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Hice una promesa en mi primera columna para No Apto: hablar sobre la revolución psicodélica que revive en nuestra era. Sí, esa revolución psicodélica que deslumbró -y asustó- al mundo en los años 60s y 70s que se comienza a remasterizar en pleno siglo XXI gracias al propósito con el que inició todo: buscar otras salidas a los problemas de salud mental en el mundo.
La revolución psicodélica de la segunda mitad del siglo pasado inició por el “escape” de las sustancias, especialmente el LSD y el MDMA, de los laboratorios y centros de investigación farmacéutica a la cultura popular y juvenil de la época. El movimiento hippie, la experimentación artística, cultural y las nuevas corrientes políticas progresistas fueron resultado, en parte, de la utilización de sustancias que alteraban -y ampliaban- la percepción y la conciencia de una juventud que emergía. La marihuana y los psicodélicos como el LSD, el DMT y la Psilocibina, fueron los protagonistas de una cultura que caracterizó a toda una generación y que, a su vez, fueron los encargados de mover los cimientos y valores de la sociedad en su conjunto. No es posible entender el ambientalismo, el movimiento antiguerra, los derechos civiles, el avance en las tecnologías de la información y la comunicación y la transformación de las expresiones artísticas sin la influencia que tuvo el consumo de estas sustancias en sus principales protagonistas.
Sin embargo, esta historia no tuvo un final feliz. El uso desbordado, inconsciente e irresponsable de estas sustancias llevó a que su potencial fuera visto como un peligro a contener. También fue motivo para justificar las acciones y movimientos geopolíticos, económicos y de represión que los gobiernos, en especial Estados Unidos, utilizaron para ejercer su fuerza y poderío en el contexto de la Guerra Fría. El escape incontrolado de estas sustancias transformó al mundo y lo asustó. Como consecuencia: decenas de miles de muertos, represión y la degradación en el uso de sustancias altamente poderosas que nos ha dejado una prohibición injustificada que lleva décadas enquistándose en nuestra sociedad. Una prohibición, como diría Huxley, decretada, pero jamás practicada.
Hoy, el mundo se da cuenta del engaño al que fuimos sometidos. La Guerra contra las Drogas tuvo su momento para mostrar resultados y sacó malas notas. Gracias a esto, comienza a aparecer una especie de consenso alrededor de buscar otras alternativas que no sólo superen a la prohibición, sino que también se vean como una opción para buscarle salida a los problemas de hoy. Los psicodélicos están volviendo a los laboratorios y a las clínicas, se están reactivando estudios para tratar trastornos de salud mental y las universidades abren centros de investigación para conocer las potencialidades y las limitaciones de estas poderosas sustancias que prometen romper con el estancamiento que hoy se está enfrentando la psicoterapia clínica tradicional.
Ahora bien, en una especie de paralelismo histórico, la cultura popular y de masas también está volviendo suyo este momento. Cada vez existe más referencias de la estética psicodélica en las expresiones artísticas, se están conformando redes de usos y experimentación de sustancias, las plataformas de streaming se están convirtiendo en punta de lanza para insertar esta conversación en la sociedad -Netflix tiene toda una selección de contenido que hace referencia a esto-, se está consolidando un turismo psicodélico en regiones del mundo donde el uso de ayahuasca, hongos y peyote se usa en contextos rituales y la microdosificación se populariza como una forma aprovechar las potencialidades de los psicodélicos en la productividad y la creatividad. Comienza una nueva era de la revolución psicodélica. ¿Estamos preparados?
Por supuesto, no creo que esta versión de la revolución psicodélica sea igual que la que pasó después de la década de los 60s. Tampoco creo que nos traiga las mismas consecuencias. Pero no podemos perder de vista esa historia y su desenlace como referencia para este momento que se nos avecina. El uso indiscriminado y poco informado de estas sustancias puede traer consecuencias peligrosas, más que para el cuerpo y la salud del individuo que las consume, para los sensatos y necesarios propósitos regulatorios que permitan controlar las sustancias que circulan, su procedencia, la calidad y el consumo responsable de estas.
El renacimiento de la era psicodélica puede ser una magnífica oportunidad para reparar el daño que una injustificada y dañina prohibición le dejó al mundo, además de expandir las posibilidades que se nos cohibió en el pasado; pero también puede revivir el fantasmagórico miedo a sustancias poderosas que no supimos entender y encausar. Debemos estar a la altura del momento en el que estamos.