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En fin, nos vamos a morir pronto

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Fue Jules Renard quien lo puso por escrito: «Las discusiones más apasionadas siempre deberían terminar con estas palabras: «En fin, nos vamos a morir pronto»».

Pero no fue el tema de las discusiones acaloradas lo que me recordó la frase. Y eso que las peleas por chat, por redes, en casas y almuerzos, no es que vengan, es que ya están aquí. Que no me parece mal. Que la salud, que las pensiones, que las tasas de interés, que los bancos… ¿De qué hablaría la gente que no tiene nada en común si no se peleara?

Digo, además, que está bien que se discutan cosas de las que hace muy poco nadie hablaba. Y faltan, además, las discusiones políticas, las que rompen relaciones entre sobrinos y tíos y hacen que la gente llena de indignación se salga de chats. El lado bueno es que esas son discusiones para salirse de grupos de whatsapp donde uno no termina de entender qué está haciendo allí.

Pero decía que no son las discusiones acaloradas las que me recordaron la frase del aforista Jules Renard, sino su colofón: «En fin, nos vamos a morir pronto».

El fatalismo me gana por estos días y, entre chiste y chiste, estoy convencido de que no le daremos tiempo al meteorito que anda dando vueltas por la galaxia de que se tropiece con este punto azul que llamamos Tierra.

La semana pasada circulaba de un lado a otro el titular: No queda ningún lugar en la Tierra libre de contaminación. Solo el 0,001 % de la población mundial respiraba un aire saludable. Y quienes sostienen que Medellín es el mejor vividero del mundo deberían también tener en cuenta que es un mal respiradero.

El humo de los incendios reabre el agujero en la capa de ozono, alertaba otro periódico. Y recordé esos años finales de mi infancia, cuando los aerosoles y las neveras eran señalados como los grandes culpables del hueco en el escudo que nos protegía.

Entre 1984 y 1985, la empresa sueca Boiden Mineal AB vertió en Arica, Chile, cerca de 20.000 toneladas de residuos tóxicos, dice otra noticia. En Nueva York te invitan a tomar agua del grifo, es la más rica del mundo, dicen. En Botswana en su riesgo beber de la llave… Y en Chocó o en La Guajira, donde aún se publican noticias sobre la inauguración de un acueducto como una celebración en lugar de como un ¡por fin!

La industria de los carros de combustión, esos que manejamos aquí, pero que quieren sacar de circulación allá, al otro lado del Atlántico, se lanzan en una pelea frontal para seguir vendiendo en Europa sus creaciones, porque supongo que nos les atrae del todo el empobrecido mercado del tercer mundo.

Las prendas hechas para durar tres meses antes de pasar de moda alimentan montañas de prendas inservibles en Kenia y en el desierto de Atacama. Aquí abajo, abajo, como escribió Benedetti.

Tengo un conocido que no come peces de río, porque crecen comiendo muertos y mercurio, asegura.

El reloj del fin del mundo lo adelantaron hace nada. Quedó a 90 segundos de la medianoche. Nadie olvida la frase con la que lo expulsaron del paraíso, escribió el también aforista Ramón Eder. Tal vez cataplum sea la última que escuche la humanidad.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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