El domingo 29 de mayo de 2022 fue la primera vuelta presidencial en Colombia. Sobre las seis de la tarde, hora en la que la Registraduría nos tiene acostumbrados a entregar los resultados preliminares del primer escrutinio, el país comenzaba a digerir la nueva realidad política de segunda vuelta, que ya se encausaba en solo dos vías posibles: Gustavo Petro, el Goliat a vencer en esa elección, o la sorpresiva clasificación al balotaje del exalcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández.
Sobre quien llegaba a esa instancia a enfrentar a Petro, había muchas expectativas. Pero definitivamente sabíamos que el centro no tenía esperanza.
Las primarias fueron el primer síntoma del estado del país político. Petro arrasó en la izquierda, Fico se impuso en la consulta de la derecha y Sergio Fajardo resultó ganador de la consulta de centro, aunque con una votación global y personal que era más una lapidación que un impulso para llegar a primera. La foto de esa noche, de los candidatos de esa consulta —que fue un fracaso desde sus albores—, estaba nimbada de amargura y decepciones, de la incómoda aceptación de que debían seguir allí, todos, aunque se detestaran, para intentar por lo menos un resultado digno que permitiera cubrir los gastos de esa campaña.
Muchas cosas salieron mal en esa coalición, pero no es este el espacio para hurgar en ese lodo del pasado.
En adelante, los días que siguieron hasta antes del domingo de primera fueron un esfuerzo titánico por recoger equipos y tratar de dar una digna pelea, aunque con la certeza de estar perdida. Los resultados fueron estremecedores. Fajardo sacó menos votos que el global de la consulta y su crecimiento personal fue apenas marginal. El mensaje para él parecía ser: “Hasta acá llegaste”, y para el centro: “No lograron conectar”. El país eligió entre dos males. Esa noche, la aceptación de esos resultados parecía el fin de una carrera pública brillante.
¿Cómo un político exitoso, decente, inteligente, el varias veces catalogado como el mejor alcalde y gobernador del país, el que cuatro años antes sacó casi cinco millones de votos y por poco fue presidente, había tenido una destrucción de capital político tan estruendosa?
Las razones, varias: ignoró las redes como tribuna de difusión de gran alcance, fue poco pragmático, priorizó lo programático para un electorado que vota con las vísceras, no cayó en el juego de la polarización y la sobresimplificación, hizo parte de un grupo de candidatos desconectados e incapaces de proyectar una imagen cohesionada, etc. Todos ellos errores garrafales, pero no insubsanables y, sobre todo, que no ponen en tela de juicio un valor capital en Sergio: su integridad.
Y es eso precisamente, su integridad, lo que cuatro años después tiene a Fajardo punteando en todas las encuestas y ganando en todos los eventuales escenarios de segunda vuelta. Fajardo fue vilipendiado, menospreciado, silbado en su ciudad, la misma que transformó profundamente. Y, a pesar de la injusta dureza con la que fue tratado, siguió firme y coherente en sus principios.
Colombia necesita del liderazgo de Sergio Fajardo para el momento tremendamente difícil que atravesamos. El retroceso de este país en muchos sectores, por cuenta de la incompetencia y mezquindad de Petro, nos ha llevado a indicadores cercanos a los años 90. Hoy es el único con la capacidad y el talante de corregir el rumbo y trazar una estrategia que haga que esta no sea una década perdida. Adelante, profesor, porque la verdad y la decencia siempre salen adelante, aunque se demoren.
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