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El orgullo es un sentimiento muy confuso. Yo, por ejemplo, no hice nada para haber nacido en Medellín pero me siento inmensamente orgullosa de ser paisa. No hice nada para nacer en Colombia y, aun así, me enorgullece presentarme como “Salomé, de Medellín, Colombia” cuando conozco personas nuevas en Edimburgo, donde estudio.
Este tipo de orgullo es difícil de asimilar porque no tiene sentido. Se supone que me siento orgullosa sin haber movido un dedo, sin haber influido en las razones que determinaron que mi vida fuera de esta manera. Si se cree en Dios o en una energía superior, se puede atribuir agradecimiento a nuestras condiciones, pero ¿orgullo?, no lo creo, aunque lo siento.
De la misma manera, no hice absolutamente nada para nacer mujer. Literalmente, lo único que hice fue existir, pero eso ha llevado a que sienta orgullo. Me enorgullece ser mujer. Pero esto no tiene sentido, porque si hablamos literalmente, el ser mujer es un estado físico sin merecimientos ¿Por qué nos sentimos orgullosas de tener ciertos órganos reproductivos? Porque sabemos que el género trasciende muchísimo más. Envuelve todo a nuestro al rededor; me atrevo a decir, inclusive, que el género es una construcción social.
Este semestre estoy viendo en la universidad una clase que se llama ‘Entendiendo el género en el mundo contemporáneo’. Tuve que hacer una lectura que explicaba el lado social del género, y me pareció tan acertado que me dio risa; los humanos tenemos el vicio maluco de intentar adivinar los órganos reproductivos que tienen los otros.
Entre nosotros asumimos lo que los demás tienen entre las piernas y a partir de eso determinamos una infinidad de estándares. Construimos una identidad particular eligiendo entre los binarios, que es en los que nos han educado. Es hombre o mujer; es azul o rosado; es príncipe o princesa; es acción o romance; jugar a los carritos o jugar a la cocinita; es blanco o negro; y todo basado en lo que asumimos que alguien tiene entre las piernas. Me reí al leer esta explicación por lo estúpida y acertada que es.
El género como construcción social ha resultado en que las mujeres nos veamos especialmente afectadas por nuestra capacidad de parir. Creo que si analizamos los prejuicios sobre las mujeres, todos llevan a que nosotras podemos gestar un bebé, y el embarazo, al final del día, termina siendo incapacitante para muchas de las funciones que una sociedad consumista como la nuestra nos ha impuesto. Es incapacitante para trabajar de lunes a viernes durante cincuenta semanas del año, porque luego de un parto necesitamos tiempo de recuperación; porque la depresión post parto existe, y también evita que cumplamos nuestro rol en una sociedad, que vincula nuestro valor con nuestra productividad. O porque la menstruación es dolorosa para muchas e interrumpe nuestro día a día.
Estos son hechos biológicos que tienen efectos sociales muy reales. Y claro, se asume que esta habilidad biológica haga que nosotras queramos parir. Los empleadores esperan que las mujeres “busquen un bebé” como parte natural del curso de nuestras vidas, y que queramos tenerlo si lo encontramos sin buscarlo, obligadas por toda esa mierda que se dice sobre el instinto maternal.
No me enorgullece mi capacidad de crear un bebé, lo que muchos asumen como la característica fundamental de las mujeres y lo que nos separa biológicamente de los hombres. No hice nada para merecerlo, y si les soy sincera, lo veo más como un problema que como un atributo. Así es que me siento orgullosa de ser mujer no por el hecho de serlo, sino por el hecho de serlo en sociedad.
Por ejemplo, esta semana me sentí especialmente orgullosa de ser mujer colombiana después de que la Selección de Fútbol Femenino sub 17, unas deportistas profesionales, sacaron la cara por el país al ser las primeras futbolistas colombianas que han llegado a una final de la FIFA.
Me siento orgullosa porque sé que muchas niñas, parecidas a quien yo fui, van a admirarlas y van a saber que también lo pueden lograr si es lo que desean. Ellas también pueden ser las que causen una ola de emoción por todo el país. Las que provoquen lágrimas de felicidad en los ojos de niños, adolescentes y adultos.
También me siento orgullosa porque fueron adolescentes las que le demostraron a todo el país que el amateur en su profesión es, sin lugar a dudas, Ramón Jesurún. Amateur por no reconocer el potencial infinito que tiene el fútbol femenino; por tener el descaro de humillar públicamente al equipo finalista; por tener la falta de visión que alguien en su posición necesita.
Me siento orgullosa que mujeres cuatro veces menores que él pusieron en evidencia, sin decir una sola palabra, la misoginia que este hombre carga consigo, y las hipocresías de una organización que mientras proclama apoyar el deporte femenino, les da a sus futbolistas mujeres uniformes viejos, con tallajes masculinos, y les paga entre uno y dos salarios mínimos, sin viáticos.
Qué orgullo ser mujeres en un país que ha usado nuestros cuerpos como campos de batalla en una guerra civil y, aun así, persistir. Qué orgullo ser mujeres cuando el hecho de existir, de pasar por la pubertad, resulta en que la sociedad nos sexualice.
Orgullo se siente cuando otras demuestran que nuestro trabajo vale, importa y es necesario. Orgullo se siente también al llegar a un punto de estabilidad en nuestro camino de amor propio, aunque nos intenten vender mil procedimientos y estrategias para encajar en un molde de belleza inalcanzable. Qué orgullo se siente poder decidir sobre nuestra maternidad sin sentir que es una deuda social que debemos saldar, y qué orgullo sentir que las otras mujeres no son nuestra competencia.
Qué orgullo ser mujeres, y serlo con toda la valentía que esto requiere. Y gracias a las deportistas de la Selección Colombia sub 17, quienes en India han demostrado todo lo anterior y han provocado tanto orgullo, que cada colombiano, cada colombiana, lo siente. Ese es el orgullo de ser mujer.