¡Es la demografía, idiota!

¡Es la demografía, idiota!

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En el año 1346 una terrible peste recorrió Medio Oriente, el Norte de África y Europa. Transmitida de ratas a humanos por las pulgas que eran su vínculo de vida cotidiana, millones de personas sucumbieron a la célebre peste negra o bubónica. Los cálculos más conservadores señalan que al menos un cuarto de la población de los reinos europeos murió en los dos años de la primera ola de una peste que se repetiría una docena de ocasiones en los siglos siguientes (aunque nunca tan mortal como la primera vez).

Las pérdidas humanas fueron desastrosas y las consecuencias del desastre fueron inesperadas. La población de Europa Occidental había crecido de manera sostenida durante los cuatro siglos anteriores; el comercio era próspero, pero el sistema feudal que alimentaba la economía agrícola y soportaba el sistema político de alianzas y lealtades entre siervos, señores menores y grandes señores y miembros de la realiza, se beneficiaba de una sobreoferta de mano de obra. La abundancia de campesinos sin tierra en búsqueda de trabajo en los latifundios de los señores reducía su poder de negociación. Pero la peste equilibró un poco la desigual balanza. Ahora los campesinos podían negociar mejor los acuerdos de trabajo en los campos de los nobles y estos, obligados por la escasez de mano de obra, estaban más dispuestos a hacer concesiones. En las ciudades, el descuadre poblacional benefició a las clases burguesas de comerciantes y artesanos y unas décadas después se consolidaría el ascenso de las ciudades comerciales de Italia y el Norte de Europa, libres en buena medida de las interferencias de reyes y emperadores.

En el año 1846 fallaron las cosechas de papa en casi todo Irlanda. En el país, reducido al dominio británico y profundamente pobre, más de la mitad de la población sacaba el noventa por ciento de su carga calórica del consumo del tubérculo. Lo que siguió fue el hambre; paleada apenas por las autoridades, pero ignorada eventualmente por la dirigencia británica en una reivindicación terrible de las teorías malthusianas de equilibrio poblacional. En cuestión de un par de años, la muerte y la migración forzosa redujeron la población de Irlanda de unos ocho millones a poco más de cuatro. La población en la isla nunca ha recuperado ese número. La crisis terminó de echar por la borda cualquier posibilidad de menguar las intenciones independentistas de los irlandeses y fue una horrorosa gota que derramó el vaso de la resistencia al control británico.

Pero esta tragedia poblacional también influyó en la Guerra de Secesión estadounidense. El flujo migratorio desde Irlanda alimentó el crecimiento industrial de los estados del Norte y eventualmente sería una de las principales fuentes de reclutamiento del ejercito unionista. A finales de la guerra, por 1865, al menos la mitad de las tropas de la Unión eran migrantes que habían entrado a las filas “casi al bajar del barco”. La fuerza industrial y la casi inagotable reserva de hombres fueron claves para la victoria del Norte sobre el Sur. El final y el desenlace de la guerra civil estadounidense guarda esa conexión fibrosa con la plaga que acabó con los cultivos de los campesinos irlandeses dos décadas antes.

En 1900 la población de Medellín era de un poco menos de sesenta mil habitantes. Para contexto, esa es la población actual del municipio de Girardota. Y aunque cincuenta años después sería de trescientos sesenta mil, la explosión poblacional llegaría en las tres décadas siguientes, cuando la migración desde el resto de Antioquia y otros departamentos como Chocó y Córdoba, llevaron a la ciudad a tener un millón seiscientos mil habitantes a finales de los años ochenta. El flujo fue incesante y supuso la necesidad espacial, económica e institucional de recibir a esos cientos de miles de personas. Siendo simplistas, las personas migran por factores de expulsión (en el caso colombiano suelen ser la violencia o las carencias económicas del campo) y llegan buscando un lugar dónde vivir, una fuente de ingresos económicos y unas reglas de juego por las cuáles delimitar su vida cotidiana y social. Las ciudades suelen ser buenas para proveer estas tres cosas (y muchas otras, como servicios sociales, entretención, etc.), pero en ocasiones el flujo migratorio es demasiado fuerte y esta promesa implícita falla. La mayoría de las ciudades de América Latina vivieron una historia similar en la segunda mitad de siglo XX, pero quizá la diferencia en Medellín, además de la proporción del crecimiento, es que tuvo consecuencias profundas sobre la violencia del narcotráfico de los años ochenta y noventa, y que sigue siendo profundamente relevante respecto a las dificultades de política social que suelen enfrentar los gobiernos locales.

El crecimiento de la población apenas ha venido a desacelerarse en la última década (en 2023 la población de la ciudad es de unas dos millones seiscientas mil personas) e incluso flujos de migración como el de población venezolana en los años recientes no ha afectado mucho la tendencia. Sin embargo, las perspectivas de desarrollo y buen gobierno de la ciudad siguen estando delimitadas por su capacidad para proveer esos servicios básicos y acercar otros más sustanciales a esos cientos de miles de personas que siguen vivienda en los “linderos” de la ciudad y que son testimonio de un flujo de migración que hemos sido incapaces de integrar realmente al mercado y al Estado local.

La demografía recibe poca atención en los análisis de actualidad política, social y económica. Quizá sea porque sus procesos y consecuencias pueden extenderse por largos periodos de tiempo. Pero su influencia sobre nuestras vidas y el desarrollo de nuestras sociedades es quizá mayor a cualquier otro asunto al que le pongamos excesiva atención. Supone un reto cognitivo y una dificultad práctica, pero sería muy valioso que esto fuera tenido en cuenta, por estos días que todo tiene la pretensión de ser tema de campaña, para las discusiones electorales. Pero también que lograra instalarse un poco mejor en la conversación sobre asuntos públicos, más allá de las elecciones.

Pensar en la gente, como personas, por supuesto, pero también como motor de la historia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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