Finanzas borrachas

¿Usted entregaría su salario a alguien que apenas conoce para que decida cómo administrarlo? ¿Cuánto destinar a su alimentación, cuánto a su salud, cuánto a su vivienda o incluso cuánto a sus momentos de ocio? Seguramente no. Nadie sensato cedería a un desconocido la administración de su propio bienestar, aun cuando se considere a sí mismo un mal administrador.

Y, sin embargo, eso mismo hacemos cada vez que elegimos gobernantes sin la rigurosidad de evaluar sus propuestas, su visión económica y su capacidad de gestión. Creemos —o queremos creer— que lo que sucede en política “no nos afecta”, que las reformas y las decisiones se quedan en los titulares de prensa, que lo que escuchamos en las alocuciones presidenciales es solo ruido. Pero la verdad es otra: todo lo que se decide en el gobierno repercute en nuestro bolsillo, en la calidad de los servicios públicos, en el precio de la canasta familiar, en la posibilidad de ahorrar o invertir. Y aunque a veces no lo percibamos de inmediato, así sucede.

La historia está llena de ejemplos de países llevados a la ruina por malas decisiones económicas, por caprichos ideológicos o por egos desbordados. A veces, guerras innecesarias; otras veces, deudas impagables, impuestos que asfixian o reformas improvisadas que frenan la inversión y castigan a quienes producen.

Nos guste o no, lo que pasa en el Congreso o en la Casa de Gobierno nos afecta directamente: en la pensión, en la salud, en la educación, en los impuestos que pagamos y en la confianza que inspira —o no— el país para crecer. Cada punto adicional de déficit, cada reforma tributaria mal diseñada, es una carga que terminamos soportando nosotros y, en muchos casos, nuestros hijos (aun antes de nacer).

Por eso, no podemos darnos el lujo de votar a la ligera. Escoger un gobernante es como contratar a un administrador de nuestro salario común. Si usted no pondría en manos de un desconocido la administración de su ingreso, ¿por qué hacerlo con alguien a quien le entrega la autoridad de manejar el presupuesto nacional, la política fiscal o la deuda pública? ¿Estaría dispuesto a darle más dinero a ese administrador, aun cuando usted no cuenta con lo mínimo para satisfacer sus necesidades y la gestión demuestra no priorizar lo esencial?

Hoy es fácil caer en la decepción: la situación económica es confusa, los impuestos parecen eternos, la deuda se multiplica y la inversión social no alcanza. Parece que nada de lo que se propone se cumple. Pero eso no significa que todo esté perdido. Al contrario: es precisamente cuando la frustración es mayor que debemos recordar que el voto no es simbólico. Importa. Pesa. Marca la diferencia.

No basta con criticar la reforma tributaria de turno. La pregunta de fondo es: ¿para qué quieren más recursos si no administran bien los que ya tienen? ¿Para qué 26 billones adicionales, si no sabemos cómo se administran los otros 500? Esa es la lógica empresarial que deberíamos aplicar también en la política: eficiencia, resultados, rendición de cuentas. Los impuestos son un costo para la sociedad; deberían traducirse en bienes públicos palpables, no en promesas aplazadas indefinidamente.

Al final, lo que queda claro es que debemos aprender a “leer la hoja de vida” de quienes aspiran a gobernar: examinar sus antecedentes, su capacidad técnica, sus decisiones pasadas y, sobre todo, su visión económica. Porque no se trata únicamente de ellos, sino de nosotros, de nuestro presente y de nuestro futuro. Y ahí es donde debemos recordar que el populismo no les cuesta tanto a ellos como a nosotros. Hoy más que nunca necesitamos dejar la indiferencia a un lado. No basta con indignarnos frente a cada reforma o con lamentarnos después de cada error: debemos ser rigurosos al escoger, exigir cuentas y recordar que nuestra decisión, aunque parezca pequeña, es la que define el rumbo del país. La acción empieza en el voto informado, en la voz que no calla y en la exigencia constante de que quienes administran lo público lo hagan con la misma seriedad con la que quisiéramos que alguien administrara nuestro propio salario, aun cuando seamos los únicos que lo hacen.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/carolina-arrieta/

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