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Decir que los niños de Colombia son los más egoístas del mundo no es una opinión, es un hecho que se desprende de un estudio realizado este año por la OCDE, donde la organización evidencia que los pequeños son “menos propensos a responder que ayudarían a un compañero de clase que está perdido, a compartir sus juguetes con un niño nuevo en la escuela o a sentir lástima por un niño que se ha caído y se ha lastimado”.
Si el resultado ya está, la pregunta es porqué y en qué momento comenzamos a creer que nosotros somos más importantes que la persona que está a nuestro lado. Sufrimos de una obsesión aguda de apego a nuestro bienestar, sin importar que ello perjudique a los demás. Como consecuencia de esta ceguera social, parece que cada vez nos importa menos el otro, al punto que perdemos gradualmente nuestros valores sociales. Esto sí es opinión.
Este domingo regresaba de montar en bicicleta con mi esposa. Cuando pasábamos por una vía rural, intrincada en su paso y con dos rieles de cemento como única vía que permitía un equilibrio relativamente estable, una camioneta y un automóvil -que estaban muy cerca al pavimento que nos permitiría avanzar nuevamente sin dificultad- que venían más lejos, pero en nuestra dirección, siguieron su marcha, aun cuando nos habían visto, dificultando más nuestro avance. Decidieron, en su egoísmo, no darle prioridad a quienes estaban en una situación de mayor vulnerabilidad en movilidad. En cuestión de segundos, y al ver que seguíamos avanzando, lo único que atinaron a hacer fue frenar. No obstante, ante la dificultad del paso, infortunadamente mi esposa cayó contra un alambre de púas. De inmediato dejé la bicicleta en el suelo para verificar que estuviera bien y ayudarla. De las cuatro o seis personas mal contadas que iban en los dos vehículos, nadie movió un dedo, nadie preguntó nada, simplemente siguieron su camino en cuanto levanté mi bicicleta de los rieles.
Por fortuna, la caída no representó un accidente grave, pero sí nos dejó pensativos por varios minutos. ¿Por qué pareciera que a las personas cada vez les importa menos el otro? ¿Estamos perdiendo el sentido de humanidad del que tanto nos jactamos con los demás? ¿Será acaso que, como el niño egoísta, los adultos pensamos que “este mundo es mío y no se lo presto a nadie”?
Una sociedad donde las personas no piensan en el bienestar de los demás está condenada al rezago. Una sociedad egoísta cuenta con una educación muy limitada, donde los demás emularán las actitudes negativas de quienes únicamente piensan en sí mismos, facilitando, entre otras, el surgimiento de actos corruptos. La corrupción tiene en el egoísmo a un aliado y en la educación un enemigo.
Como en muchos estudios, los países nórdicos lideran el ranking de niños que más comparten. Curiosamente, también estos países van a la cabeza como las naciones menos corruptas del planeta. Creo que la relación es directa. Quizá, por eso, allá no necesitan ver a una autoridad para hacer una fila, dar paso al peatón o pagar el tiquete del bus.
Puede ser, entonces, que la solución estructural a la corrupción está hoy en las aulas de clase más que en los juzgados; y que la empatía, así como pensar en las consecuencias que mis actos tienen sobre el bienestar de los demás nos pueda llevar a compartir y a dejar de creer que este mundo lo fabricaron exclusivamente para ‘mí’.
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