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En mi anterior empleo en Proantioquia, llevamos a cabo lo que llamamos «Callejeadas». Estos eran espacios donde jóvenes y empresarios se reunían para leer y discutir sobre territorios y temas de interés, pero, sobre todo, eran oportunidades para forjar vínculos y acercar a nuestra humanidad. Emparejábamos a un joven con un empresario y les planteábamos preguntas para que se conocieran más allá de sus etiquetas y prejuicios.
En uno de estos recorridos, visitamos el Museo Cementerio San Pedro para conocer la historia de algunos influyentes empresarios, y luego nos dirigimos al Parque de los Deseos (conocido como Parque de la Resistencia para los jóvenes) para comprender el significado de ese espacio para los manifestantes durante el estallido social.
Una de las parejas formadas consistía en un joven que había estado muy involucrado en las protestas y el presidente de una importante compañía. Nunca se habían conocido antes, ni se habían molestado en preguntarse sobre la historia del otro. Ambos ocupaban posiciones de vida muy diferentes.
Al final de la jornada, el joven tomó el micrófono y con una voz entrecortada y entusiasta nos dijo a todos: «Antes pensaba que todos los ricos de Medellín eran malos. Pero después de conocer a este empresario, me doy cuenta de que, al igual que yo, él se levanta todos los días para luchar por su familia y sus empleados». Ese día, la lucha los unió, e incluso compartieron el dolor de algunas de sus historias.
Hemos pasado años utilizando insultos, etiquetas y gritos para expresar nuestras opiniones. Hemos defendido nuestras posturas con fiereza en discusiones de ideas que en realidad nos han alejado más que acercarnos. Algunos llaman a esto polarización, mientras que otros lo ven como una confrontación necesaria de ideas. Pero en realidad, lo que estamos haciendo es deshumanizar al otro, colocándolo en la categoría de enemigo.
Este año, el Barómetro de Confianza Edelman tituló su informe anual «Navegando por un mundo polarizado». En este informe se mostró cómo el colapso del optimismo económico, el desequilibrio institucional, la división de clases y la lucha por la verdad están creando un escenario de profunda polarización. Colombia y Argentina fueron catalogados como países profundamente polarizados.
Según este estudio, la desconfianza genera polarización, y esta es más intensa cuando las diferencias son más arraigadas. En Colombia, por ejemplo, el 51% de la población considera que el país está más dividido que antes. El 63% cree que el tejido social que solía unir al país se ha vuelto demasiado frágil, y solo el 33% de los colombianos estarían dispuestos a ayudar a alguien con opiniones diferentes si lo necesitara.
¿Qué nos ha sucedido en estos tiempos? ¿Por qué nuestras diferencias se han vuelto tan profundas? ¿Cuándo dejamos de escuchar y nos dedicamos a gritar?
Las redes sociales y sus cámaras de eco han contribuido a la creación de púlpitos digitales que refuerzan nuestras trincheras ideológicas debido al sesgo de confirmación. Estos espacios de ruido digital nos brindan una sensación de anonimato que nos permite expresar cualquier cosa sin enfrentar consecuencias o mostrar empatía hacia los demás. No es necesario mirar a los ojos, solo arrojamos la piedra y desviamos la mirada cuando hace daño.
La división de clases y el agravamiento de las diferencias sociales y económicas nos están llevando a la formación de guetos en todos los niveles. Los graduados de prestigiosos colegios privados se relacionan principalmente entre ellos y se recomiendan mutuamente para trabajos y negocios. Los jóvenes de los barrios recorren un radio muy limitado, desde sus casas hasta la escuela y lugares de fiesta. Nuestros círculos sociales no se superponen, y carecemos de puntos de encuentro.
La desconfianza en las instituciones, combinada con la angustia económica, nos lleva a buscar chivos expiatorios y a señalar de manera simplista a responsables de todo el caos. Se culpa al joven que paralizó las calles, al empresario rico y avaro, a los medios que desinforman, a las ONG que critican y a las veedurías que realizan controles.
Estamos presenciando una confrontación cada vez más agresiva de nuestras ideas, sin posibilidad de escuchar con atención. Como resultado, el péndulo del poder se mueve rápidamente y con gran fuerza, lo que podría llevar a una desestabilización. Al tirar de la cuerda con tanta fuerza, corremos el riesgo de romperla. La moderación se ve como una debilidad, y la tibieza se convierte en un insulto.
¿Qué nos queda entonces? Un inmenso trabajo para unir mundos y restablecer la confianza. A pesar de que algunas figuras de liderazgo no parecen contribuir a este propósito, el barómetro nos da pistas sobre quienes podrían hacerlo: las universidades, los maestros y los científicos son los que inspiran la mayor confianza y podrían facilitar espacios de encuentro.
Proyectos como la “Tejeduría Territorial”, «Tenemos que hablar» y «Jóvenes y Empresarios» nos han brindado ejemplos de lo que podemos lograr al crear espacios seguros para expresar nuestras opiniones y compartir nuestros dolores y deseos. Ahí es donde todos nos encontramos. Necesitamos extender iniciativas como estas y adaptarlas a formatos sencillos, replicables y contagiosos.
El paro ha pasado, las elecciones han concluido, y es hora de hablar, expresar nuestras opiniones y encontrar un punto intermedio. Es momento de crear espacios que permitan abrazar diversas perspectivas sin excluir a aquellos que han perdido el poder. Descubriremos que es posible combinar visiones de desarrollo económico y social, que la competitividad y la dignidad son dos caras de la misma moneda, y que la seguridad y el respeto a los derechos humanos son parte de una misma narrativa.
En el caso de Medellín, y con los recientes resultados electorales, el alcalde electo Federico Gutiérrez tiene un gran mandato, sin duda alguna, y tengo la certeza que él y su equipo se están planteando como reto dar la vuelta a todo este escenario y buscar, convocar y construir este nueva historia de la ciudad con aquellos que piensan diferente a ellos, y que en el pasado los han confrontado.
Que venga el debate público, que venga el control social, pero sobre todo que vengan los PUENTES para acercar nuestra humanidad, nuestras voces y nuestras ideas. Al final algo bueno saldrá de todo esto para la ciudad y las siguientes generaciones.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/wilmar-andres-martinez-valencia/