El tuyo, ¡bah!

Existe —lo he visto, lo he oído, lo he leído— ese desprecio que raya en la vileza por el sufrimiento del otro. En reuniones con gente que conozco, en redes sociales, en videos que registran el desprecio. Mi dolor es sagrado, el tuyo, ¡bah!

Pero no es cualquier otro: es por aquel que consideran de menor valía (porque tiene menos, porque opina distinto, porque está en otro lado del espectro político).

Lo he leído, dije. Están para la prueba esos que marcharon por Jerusalén cantando muerte a los árabes. Con qué facilidad lamentan la muerte y la repudian cuando son los suyos, con qué facilidad la desean y la reclaman cuando es la de otros. Había niños y jóvenes entre los cantantes.

Lo he oído, dije. “Esos palestinos son gente mala”, le escuché decir a una mujer, sin mayores pruebas que las que dan los correveidiles, a quienes les basta con un solo lado de la historia (la del victimario, en este caso) para resolver todas sus dudas.

La he visto, dije. “Ojalá que mataran a Petro”, soltó una chica que no pasará de los 25 con toda la impudencia del caso ante la audiencia. Segundos antes lamentaba y condenaba el atentado contra Miguel Uribe Turbay. Mi dolor es sagrado, el tuyo, ¡bah!

“Y olvidamos que somos los demás de los demás”, canta Alberto Cortez. Habrá otros, pues, para quienes nuestro dolor sea también un ¡bah!

Entiendo aquello que nos divide, sé que existe. Hay puntos donde no puede haber otra cosa que desencuentro, pero como dice Susan Sontag: “No debería suponerse un nosotros cuando el tema es la mirada al dolor de los demás”.

Parece que no conmueve eso, lo doloroso, sino la rabia, el odio, la maledicencia. El oscuro deseo de que el otro (aquellos que considero diferentes de mil y una maneras) la pase mal. Que lo deporten, que le cierren la puerta, que le disparen, que lo exterminen. Para ellos (los otros, siempre los otros) son también los insultos, los vejámenes. Ellos son los soberbios, los ruines, los malos, los que se merecen el desprecio, ellos, siempre ellos.

Y a veces pasa que entre los “ellos” aparece uno que se consideraba un “nosotros”. Y hay que ver la contrariedad, el asombro, el cómo puede ser posible si vos sos como yo.

La grieta, le llaman en Argentina a ese quiebre que nos pone a todos de un lado o de otro. La crispación, le dicen en España. La polarización, han empezado a llamarla aquí. Bajemos el tono, se dijo. Y bajar el tono significó para algunos mandar a callar a otros, mientras su tono continuaba alto. Porque parecía que el problema no era lo que se decía, sino quién lo decía. Yo puedo, ellos no. Porque mi dolor es sagrado, el tuyo, ¡bah! Porque mi indignación es real, la tuya es un delirio. Porque mi rabia está sustentada, la tuya es inventada. Porque las afrentas en mi contra son injustas, las que te hacen a ti están más que justificadas.

Dice también Sontag: “A partir de determinada edad nadie tiene derecho a semejante ingenuidad y superficialidad, a este grado de ignorancia o amnesia”. Y claro que tenemos esa edad.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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