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En 1930 el filósofo Bertrand Russell escribió “La conquista de la felicidad”, un pequeño libro en el que buscaba recoger reflexiones e ideas prácticas sobre lo que hacía felices e infelices a las personas. Russell habla de la moderación, del desprendimiento del estoicismo, del disfrute de asuntos sencillos y de la lejanía de los extremos moralizantes como fundamentos de la felicidad, pero leyéndolo por estos días me llamó la atención su reivindicación del tedio como elemento central de lo que nos hace felices.
Para Russell el aburrimiento es el ingrediente subestimado de una vida feliz. Sin intermedios entre momentos emocionantes, cada punto interesante del recorrido se puede volver irrelevante, como distinguir cada el sabor en un plato de comida demasiado condimentado. Así, “todos los grandes libros tienen trozos aburridos, y todas las grandes vidas tienen trechos desprovistos de interés” (2022, 52). Cuando Russell escribió este libro hace unos noventa años los escapes del tedio eran poco más que el cine, la radio o las fiestas. Si supiera todo lo que ha inventado la humanidad desde entonces para escapar al aburrimiento se horrorizaría.
Lo curioso es que una de las alternativas actuales de tedio es profundamente aburrida. Recientemente caí en cuenta que tengo un impulso casi imposible de resistir siempre que me monto a un ascensor de mirar el celular. Ni siquiera para largos recorridos, sino solo un par de pisos, y, sin embargo, ha sido difícil evitar la tentación de darle un par de scrolls a alguna red social; como si esto fuera más entretenido que simplemente no hacer nada por unos segundos. En ocasiones pareciera que temiéramos lo que pueden decirnos nuestras cabezas si las privados de los estímulos constantes de las pantallas.
Al tiempo, resulta irónico que pareciera que podemos controlar más lo que nos muestran nuestros celulares que lo que nos quiere decir nuestra cabeza. En esa sensación de control hay dos pérdidas. La de cierta autonomía cognitiva que nos hace humanos y la de dejar descansar a un procesador sobrestimulado. Y es que esto es precisamente otro de los argumentos de Russell, que a la cabeza hay que regalarle descansos. Momentos en los que puede fluir libremente con la corriente de nuestros pensamientos, negárselo parece divorciarnos de una parte fundamental de la experiencia humana. Hay también algo reparador en el aburrimiento. Se acerca al efecto de la quietud para un cuerpo cansado.
Porque el tedio es mucho más que la parte que conecta dos extremos excitantes del día. Nos permite pensar, con todo lo que implica esto. No solo pensar con “productividad”, que parece ser la expectativa angustiosa que todos compartimos ahora, sino pensar por pensar. Las reflexiones que no llevan a ningún lado e incluso, las que parecen solo un estado un tris superior a tener la cabeza en blanco. De ahí también se desprende la creatividad y el goce de los otros momentos del día y de la vida. En el entendido de que el aburrimiento puede ser un ingrediente insípido, pero también un catalizador de otros sabores. Quizás, de los mejores.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/