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¿Se ha dado cuenta que para muchas personas hay violencias buenas y violencias malas? Esto depende del lugar en el que usted se ubique en relación con las víctimas y los victimarios. No siempre nos ponemos del lado de las víctimas. A veces nos ponemos del lado de los victimarios y no solo los justificamos sino que incluso los ovacionamos y celebramos sus actos. A veces creemos que trazar una línea entre víctimas y victimarios es suficiente para tomar partido, o para tomar asiento, observar e incluso disfrutar.

Hace unos días un jugador de Millonarios, Daniel Cataño, fue golpeado por un hincha del Deportes Tolima que saltó a la cancha y corrió hacia el jugador luego de superar con facilidad los exiguos controles de seguridad del estadio Manuel Murillo Toro de Ibagué. Sin dudarlo, Cataño le devolvió atenciones al agresor. Dudando un poco, los policías, que no deberían estar garantizando la seguridad de un evento deportivo, redujeron al hincha y lo condujeron hacia la salida. Luego, al final de este primer acto de una obra bizarra, sin dudarlo, una parte considerable de la hinchada local ovacionó al agresor.

Antes de hacer parte de Millonarios, Cataño había jugado para el Deportes Tolima durante unos cuatro años; sin embargo, no le perdonan el haber errado un penalti y hacerse expulsar en una final contra el Atlético Nacional. Desde entonces, para una buena parte de la hinchada del Tolima, Cataño es un villano. Por eso ovacionaron al agresor. Tal vez por eso, durante las horas que siguieron a la agresión, aparecieron argumentos revictimizantes que buscaron culpar a Cataño por jugar y a Gamero (el DT de Millonarios y ex DT del Tolima) por ponerlo a jugar. Con distintas palabras, muchos dijeron lo mismo: bien hecho, quien lo manda.

Sin embargo, antes de juzgar al agresor, a la víctima o a los hinchas, vale la pena pensar que tanto de eso hay en cada uno de nosotros. Para buena parte de la sociedad colombiana hay una violencia buena o justificable en la que la víctima debe ser eliminada moralmente con antelación. Para muchos, la violencia es buena cuando se dirige contra una persona mala. De hecho, me temo que inconscientemente es así para muchos de nosotros. Hay que hacer un esfuerzo para no caer en la trampa. Hay que respirar y pensar para contener esa instintiva empatía violenta.

Hace unos años, un colega me ofreció un trago de whisky luego de escuchar en la radio la noticia de última hora que anunciaba la baja de alias ‘Alfonso Cano’. No voy a posar de puritano en esta columna. Me tomé el trago, pero no brindé como propuso el colega. Tuve apenas unos pocos segundos para reflexionar. Tuve ganas de brindar, celebrar la muerte de otro, de manera instintiva, pero me contuve. Rechacé el brindis y confieso que aún no tengo claro el porqué. ¿por qué estuve tentado a brindar? ¿por qué decidí no hacerlo? ¿usted brindaría?

Una sensación similar me embarga cuando, desafortunadamente, me topo en redes sociales con videos virales de ladrones que son ejecutados por sus víctimas. Leo los comentarios de la gente y en casi todos me encuentro con esa celebración de la muerte. Comentarios tipo “bien hecho, por rata” o “ojalá les den plomo a todos”. En todos ellos hay un disfrute de la muerte que no comparto. Me repugna ¿y a usted?

Pensé en eso cuando supe que Samuel Moreno había muerto. Lo mismo. No fueron pocos los comentarios celebrando la muerte. No hubo violencia. No hubo espectáculo. Solo una muerte. Pero allí estaba de nuevo ese ánimo festivo alimentándose de la muerte. En efecto,  fue un villano. Desfalcó el erario y permitió que otros lo hicieran. Por fortuna, la justicia, me refiero a la terrenal, actuó, lo procesó, lo juzgó y lo condenó. Sus últimos años estuvieron marcados por la ignominia. Pero parece que para muchos, ese desenlace trágico no fue suficiente y aprovecharon la ocasión para celebrar.

Me repugna esa propensión colectiva a celebrar ciertas violencias o ciertas muertes. Me repugna aun cuando instintivamente yo mismo la he sentido. Dudo mucho que otras especies gocen con la muerte como lo hace la nuestra. No creo que haya violencias buenas. Todas son trágicas. Todas, en buena medida, expresan un fracaso de la sociedad. Restringimos y proscribimos la violencia; supuestamente la racionalizamos y se la entregamos al Estado para que este la administre y la utilice como último recurso, e incluso en ese caso significa que otros recursos han fracasado. No hay nada que celebrar en la violencia. No hay nada que celebrar en la muerte.

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