Estudio en Edimburgo, y un día, mientras iba con mis amigas a un bar, cogimos un bus que estaba lleno de personas que habían estado en los “pres” de las rumbas a las cuales se dirigían. Claro, la gran mayoría estaban completamente alcoholizados. Nos montamos al bus y subimos las escaleras al segundo piso, aprovechando al máximo nuestro estatus de extranjeras viviendo en el Reino Unido. Nos sentamos y continuamos la conversación que estábamos teniendo.. Allí fue cuando entre risas y balbuceos, un hombre con acento británico nos preguntó si éramos de América. Mi amiga de Estados Unidos le dijo que sí, y él prosiguió a preguntarle qué de qué estado era. Mi amiga respondió, y luego, con un tono burlón, se volteó hacia mí para preguntarme lo mismo. Ante esto, le dije con confianza y sin vacilaciones, que sí era de América, de un estado llamado Antioquia. 

No hay manera de que pueda plasmar en palabras la cara de confusión que este hombre británico asumió. Mis amigas estallaron en risas, mientras él me preguntó que si le podía repetir una vez más de donde era. Ahí fue cuando le dije otra vez. Con orgullo, soy de Antioquia. “¿Usted sabe que América es un continente entero, cierto?” 

A los colombianos, el mundo, y las circunstancias de la historia, nos han hecho sentir privilegiados cuando personas del exterior conocen nuestro país. Quedamos enamorados si saben ubicar a Colombia en un mapa, si conocen al menos el nombre de una ciudad, si lo primero que mencionan no es a Pablo Escobar. Incluso si conocen a nuestros jugadores de la selección Colombia de fútbol. Yo también he sido perpetradora de este fenómeno; la primera vez que un compañero amante del fútbol me dijo que conocía al “Jwan Cuadradou”  que juega en Juventus me dieron ganas de abrazarlo y agradecerle. Mientras tanto, en Colombia nos obligan a aprender las capitales del mundo, a conocer los ríos de Asia, a nombrar de memoria los vetos del Consejo de seguridad de la ONU. Nos incentivan a aprender los nombres de los 50 estados de Estados Unidos, y nos dicen que sin aprender inglés no vamos a ser exitosos en la vida. En fin, últimamente me resulta muy curioso que las personas de un país de “tercer mundo” como Colombia seamos mucho más globalizadas que la mayoría de las personas del “primer mundo”. 

Cuando Disney anunció que iba a hacer una película que tomaría lugar en Colombia, sentí tanto orgullo. Más aún cuando supe que una de las figuras musicales que más admiro, Lin Manuel Miranda, iba a estar encargado de componer la música de un país tan folclórico, tan cultural, tan diverso. Hay una satisfacción única, una magia que sentimos cuando nos sentimos representados. Y no, no hablo de cuando vemos a un americano con acento paisa forzado diciendo “plata o plomo” ni de cuando vemos a Sofía Vergara en el papel de Gloria Pritchett. Sabemos que esto no es una representación acertada de Colombia ni de los colombianos. Por esto, cuando fui a ver Encanto a cine y vi que Colombia, en su diversidad natural, racial, de acentos, de flora y fauna, de cultura, de comida, y de jerga estaba siendo representada, me sentí orgullosa. Por fin tendría una película, una obra audiovisual, a la cual referenciar con mis amigos que nunca nos han visitado. Por fin podría mostrarles lo que les había contado. Por fin.

Y no fui la única que lo pensó. Desde el lanzamiento de la película, se han viralizado dos videos, uno de un niño en Estados Unidos, y otro de una niña en Brasil, en los cuales se ve la emoción de estos cuando se ven representados en los personajes de la película. Al plasmar la diversidad colombiana en Encanto, Disney también representó la diversidad del mundo. Y además, todos los colombianos, sin importar de qué parte del país somos, vemos a nuestra cultura, nuestro medio ambiente, y nuestras familias representados. Además, los niños de Colombia pudieron entender el desplazamiento forzado que ha acechado al país durante décadas. 

Esto no es una reseña. Esto es una explicación, una ilustración de la importancia de la representación. Porque tal vez para los niños que van a crecer viendo Encanto, conocer a Colombia y a demás culturas del mundo no va a ser nada raro. Tal vez para esos niños, las heroínas no van a ser solo de tez pálida y cabello rubio, sino que también van a ser de tez color canela y pelo rizado. Para esos niños, va a ser normal la diversidad, ver a una pareja conformada por un hombre negro y una mujer blanca, tal y cómo Pepa y Félix. Van a hablar de la riqueza natural de Colombia, y van a intentar preservarla antes de que se muera el último jaguar y se envenene a la Amazonía con fumigaciones y deforestación. Esos niños van a poder hablar de los errores de sus antepasados, y de los demonios que los acechaban. Se va a acabar el pariente innombrable, el trauma generacional se va a resolver, y se va a hablar sobre la salud mental. Los psicólogos van a parar de ser para los locos, y los artistas van a parar de ser encajonados en lo que la sociedad considera respetable, tal como Isabela. 

Intento ver Encanto con los ojos del futuro. Es una manera de mostrar a una Colombia idealizada, una Colombia que aún no existe. Pero aún así, no paremos de disfrutarla, de gozarnos la mirada del mundo en nosotros. Que no se nos olvide que Colombia sí tiene todas las cosas que la película muestra, que Colombia es un país de familias, es un país de naturaleza, un país de montañas, de culturas y sí, un país de encanto.

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