El voto programático es una farsa

El voto programático es una farsa

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“El voto en blanco no sirve para nada, eso se le suma al ganador”

«El voto en blanco no sirve para nada; eso se suma al ganador.»

«Las elecciones ya están arregladas. Siempre ganan los mismos.»

«Yo no voto por ese HP porque salió en un video manoseando a una vieja todo borracho.»

Estas fueron algunas de las expresiones que aparecieron en algunos de los talleres que realizamos de la mano de No Apto y Comfama en una gran empresa de nuestro departamento; reflejan los mitos y verdades de algunas personas en torno a su elección democrática este 29 de octubre.

La realidad es que, por más que nos sintamos orgullosos porque lo que llamamos «Voto de opinión» está creciendo en algunos territorios, aún estamos lejos de ejercer un «Voto programático», un voto por ideas o propuestas. Las mayorías votan por otras cosas.

En el mejor de los casos, las personas votan por confianza, por emociones positivas que les genera una candidatura, o por recomendación de alguien en quien confían. En el peor, votan por engaño o por quien se oponga contundentemente al político que detestan de vieja o nueva data.

Ni siquiera los círculos más eruditos de la política se encargan de leer todos los programas de gobierno de los candidatos y de comparar una a una las propuestas de uno o del otro. ¿Cuál es la propuesta de fondo en educación? Ni idea; ¿En qué se diferencian sus visiones de seguridad? Menos; ¿Quién está capacitado o no para cumplir todo lo que dice? Vaya usted a saber.

Esa ausencia de un voto informado es aprovechada por los políticos, de todos los lados, y por eso se dedican en campaña solo a dar mensajes grandilocuentes con ideas que nadie va a recordar en unos meses, pero que cumplen el efecto de llamar su atención.

¿O ya se les olvidó la estruendosa propuesta de una segunda línea del Metro desde el Poblado hasta Castilla?, ¿o la de los segundos pisos viales que aparece cada cuatro años? ¿Qué me dicen de la reciente «Metro gratis» que se ve en vallas y anuncios? Cada una de estas ideas tiene como objetivo engañar y pescar en el río revuelto de la ignorancia democrática.

Pero el problema de fondo no es realmente de los políticos, ellos también caen en la dulce tentación del populismo y la demagogia si eso los hace ganar. El problema real es de nuestra cultura política, de la forma como entendemos y vivimos nuestra democracia.

En el índice de Democracia hecho por The Economist a nivel global, nuestro país se cataloga como una «Democracia deficiente», no por nuestro proceso electoral y pluralismo, no por el funcionamiento del gobierno, no por el respeto a nuestros derechos civiles, sino por nuestra cultura política. En todos los primeros subíndices estamos por encima de la media (6 de 10), pero en éste último vamos muy por debajo (3,75).

Seguimos siendo un país donde 1 de cada 2 personas no vota, y muchos de los que lo hacen se dejan esclavizar democráticamente a través de favores, puestos y contratos. Seguimos siendo un país donde nos basta con la etiqueta de «Uribista», «Petrista», «Santista», para odiar a alguien y no votarle nunca, así solo se vea una parte sesgada de su relato. Y como lo he dicho antes, seguimos siendo un país donde votamos en su mayoría por la imagen que ciertos políticos son capaces de crear en nosotros, así sea un engaño.

Y si bien hemos avanzado, pues cada vez estamos cerrando esa oscura página del exterminio político del que es diferente a nosotros, hoy tenemos que asumir y reconocer que somos una sociedad altamente influenciable, especialmente si el candidato se pone camisa azul, se la mete por dentro y sonríe de manera fría a la cámara.

Por desgracia, en esta coyuntura de ligereza política, de noticias falsas que se propagan como un virus, en este escenario de engaño, los políticos que usan la mentira son los que tienen más ventaja; la ignorancia es su cancha. Cada vez más perdemos la oportunidad de elegir personas con altas cualidades, que sepan de sus temas y no tengan intereses ocultos.

¿Qué hacer entonces? Primero darnos cuenta del problema. Entender que lo que hacemos como sociedad en formación de cultura democrática es insuficiente por parte de todos los actores. No podemos seguir pensando que la democracia es algo que viene con el registro civil o la cédula; no, la democracia como forma de vida requiere ser enseñada.

En el colegio, el núcleo de ciencias sociales es el menos importante, por esto de la jerarquía del conocimiento que privilegia las matemáticas. Hay que hacer de las clases de democracia un proceso experiencial, y ponernos como meta colectiva que cada niño, niña y joven pasen por un proceso de formación democrática de calidad.

Necesitamos más divulgadores de la democracia, más activistas de la alteridad, personas que con la capacidad de llegar a las masas puedan convertirse en verdaderos pedagogos de lo que significa esta expresión. Que las redes se inunden de tendencias en función de un voto informado y consciente. Que votar con criterio sea algo sexy.

Que tengamos más empresas que le hablen a sus colaboradores de política, no para decirles por quién votar, pero sí para hacerles preguntas, derrumbar mitos y sembrar el pensamiento crítico en ellos. Que organicen debates, espacios para poner en la conversación pública lo que significa la democracia.

Y que en su conjunto, entendamos como sociedad que la democracia no es solo un sistema político -que además nos ha costado bastante ganar y mantener- sino que logremos llevar esto a nuestra vida cotidiana, en la forma como asumimos la diferencia, en el equilibrio de poderes, en el respeto a la palabra del otro, y en la opinión basada en hechos y emociones políticas más saludables.

Estamos viviendo aún un experimento de la humanidad que no está culminado. Comenzó en la antigua Grecia, y retomamos parte de su esencia hace apenas 240 años. Es un modelo en construcción que requiere de las mejores mentes y la mayor voluntad. No hemos logrado todo.

Si no le prestamos la atención debida, estaremos presenciando la legitimación de autocracias y tiranías digitales que avanzan en nuestro mundo con la promesa de resolver a corto plazo los problemas de los ciudadanos, pero a costa de su libertad y el equilibrio de poderes.

Tal vez el voto programático sea una farsa, pero nuestra democracia no lo es. Debemos cuidar lo que es valioso, debemos cuidar lo que nos hace humanos.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/wilmar-andres-martinez-valencia/

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