Le pasó a Rosalía, la cantante española. Buscó al diseñador Miguel Adrover para que la creara un traje a medida (custom look, le dicen los entendidos) para lucirse en un evento. No, le dijo Adrover. ¿La razón? Que Rosalia Vila Tobella no hubiera dicho ni mu sobre lo que sucedía en Gaza.
«El silencio es complicidad, y más aún cuando tienes un gran altavoz donde millones de personas te escuchan cuando cantas», le explicó el diseñador mallorquín.
Y respondió la sancugatense: «No veo cómo avergonzarnos unos a los otros sea la mejor manera en seguir adelante en la lucha por la libertad de Palestina».
Que lo de Adrover es una puesta en escena, necesidad mediática para que se hable de él y del documental sobre él que se estrenará pronto. Quizá. Pero no lo falta verdad al diseñador.
Si antes lo era, a estas alturas —cuando ya es innegable el ánimo genocida del estado de Israel— claro que le podemos señalar la complicidad de quienes callan, en especial si tienen la plataforma y las audiencias para hacerles notar a más personas lo que a todas luces es inhumano.
Hay que mojarse cuando llueve, escribí aquí mismo hace ya más de un año. E insisto en ello: hay momentos que exigen tomar partido. Espero yo que del lado de la humanidad. La matanza contra un pueblo, en vivo y en directo, es uno de esos momentos. ¿Qué los detiene? ¿Qué impide que aquellos que tienen voz guarden silencio? ¿Por qué evitan señalarlo? ¿A qué le temen?
Dudo que Rosalía y otros como ella (famosos por esto o por aquello, por cantar o jugar tal o cual deporte, por actuar o bailar o hacerse virales) carezcan de opiniones. ¿Quién les habrá dicho que no valen? ¿Quién les habrá instruido en que es mejor callar?
Hubo un tiempo en que no fue así: artistas y deportistas sentaban posiciones. Se me viene a la cabeza la imagen de Tommie Smith y John Carlos con el puño en alto en el podio de los 200 metros, en los olímpicos de México 68.
Ya no. El mundo, eso que pasa más allá, no es conmigo ni con mi público, parecen decir con su silencio. Aquí, entre mis millones de seguidores y yo, eso no cabe. No vaya a ser que se nos rompa el idilio, no vaya a ser que ellos sepan lo que pienso y no les guste, no vaya a ser que me castiguen el mercado, la ley de la oferta y la demanda, el patrocinador que ha hecho posible mi estilo de vida.
Hace años, cuando aún ejercía como periodista, entrevisté a Joan Manuel Serrat, quien ahora goza de su merecido retiro. La excusa era la gira que lo traía a Medellín a cantar esos otros poemas de Miguel Hernández que había musicalizado. Le pregunté de varias cosas, del disco, de los poemas, de la creación y la composición.
Para cerrar, quise su opinión sobre algo en particular: ¿Pero el arte debe tener un compromiso social o el compromiso del artista es con el propio arte?, le pregunté.
«Es difícil separar una cosa de otra. Es como pensar que existe una vida política y una vida no política. En esta vida cualquier gesto que hagamos tiene unas connotaciones políticas cualquiera. Si no vea usted gente más politizada que los que se manifiestan apolíticos. Incluso, por lo general, suelen ser gente profundamente reaccionaria», respondió.
Dudo que la Rosalía y otros como ella vivan una vida apolítica. Me gustaría, harían bien, que dejaran de guardar ese silencio cómplice. O que hablaran solo cuando se ven obligados a hacerlo.
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