El «urbanismo social» de Fajardo: otro elefante blanco

El «urbanismo social» de Fajardo: otro elefante blanco

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¿Recuerdan cuando Bloomberg demostró que el “matemático” Sergio Fajardo duplicó la deuda de Antioquia y llevó al Departamento, por primera vez en su historia, a una calificación negativa por parte de Fitch Ratings? Poco más o menos me sucedió al investigar el reciente libro de Fajardo sobre “Urbanismo Social”, donde abundan los lugares comunes, la retórica del maquillaje y esa flojera y superficialidad que caracterizan los “análisis” del profe.

Para esta columna me propuse entonces indagar en el Fajardo “urbanista”, pero la decepción fue peor que con Fajardo el “matemático”. Y esto por lo siguiente: resulta que el cacareado “Urbanismo Social” y el supuesto “Milagro Medellín”, más allá de un rótulo publicitario efectista que prometía justicia y equidad, lo que hizo fue consolidar, e incluso exacerbar, una geografía de la injusticia donde el suelo urbano se convirtió en el terreno de juego para llenar los bolsillos de los especuladores y en el cual el beneficio de unos pocos se disfrazó de desarrollo para todos.

Pese a las discrepancias epistémicas sobre el concepto de “injusticia espacial”, parece existir en la comunidad académica un cierto consenso alrededor de los tres pilares propuestos por Fraser para definir este fenómeno: La mala distribución, el no reconocimiento y falta de representación, todos los cuales se revelan con suma claridad en las políticas de vivienda y desarrollo urbano del POT del 2006 presentado por la Alcaldía de Fajardo.

Este Plan de Ordenamiento Territorial permitió que el suelo se regulara como un “recurso estratégico”, una forma de intervención que distorsiona el mercado natural de la propiedad, y cuya consecuencia necesaria es la especulación inmobiliaria. Al “regular” así la economía política del suelo en la ciudad, los precios se disparan en las zonas centrales y accesibles, mientras las viviendas de interés social (VIS) y las viviendas de interés prioritario (VIP) son relegadas, casi por regla, a la periferia, reforzando la segregación espacial y ahondando las diferencias sociales. Tenemos entonces la primera de las injusticias espaciales provocadas por Fajardo el “urbanista”: la mala distribución.

Y es que los datos hablan por sí mismos. Durante su Alcaldía, menos de una quinta parte de la producción de vivienda se destinó a viviendas de interés prioritario. En lugar de construir filiación comunitaria, este modelo urbano fomentó el aislamiento y la invisibilización de los menos favorecidos, llevándolos a una marginación fáctica y simbólica que, en la práctica, refuerza la exclusión y priva a estos ciudadanos de un sentido de pertenencia y participación en la vida urbana. En pocas palabras: les niega su reconocimiento identitario.

Si, por último, hablamos de la tercera de las injusticias propuestas por Fraser, tenemos que afirmar entonces que la exclusión espacial del urbanismo fajardista tiene consecuencias directas sobre la acción política del ciudadano: cuando la periferia queda marginada, entonces sus habitantes también permanecen excluidos de los mecanismos de representación y participación que, en teoría, deberían estar al alcance de todos. La participación política, en este sentido, se fractura por la misma producción de las distintas geografías urbanas.

Fajardo no sirve pues ni para lo uno ni para lo otro. Sabe posicionar su imagen de político impoluto, eso sí. Pero donde gobierna, si se mira más allá del maquillaje, sólo queda pobreza, exclusión y violencia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/

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