refranes que se han popularizado en redes sociales sobre la masculinidad actual.

Decidí profundizar en estos dichos y encontramos una tendencia: la mayoría de ellas no tenía la figura de un padre. Muchas nunca lo conocieron; otras tenían con él una relación distante y conflictiva; y en muchos casos, su principal cuidadora había sido la abuela. Tras esta indagación, los comentarios comenzaron a sonar con mayor resentimiento. Hablaron de las historias de sus madres con dolor, angustia y fuerza, reconociendo que ellas las criaron solas, trabajando más de la cuenta, con mucho esfuerzo y en medio de una profunda soledad. Por ello, para sus madres resultaba imperativo garantizar que sus hijas no repitieran lo mismo y redefinieran, o incluso negaran, el lugar de los hombres en sus vidas.

Esto me hizo pensar en las discusiones recientes que señalan que las mujeres estamos “sobrecargando” el rol de los hombres o no les estamos permitiendo ser. Discursos como: “el empoderamiento de las mujeres es lo que ha hecho que ya ninguna quiera ser mamá”, “las mujeres son ahora las que mandan y los hombres no pueden opinar”, “el empoderamiento femenino ha ido demasiado lejos, ahora nos culpan por todo”, o “esto no es igualdad, es revancha”.

Y entonces me pregunto: ¿somos una generación de empoderadas o de resentidas? Tal vez ambas. Porque no se construye poder, ruptura ni transformación sin indignación. ¿Cómo no estarlo, si poco hemos hablado de lo que significa ser un país criado, en gran parte, solo por mujeres, en condiciones de empobrecimiento, desigualdad y violencia?

Según la Universidad de La Sabana, por cada diez niños que nacen en Colombia, al menos ocho (80%) son criados exclusivamente por sus madres. Este dato fue difundido por la revista Semana en un artículo titulado “Un 80 por ciento de niños nacidos en Colombia son criados solo por sus madres: preocupante radiografía de la paternidad en el país” (14 de junio de 2024). Por otro lado, según Profamilia y el Ministerio de Salud y Protección Social, el 51% de los niños en Colombia vive sin la presencia de su padre.

Aunque las cifras resultan confusas y no tenemos datos exactos, lo cierto es que, por múltiples razones, las familias en Colombia crecen en otras configuraciones, con figuras distintas, con paternidades ausentes y en medio de conflictividades íntimas. Así, muchas mujeres se han visto obligadas a criar solas. Tal vez, entonces, eso que llamamos empoderamiento también es dolor: dolor frente a un Estado que no reconoce el cuidado; un sistema laboral que exige productividad en igualdad de condiciones, pero ignora las cargas adicionales; un mundo lleno de estereotipos y sesgos que atraviesan la crianza; y una mayoría de hombres que no asume sus responsabilidades, con escasos espacios para reflexionar y pocas herramientas para ejercer su presencia en la vida familiar.

Más allá de la paternidad ausente, el problema se agrava cuando las figuras masculinas que sí están presentes, como tíos, abuelos o parejas de las madres, no asumen un rol constructivo. Si el único modelo que las infancias y las adolescencias ven es el de un hombre que no se compromete, que es violento o que simplemente se desentiende, las frases como «hombre no es gente» se refuerzan con la experiencia vivida.

Este vacío de modelos masculinos sanos no solo afecta la percepción de las mujeres hacia los hombres, sino que también priva a los niños de ejemplos para desarrollar una masculinidad responsable y emocionalmente presente. Es decir, el problema no es solo la falta de padres, sino también la falta de paternidades y masculinidades que valgan la pena emular. Esto perpetúa un ciclo en el que las próximas generaciones de hombres tienen pocas herramientas para ser diferentes. ¿Para cuándo una reflexión más profunda sobre las implicaciones de las masculinidades en el desarrollo de nuestro país?

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/

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