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Estamos berracos, como decía mi abuelo

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Esta semana he sido testigo de dos incidentes que motivaron la reflexión que hoy me permito compartirles.

El primero. En mi familia tenemos un local comercial alquilado en el que nosotros somos los arrendatarios. Ante la “dolarización” de la zona donde está ubicado el mismo, el propietario lleva algunos meses pidiéndonos de manera insistente desocuparle el local, aún a sabiendas del contrato que media entre las partes. Ante nuestra negativa, soportándonos en la ley, el propietario amenaza con hacernos ir “por las buenas o por las malas”. El martes pasado llegamos como todos los días. No había electricidad. Llamamos a EPM y a un electricista especializado y el diagnóstico fue que los cables alimentadores que van del contador al local habían sido arrancados, solo los de ese local, los demás del edificio estaban perfectos. Repararlo implica romper muros. El propietario no negó sus actos, pero sí negó su disposición para arreglarlo. Esa fue su forma “a las malas” de lograr su cometido.

El segundo. Nos montamos en un carro de estos de las aplicaciones que reemplazan a los taxis. El conductor tenía música a todo volumen. Comenzamos nuestro recorrido. Le solicitamos de manera respetuosa al conductor bajarle un poco al radio. El conductor nos dice que no, que él está escuchando y de manera agresiva nos dice que no nos va a llevar a ninguna parte y nos baja del carro a las malas.

Estamos muy bravos los seres humanos, la rabia nos domina. Pero como no puedo hablar de la emoción que invade los seres de todas las latitudes, hablaré del lugar que sí conozco y de la gente que frecuento. Medellín y los y las medellinenses.

La gentileza que antes nos identificaba en esta tierra ha ido desapareciendo. Estamos bravos, molestos, enojados, o berracos, como decían mis abuelos.

Disfrutábamos del clima de la eterna primavera y hoy vivimos con pánico de que el aguacero del día, que parece más el diluvio universal, nos tumbe nuestras casas, las de nuestras familias, inunde nuestros negocios o arruine nuestros carros.

Salimos a trabajar, a estudiar, a habitar la ciudad o simplemente a vivir, y nos reciben unas calles que nos lastiman cada vez que saltamos en los huecos que las invaden. Nos enorgullecíamos de tener unas vías impecables, limpias, bien cuidadas, de lo que no queda sino el recuerdo. Basuras con olores asquerosos en  los que antes eran jardines y ahora son selvas.

Cómo no vamos a estar bravos si nuestro paisaje se volvió hostil, si los espacios que usábamos para hacer deporte hoy están destruidos, si los niños y las niñas están sin atención y las mujeres en embarazo sin alimentación balanceada. Cómo no vamos a estar enojados si nosotros, los medellinenses, que a pesar de nuestras diferencias, habíamos estado siempre unidos en un propósito superior de hacer de esta ciudad un vividero como ningún otro, hoy estamos divididos en “buenos y malos”; hoy nos habita la desesperanza y quienes nos gobiernan están más preocupados en enriquecerse que en nuestro propio bienestar.

Cómo no vamos a estar bravos si de esta ciudad que era nuestro orgullo, no queda mucho.

Es posible que las personas que motivaron mi reflexión esa mañana, antes de tomar esas decisiones, se hubieran metido en un hueco y se les hubiera dañado el carro, los hubieran atracado en un semáforo, se les hubiera caído el techo de sus casas con un aguacero. Es posible que sus hijos se hubieran quedado sin atención en Buen Comienzo, o que la cancha a la que iban a descargar sus frustraciones hoy esté fuera de servicio y tomada por la maleza.

Estamos enojados, muy enojados. Pero el enojo no puede ser permanente, nos lleva a la autodestrucción. Es hora de usar esa energía que nos da el enojo para recuperar este valle, que solía ser nuestro.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/manuela-restrepo/

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